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martes, 23 de septiembre de 2014

LA MAGIA CUENTISTICA DE JUAN RODRIGUEZ PEREZ


Cuentos de la Selva

LA VIEJITA QUE HACIA TEMBLAR A LA LLUVIA, DE JUAN RODRIGUEZ PEREZ


Leer literatura de la Selva es una delicia. Para la gran mayoría de peruanos, la selva representa ese paraíso mítico del que uno ha sido fatalmente expulsado o impedido de entrar, un mundo al que uno quisiera ingresar para no volver a salir nunca. Y es que hablar de la selva del Perú, de la inmensa selva que abarca gran parte del territorio del país, es hablar de un mundo misterioso, placentero, escuchado solo de oídas y transmitido de boca en boca; un mundo donde la tradición del relato oral se mantiene vigente y cobra más fuerza con la imaginación personal que cada transmisor le va agregando. Un mundo que muestra el colorido de su ambiente, la gracia y el amor de su gente…y sus conflictos, también; conflictos de relaciones familiares, de dolor, muerte, amor, misterio y hasta de situaciones sencillas como las disputas intrascendentes  de muchachos. La excelente prosa de Juan Rodríguez Pérez lo toca todo, y todo lo transforma en maravilla. No hay en él una pretensión de experimentar ni alardear con estructuras o puntos de vista, no. Su grandeza es distinta: lo mágico, misterioso y simple lo convierte en gran arte narrativo y nos lleva a experimentar ese gozo que por algunos instantes nos permite viajar y alejarnos de lo cotidiano. Claro, su mundo no está poblado de chullachaquis, de runamulas, bufeos colorados, o cualquier otro ser misterioso propio de la literatura de la selva y que algunos narradores o recolectores de leyendas cultivan con poco o buen éxito, no. El de él es de la vida cotidiana, de asuntos de la vida común, que, aunque a veces parezcan extraños, son comunes en ese mundo…y en el nuestro también. Una muestra:
A doña Francisca se le vinieron los años encima. Había cumplido setenta, de los cuales 50 los pasó entre la chacra y los cuidados de sus hijos. Poco a poco vio morir a la gente de su entorno, a sus amigos de generación; y se dio cuenta que iba quedándose sola en un pueblo que, para ella, había perdido su encanto desde que se aparecieron unos jóvenes extraños armados hasta los dientes, buscando refugio montañas adentro, huyendo de los militares que los perseguían día y noche, sin tener en consideración a la población que no sabía en qué lado colocarse.
 Su arte narrativo despliega toda la sencillez para contarnos un drama social e individual: la de una mujer que había visto desaparecer a su esposo y luego a sus hijos, y que en su casa, balbuceando y delirando, solo espera y llama a la muerte.
A pesar que en el pueblo se había dejado la tristeza y el miedo y los militares dejaran de aparecerse, ella notó que la tristeza y soledad empezaban a buscar un espacio en sus huesos y en cada uno de sus poros. Prefería quedarse en casa, cantando canciones tristes, llorando cuando el perro se acercaba a lamerle los pies.
Al final, la mujer encuentra la muerte, pero no del modo como ella lo deseaba. Un relato impresionante, propio de un notable narrador. Juan Rodríguez Pérez es el narrador de la selva, uno de sus mejores cultores. Su libro La viejita que hacía temblar a la lluvia, así lo demuestra.
Otro relato notable es ¿Pasos? Un hombre va de regreso a su casa por el camino de la selva, la noche cae y de pronto escucha pasos. Hace uso de su escopeta, pero no logra deshacerse de ese ser que lo persigue. Durante el resto del trayecto va experimentando esa angustia, la de sentirse perseguido, amenazado de muerte. Al final termina salvado por unos cazadores. Pero el misterio del perseguidor no se revela. Pervive aun en la mente del lector.
El cuento La viejita que hacía temblar a la lluvia es otra magia, al igual que los otros cuentos que contienen el libro -18 en total-. Y que el lector, al empezar, no podrá dejar de leer.
A pesar que el sol empezaba a retroceder para dibujar en el cielo estelas brillantes que buscaban refugio entre los árboles, sentía que el calor tomaba posesión del pueblo, obligándome a penetrar en un bar que estaba al costado y era atendido por una señora algo entrada en años, pero que conservaba un cuerpo que debía haber tenido su buena época. Pedí una cerveza. Vi que la señora le hacía seña a una jovencita que limpiaba una de las mesas.
-¿Quiere que le acompañe? –preguntó la muchacha, esbozando una leve sonrisa y mostrándome una silla.

No hay más que decir. La invitación a leer está hecha… y a disfrutar con la magia de la buena narrativa. La viejita que hacía temblar a la lluvia, de Juan Rodríguez Pérez no decepcionará a nadie.

Lima, 23 de septiembre de 2014


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