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miércoles, 18 de febrero de 2015

NOVELA DEL FEMINICIDIO DE CARLOS RENGIFO


Novela del feminicidio
UN ALIENTO EN EL OCASO, DE CARLOS RENGIFO


Leer o enterarse de la aparición de una novela sobre la violencia política no es algo raro en el Perú, dado su historial apocalíptico reciente. Pero leer una novela de la violencia  feminista, a pesar de la fuerte connotación  machista en nuestra sociedad, sí es algo raro en el país, porque generalmente no se escribe sobre ella; peor aún, no hay una corriente literaria que abone a favor de ella -en narrativa me refiero, porque en poesía sí tenemos casos, empezando por la chica mala de la historia/ la que le puso cuernos al marido….-. Pero volviendo al punto, cabría preguntarse, ¿por qué, dado el machismo y feminicidio imperante en los distintos estratos sociales, no se tocan esos temas en la narrativa peruana? Quizás, para algunos escritores sea un tema menor, no atractivo; o quizás se deba al hecho de que la novela de la violencia, la de la guerra interna, ha monopolizado y opacado otros temas. Sea cual sea la respuesta, el hecho es que tenemos a un notable narrador que ha venido tocando este tema sin miramientos, obedeciendo quizás a sus demonios sensitivos o su curiosidad literaria. El caso es que la novela “Un aliento en el ocaso”,  del escritor limeño Carlos Rengifo, es una joya más de su producción, y en la que, me atrevo a afirmar, exhibe sus mejores logros: un enorme poder de persuasión y un talento narrativo solvente, lo suficiente para inmiscuirnos en esta tara y desenmascarar lo que, a la postre, quizás sea la mayor muestra de análisis y consecuencias de este mal imperante en la sociedad de hoy.
Pero no es una novela de denuncia, tampoco una novela de tesis, es una novela de buena envergadura que se preocupa más de contar la historia, de hacerla creíble, y regalarnos un momento de solaz, a la vez que nos inmuniza (aunque sea temporalmente) contra este mal du siecle de país emergente. “Una obra muestra, no demuestra”, es la consigna que enseñan los manuales. Y así nos ha convencido el narrador con esta obra.

Luciana Valverde es una adolescente que se enamora de un compañero de su colegio Matías, un muchacho de un hogar desestructurado, totalmente celoso que busca controlar a Luciana.   
         -¿Por qué lo saludas? –me espetó entonces Matías.
         -¿Qué? ¿Acaso no puedo?
        -Eres demasiado coqueta –dijo-, se ve que te derrites por él. Me estás faltando el respeto,  
        Luciana. No deberías hacerlo, y menos frente a mí.

Y luego la protagonista, que es la que cuenta la historia, nos dice:
No vi venir la transformación hasta que estuvo aquí, tan oscura como inesperada, batiendo sus alas de intolerancia en un aire enrarecido, difícil de respirar. Sin que nadie se lo pidiera, Matías de pronto empezó a ser mi perro guardián, mi sombra, el gruñón que espantaba a todo aquel que pretendía acercárseme.

Y el relato va in crescendo hasta culminar con la muerte de la protagonista.
Con el personaje como alma en pena empieza la segunda parte de la novela, y allí es donde el talento mágico del escritor nos convence de hechos que, aunque parezcan inverosímiles en la vida real, son creíbles en la ficción. Y poco a poco va hilvanando y reflexionando, cargándonos de sorpresa y curiosidad por conocer el resto de la historia. Mágica, fabulosa, un regalo al paladar, es lo que se podría afirmar al terminar de leer.
De este modo Carlos Rengifo ha mostrado una novela madura, de enorme peso existencial, de magia narrativa e imaginación. Sin duda sus mejores atributos novelísticos están comprendidos aquí. Un aliento en el ocaso se convierte así en una novela que todos deberíamos leer, que todos debemos leer, desde adolescentes hasta adultos, y desde adultos hasta el más allá, para comprender y cuestionarnos lo que somos y lo que engendra esta sociedad. ¿No dicen que un escritor es una piedra en el zapato para la sociedad, un espejo en el que otros ven sus rostros? Bien, sin duda, el mejor rostro de Carlos Rengifo está aquí, veámoslo.  

Lima, 18 de febrero de 2015

Jack flores vega  

martes, 17 de febrero de 2015

La Nada

Relato 
LA NADA


Aquella noche llegué a casa adolorido. Solo entonces he podido comprender el dolor de Jesucristo al cargar una cruz que no era tan solo pesada sino también lacerante.

Había saboreado la dicha. La felicidad me perteneció, y por unos días tuve los sueños más bonitos que me hicieron ver que la felicidad estaba al otro lado de la orilla, esa orilla que no pude o supe cruzar.

Sucedía lo de siempre. Las risas que desempolvaban alegrías viejas y las palabras que se cargaban de emoción y se disparaban para dar en el blanco, en el centro del corazón en donde iban abriendo el camino por el cual discurriría la ilusión. Después, a la salida, mi pretensión de acercarme a ella y hacerme parte de su vida. Y ella con su huida, sus pasos precipitados buscando la compañía de otra persona para que la acompañe a su casa.

Todo era desconcierto para mí. Y así sucedían los días; la misma rutina. Pero nada permanece igual. Y el camino vino abrupto, despiadado a quitarme la poquísima alegría que a mí me bastaba para ser feliz.

Mirta Bracamonte siempre demostró ser rebelde y opuesta a los prejuicios de la gente. Entraba a su juventud con la espada en una mano y, en la otra, el código de justicia por ella misma redactado. Tales eran sus armas con las que blandía sobre la mente de las personas.

Y se puso a criticarme y a darme su perorata de buen comportamiento y buen juicio. Y yo no se lo permití…. Y ella no me lo perdonó jamás.

Yo estaba en risas con Matilde en el interior del aula que se había convertido en mi nido de primavera. No encontró Mirta, mejor ocasión de intervenir para vengarse. Y susurrando al oído de Matilde, cual moderna Celestina, le iba incubando ideas deformadas de mi persona. ¡Y Matilde demostró ser tan voluble! No tardó en ponerse en mi contra.

La tortilla estaba volteada. Mi arrebato de cólera fue lento pero creciente. Y no era para menos: me quitaban la sonrisa. Uno va resistiendo el pesar, acostumbrándose a vivir así, pero nada permanece igual.

Se presentó Tintín con su presencia avasalladora y encontró el deseo en Matilde. Antes, como buen abogado que era, me dijo: “o te mandas de una vez o ella será mía.” No hay peor frase para lanzar a uno al abismo.

Las ideas se sucedían en mi cabeza tratando de hilvanar el mejor plan para acercarme a ella. Pero Tintín no espero más de un día. Lanzó otra vez su frase, pero ya no a mí, sino a ella: “Matilde, le dijo, estoy pensando que verso dedicar a tu belleza.”  Y fue un estallido de emoción para ella. Y para mí, traición. Tintín no respetó mi presencia. Y ahora la alegría de ella ya no era para mí. Estaba acabado. Decidí dar la vuelta a la página y asumir un fracaso más al corazón.

Pero Matilde no se quedó callada. ¿Quién entiende a las mujeres? Viendo mi indiferencia total hacia ella, me lanzó frases hirientes. Respondí. Y así estuvimos, pero, ya lo dije, nada permanece igual. Dándome cuenta que la guerra podía ser mucho más feroz, decidí apaciguarme. Pero, ¿quién controla las emociones?

Al día siguiente estalló la batalla, mucho más encarnizada de lo que pensaba. Ella lanzó frases amenazadoras, levantó tanto la voz que hasta en las montañas se podía escuchar, pero yo, sereno y provocador, decidí la batalla a mi favor. Todos los compañeros del salón de clases se asombraron de esta ruidosa batalla. Y se habló de ella entredientes durante algunos días.

Y así terminó todo. Lo demás no merece la pena contarse. No nos dirigimos más la palabra y nos tratábamos como extraños… y alguna que otra burla indirecta.

Y eso es todo lo que puedo decirte sobre el arte de escribir cuentos: cuando uno quiere lograr algo, surge la dificultad. Y cuando se intenta superarla, surge otra dificultad mayor, agregando tensión a la acción. Y luego vienen el final: natural e inesperado.


Jack flores