Cuentos
de Huánuco
El Mejorero
y otros cuentos, de Elí Caruzo
Acabo de leer un
libro de cuentos de un autor de la selva: Elí Caruzo. Y la sorpresa que me
llevo es tremenda. Maneja bien la prosa, hilvana bien sus historias y se vale,
en la mayoría de sus cuentos, de personajes populares de esa parte de la selva
peruana –Aparte de las distintas voces y estructuras narrativas que le dan un
aire de dominio técnico en el arte de la palabra escrita-. Confieso que no soy un
versado ni conozco a muchos autores de la selva peruana, pero considero que hay
algo que une a todos aquellos a los que he leído: la naturalidad que tienen para
escribir y –como lo dice el propio escritor Oswaldo Reynoso en la contraportada
del libro- el deseo imperioso que tienen para contar. A todo eso le agregaría
algo más: la fascinación con la que muestran aspectos del ambiente selvático
–usos y costumbres-, y su jubiloso sentido del humor. Pero quiero referirme a
lo primero, al ambiente selvático. Consideraba Leon Tolstoy que un escritor
debe hablar de lo que mejor conoce, es decir, del ambiente en que ha crecido.
Ya es conocida su genial frase: “habla de tu aldea y serás universal.” Y eso es
lo que ha hecho el escritor de Huánuco Elí Caruzo en este formidable conjunto
de diez cuentos: Hablar de su aldea, de la selva, del drama y las alegrías que
ha ficcionado, -con apoyo de la realidad-; y al hacerlo, nos regala muchos trozos
de verdad literaria que enriquecen nuestra existencia. Aquí un extracto de su
libro: “Desde el día en que comencé a rozar el terreno en donde iba a realizar
una mejora de cacao, era Mariana quien me llevaba el almuerzo.” Hermoso
principio de cuento. Sigamos. “Siempre llegaba con sus cabellos sobre los
hombros y una flor prendida en el moño que solía hacerse sobre un lado de la
frente. El sol del camino le coloreaba las mejillas y, a pesar de que estábamos
en la chacra, gustaba de vestirse bien; su ropa resaltaba las magnificas
sinuosidades de su cuerpo. Aunque quería
hablarme, no lo hacía; tal vez porque me veía con unos ojos de tigre.”
Formidable. ¡Qué límpido para escribir! Veamos en otro cuento. A campo traviesa. “El grito llenó toda
la casa y despertó a los que dormían. Poco después se repitieron otros;
provenían del cuarto de doña Josefa.” Y la narración prosigue. “Carlos se
acercó al ofidio hasta tenerlo a una distancia ideal. Lentamente alzó la vara…”
“Antes de iniciar el ataque, respiró profundo; apretó un momento las manos en
el palo, luego las relajó. Sabía que el primer golpe era decisivo; la serpiente
quedaría adolorida y, entonces, la remataría. También sabía de lo mortal que es
la mordedura de una shushupe, que su víctima no alcanzaría a vivir más de una
hora si no recibe un contraveneno.” ¿A quién me recuerda este conjunto de
cuentos? A Horacio Quiroga, el gran escritor uruguayo cuyos cuentos de serpientes han
quedado inmortalizados. También a Kipling, magistral en cuanto a retratar la
selva de la India. Pero hay más cuentos del libro: Confidencias de una jugadora,
la carta del Adiós y, como no podía
faltar, cuentos que nos hablan de la violencia subversiva que padecieron los
habitantes de la selva de Huánuco: Yo
sabía que los iban a matar y Entre
dos fuegos. Magníficos cuentos, enaltecedores, faltándoles solamente, en
algunos, apuntalar el final. Felicito al autor por la ventana que nos abre para
ver ese lado de la selva del Perú. Con él, y otros narradores, el futuro
promisorio de la literatura peruana está asegurado.
Jack flores vega
Lima, 30 de septiembre de 2013
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