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jueves, 24 de septiembre de 2020

LITERATURA ANDINA EN "CONFESIONES EN LA PLAZA", DE SABINO TINTA AYMA

 



Literatura Andina en Confesiones en la Plaza, de Sabino Tinta Ayma

 

 

 La literatura andina ha pasado por distintas etapas en el Perú. Desde la corriente indigenista que denunciaba la condición opresiva del hombre andino y pregonaba que solo por la educación el hombre andino podía ser incorporado a la modernidad, hasta el neo indigenismo de Arguedas, hecho patente en sus cuentos y novelas, principalmente en Los ríos profundos que buscaba acercarse al alma indígena y ensalzarla. Pero la literatura andina no se ha detenido ahí: hay nuevos exponentes, nuevas vertientes, nuevas visiones, como la literatura regional, en la que abundan autores, algunos con mayor o menor éxito, pero todos pugnando por hacer escuchar su voz, reclamando la revalorización de una cultura que aun consideran marginada, manipulada y asfixiada por los grupos de poder y centralismo latentes. A una de estas voces, insulares, pero no menos importante ni carente de talento, pertenece Sabino Tinta Ayma, natural de Cusco, hijo de una comunidad campesina, quien, con su relato corto Confesiones en la Plaza nos devuelve a lo mejor de la literatura andina: su espíritu, su lucha y su orgullo por una cultura milenaria que se enaltece en presentar.   

 

“La puerta se abrió con violencia justo a esa hora de la noche en que nos envolvía un sueño profundo. Aterrados por los bramidos tan espeluznantes los dos nos despertamos con enorme sobresalto.”

 

 Así empieza el relato corto, de tensión, de fuerza. Un campesino sufre el robo de sus ganados y en su intento por recuperarlos recurre a las fuerzas mágicas de la naturaleza y posteriormente, a los habitantes de la comunidad de Huertacancha, con quienes se dirige a la comisaria de la región. Hay una evidente injusticia que muestra el autor en su historia, un clamor de lucha y unión. Los comuneros se unen para hacer justicia con sus propias manos, se reúnen para protestar por el abuso de las autoridades, se imponen. Pero también hay mezquindad, venganza, deseo de hacer daño de un habitante de la comunidad al no lograr que el campesino asaltado le preste su toro semental, que es, a la postre, lo que desencadena todo el conflicto. Pero lo que da vida a este relato vibrante es su alma andina, su voz telúrica, que como río torrentoso, corre y zigzaguea por el paisaje agreste, por las pasiones humanas, por las costumbres ancestrales del Perú profundo. Es su visión, entonces, su visión desde adentro lo que resalta, algo que el autor conoce bien, al haber crecido allí.

 

“¡El apu Q’oyani es majestuoso y sabio!

¡Dios del trigo, la papa y el chuño!

Siempre venerado con fe sedienta, no solo por la misma gente que vivía en Huertacancha, sino por los visitantes que llegaban anhelosos de otros ayllus a descargar sus tropiezos y pecados. La gente que acudía a rendir reverencia ofrendaba con pago a la tierra, lo mínimo un cordero, un choclo, una papa, una espiga de trigo y hojas de coca que no faltaban.” 

 

El cerro tutelar, la apacheta, la hoja de coca están presentes en la vida cotidiana del hombre andino.

 

“Mi padre, en medio del viento que corría intenso,  que traspasaba hasta el poncho y la chalina, empezó a llamar con todas sus voces:

¡Wawqeykunaa! ¡Uyuriwaychis!

¡Kay tutan uywayta suwaruwanku!...”

 

Y luego, en otro pasaje, dirigiéndose al cerro, la mujer que se comunica con el apu Q’oyani, que lee las hojas de coca:

 

“-¡Taytallay, apu Q’oyani, han robado nuestros ganaditos –empezó a exhortar doña Casimira con la mano en el pecho y mirando fijamente al techo.”

 

Y luego la tensión en la comisaria, y el castigo que se da a los ladrones.

 

Pero el relato no solo muestra las vivencias, si no también que desarrolla la historia con tensión, con intensidad. Aquí una escena:

 

“-Toma mierda, ¿por qué has robado, dime?, ¿por qué?

En cada latigazo, los abigeos se doblaban como una arcilla y gritaban adoloridos pidiendo perdón. “

 

Impacta el relato, y su final, penoso, triste porque sucede a unos habitantes de la comunidad, acicateados no solo por la ambición, sino también por la sequía:

 

“En esos cortos minutos de mi sueño vi que en nuestra comunidad la sequia se había prolongado desde enero hasta agosto. Los cerros y los ríos ardían en llamas por el calor intenso; la papa, el trigo y el maíz crepitaban por la helada de diez bajo cero. La gente no tenia qué comer,…”

 

Es un relato corto el que nos muestra Sabino Tinta, en Confesiones en la Plaza, pero intenso; ahí ha condensado el drama del hombre andino; su alegría y su pena y sus costumbres, aun vigentes. Y nos conmueve ese drama porque también es nuestro, pero sobretodo, nos conmueve por la manera cómo lo cuenta, cómo nos lo hace vivir; tiene una naturalidad, una fuerza. Parecería que allí no hay técnica, pero no nos engañemos sí la hay, empezando por quien cuenta la historia: un niño, el hijo del hombre asaltado. Eso le da un mejor acercamiento a los hechos.

 

Y hay más recursos técnicos, pero eso ya ameritaría otro comentario. Por el momento, leamos a Sabino y su apuesta andina, su sincretismo cultural, su gozo al mostrarnos una literatura de gran alcance.

 

Lima, 23 de septiembre de 2020

 

Jack flores Vega