Libro
de relatos
Fantasía y lucha social en Pasaje Mar Amarillo, de Eva Velásquez
Algunas veces uno
se encuentra con textos que se resisten a una categoría establecida, a un canon
regido por la academia. Por ejemplo: Celebración
de la Novela, del eximio escritor peruano Miguel Gutiérrez Correa. Es un
libro, como lo dice su propio autor, “que bien se puede leer como una crónica,
un ensayo o una novela.” Y es verdad. Se puede leer así y se disfruta mejor
leyéndolo así, sin ninguna preocupación por su clasificación. Y de la misma
manera, el libro Prosas Apátridas, de
Julio Ramón Ribeyro, un libro que su mismo autor se negaba a clasificar. Y ni
qué decir de libros de escritores del extranjero, algunos siguen con la tendencia
de la vanguardia, la experimentación. ¿Pero a qué viene tal remembranza? Bueno,
es por la inquietud y sensación que me ha causado al leer el libro de relatos Pasaje Mar Amarillo, de la escritora
chimbotana, Eva Velásquez Lecca. Es un
libro que contiene ocho textos narrativos. Todos marcados por la fantasía, pero
con distintos y variados ingredientes. En algunos de ellos se incluyen párrafos
que se asemejan a una proclama, a la leyenda, y que incluyen también un dios
mitológico andino o un dios mitológico griego, y hasta el dios cristiano. No
importa, todo es valedero para la autora, para que ella pueda transmitir lo que
siente, lo que cree. Por eso recordaba a los libros de difícil clasificación. Porque
los textos de Pasaje Mar Amarillo si
bien reflejan el ansia de justicia social, en su forma son disimiles,
heterogéneos por los recursos de que se vale. Fíjense en el primer cuento: La hora no registrada. Allí tenemos a
una niña que se pierde en la hacienda en que vive, y cuando sus familiares la
buscan, se dan con la sorpresa que se la ha llevado el dios Marañón, el dios
del río, para que sea su esposa. Y el cuento termina de esta manera: “Y así,
toda la región de Pataz fue bendecida por el Dios.” Es una historia, digamos,
con un final feliz, en que la niña ha servido como ofrenda al dios para que su
región sea bendecida en frutos. Y después tenemos una historia de duendes, y luego
otra de botas y de gatos, como personajes. ¿Es literatura infantil? La
respuesta es sí, y no. Porque si bien los cuentos tienen componentes
infantiles, no se queda ahí, puesto que el énfasis está en el mensaje social; un
mensaje claro, directo, sin tapujos. Aunque no sería extraño que los infantes
también lo asimilen. Hay que recordar que literatura infantil es aquella que va
dirigida a los niños o de la cual los infantes se apropian. Y yo creo que se
los van a apropiar, aunque más los adolescentes que los niños. También hay que
decir que la autora es poeta, tiene libros de poesía y este es su primer texto
de narrativa. Hago esta apreciación porque creo que así podemos entender mejor
el mosaico heterogéneo de su libro. El texto, como repito, es un conjunto
abigarrado de ocho relatos disimiles, pero unidos por eso que un lector puede
identificar rápidamente, y que constituye además, la médula personal del escritor:
el estilo. Y el estilo de la prosa de Eva Velásquez es coloquial, popular, de
fácil asimilación. Un ejemplo: “Cierto día, Leoncio encontró en el ropero del
abuelo unas botas con corbata michi color azul, con incrustaciones de cobre.” Sencillo.
Otro ejemplo más: “Una vez cumplida su misión de paz y armonía, Tutaykire
abandonó la tierra y retornó al país de la verdad, el bello reino de
Tutaykirión, más allá del Huascarán, donde las nubes cubren el horizonte.
“ Y así podríamos nombrar la prosa de
los otros cuentos. Pero no es solo por el estilo que uno puede identificar a la
autora, sino también por sus otros recursos. Y aquí quiero citar al célebre escritor
francés Flaubert. Decía él que un
escritor debe ser como un dios, estar en todas partes de la obra, pero no
dejarse ver. Pero con el libro de Eva Velásquez sucede todo lo contrario: ella
está en todas partes, y en todas partes se deja ver. En su amor por Chimbote, en
su deseo de justicia, en su hablar popular, en sus sueños, en sus enseñanzas, en
la ficción que nos cuenta y nos entretiene. Ella está ahí. Y los que la
conocemos, los que tenemos la suerte de conocerla, sabemos que ella es así, que
tiene esos arrebatos de lucha social; sin necesidad de caer en sectarismos, ni de
pertenecer a un partido político. Por ejemplo. En el cuento La ciudad de los duendes. Cuando la niña
se va a jugar con los duendes, “tres diminutos hombrecitos con barba muy verde
y con el cabello rojo ensortijado”, ella
se olvida de la hora y en el juego, dice la autora, “viajó con ellos por toda
la costa del Perú; estuvo en Paracas, conoció las Líneas de Nazca, las Islas de
Pachacamac, La ciudad Sagrada de Caral, Sechín, El señor de Sipán, Punta Sal y
sus bellos atardeceres.” En todos estos lugares, nos dice la autora, jugaron a las escondidas con el
tiempo invertido. Y cuando la niña quiere regresar a casa no puede, pero de
tanto insistir los duendes acceden, dibujando antes una nueva ciudad en la
costa. Y dice: “Y así apareció Chimbote, antes del boom pesquero, con su belleza
natural, tan hermosa como el cielo.” Y luego en otro cuento, Tutayquire, el dios del mar, el relato termina
de este modo: “los pescadores con sus rústicas lanchitas volvían al mar límpido
y pacífico, sus familias los esperaban tranquilas y felices en sus casas;
habían vencido a los malos empresarios, había retornado la paz y la justicia
social a Chimbote.”
Y en los textos hay
más referencias a la lucha social…, y a la fantasía.
Y a este otro
aspecto en el que también me ha sorprendido quiero referirme –porque, en
verdad, me ha sorprendido mucho-. El libro tiene una fantasía, una imaginación
desbordante, trepidante. Una imaginación y fantasía que no tiene límites, que
no responden a ningún canon. Ni al mitológico ni al oral, aunque se vale de esos
elementos. Por eso es que citaba su
condición de poeta, porque creo que eso puede ayudarnos a entender esta fantasía,
esta magia desbordada, sin reglas, sin frenos, limitadas solo por la historia
que nos cuenta.
Fíjense: un par
de botas con corbata michi son los personajes de un cuento. En otro, un gato
llamado Edward que juega damas chinas y es escritor, que viaja a Paris y es
famoso, y luego se lleva a su amiga al Egipto para que sea la reina, sucesora
de Cleopatra. Extraño, ¿verdad? Pero si
leemos el texto, veremos que nos convence, creemos. Por eso digo que el libro me
parece inclasificable.
Pero no solo hay
que tomar en cuenta su condición de poeta para ayudarnos a entender la magia del
libro sino también hay que ver sus lecturas, sus influencias. Y en sus lecturas
yo veo allí una influencia conocida; la de Alicia
en el país de las
maravillas. Todos los que han leído
ese libro se podrán dar cuenta de la magia de la imaginación, de lo fantasioso
y de lo increíble que ocurre en el mundo que Alicia visita. Algo parecido nos
muestra Eva Velásquez en Pasaje Mar Amarillo,
lo que no quiere decir que es copia. No. Es auténtica, se vale de elementos
peruanos. Hace un sincretismo. La leyenda cristiana de Pedro el edificador de
la iglesia por encargo de Jesús y la mitología andina del dios Tutaykire.
El arte de la
narrativa es, pues, el arte de la persuasión. El autor tiene que convencernos
de su ficción. O de su visión. Un buen autor, un buen escritor: impone su
visión. Y aquí Eva Velásquez nos está imponiendo su visión: Su amor por
Chimbote, su defensa del medio ambiente, su amor por la justicia, aunque sea
con miedo, como nos dice en su cuento Pasaje
Mar Amarillo en el que a un hombre que no respeta la naturaleza le cae una
maldición. “¿Adivinan quién es?”, se
pregunta la narradora. “Sí, el hombre no artista, el hombre insensible a él
mismo… Armando se llamaba el sinvergüenza, vaya, hasta cólera ya me dio. Este
era el constructor de casas, el rey de los planos de los supermercados, el más
pituco…” Bueno, este es el cuento del hombre que buscaba destruir el jardín
donde vive una rosa y que termina así: “Hoy la rosa aun lozana y sonrojada
perfuma nuestro jardín, y si tú no crees, ella leerá tu destino, como lo hizo
con su cruel enemigo.” Como diciéndonos: cree porque si no te friegas. Y el
libro tiene más pasajes, pasajes curiosos, donde la misma autora interviene. Y
todo dulcificado por el estilo. No hay el realismo crítico, que es lo que
caracteriza a la narrativa peruana, sino todo lo contrario, el lenguaje es
coloquial, popular.
La verdad, el
libro da para más de un análisis, para más de una metodología de estudio. Es
auténtico y eso es lo que más rescato.
Termino diciendo
que con proclamas, con una fantasía tremenda, con mensaje directo e indirecto,
a trompicones, con rebeldía, Eva Velásquez se está metiendo en la historia de
la literatura. Yo la celebro.
Chimbote, 14 de noviembre de 2013
Jack flores vega