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domingo, 22 de noviembre de 2015

NINATA RAWRARICHISUN, DE NORA ALARCÓN


Poesía quechua
LLANTO Y ESPERANZA EN NINATA RAWRARICHISUN, DE NORA ALARCON



No es sencillo comentar un texto escrito en quechua, menos aun comentar poesía quechua. Pero tampoco es posible resistirse y no sentirse enternecido por el sentimiento que emana de  esta poesía ancestral, telúrica. Nora Alarcón ha escrito poesía en quechua, idioma autóctono de los habitantes del ande, y se ha sumado a la persistente corriente del puñado de artistas que escribieron y escriben en este idioma. Es su resistencia, su lucha por el rescate de la gran nación quechua, y por su identidad; lucha tantas veces pregonada y tantas veces llamada a su recuperación, pero casi siempre en la misma condición: la del olvido. Y  es ahí cuanto la poeta Nora Alarcón eleva su voz:    

Cuánto sufrimiento nos trajo
El habernos vuelto parias de pronto,

Quienes nos escuchan por favor oigan nuestros quejidos
Aun cuando el ventarrón nos torne mudos.
Por tanto tiempo permanecimos callados a la mirada de
                                                                        todos los pueblos.


Y su voz, mezcla de llanto y júbilo, de amor y dolor, de ternura y hondo lirismo se deja oír,  aun cuando nos cueste entender este idioma que lleva siglos de vitalidad, y que se niega a quedar postergado, a pesar de la globalización y de tantas corrientes extranjeras que no han podido anularla:

Manawañukuqmi kani
Yaninmi musquyniypi weqochuyki hina
Pampapi uchkupuyki chayllapi puñuykachinaypaq

Manaraq wiñaypaq ripuchkaptikim
Uyaykita kaq qawapayani,
Hina kaqllam rikchakun
Paqarimuchkaq qantu wayta niraq.

(Soy aquel que no muere
A veces en mis sueños cual tu panteonero
Cavo tu tumba para ponerte a dormir en ella.

Cuando aun no has partido para la eternidad
Vuelvo a acariciar tu rostro con mi mirada
Tiene el mismo aspecto
De la naciente flor de cantuta.)

Hay ternura y esperanza en esta poesía de Nora Alarcón, que no se queda solo en la queja, sino que abarca la contemplación, la descripción, el verso libre, la prosa. Y revoloteando en torno a los versos, está el espíritu de la poeta.  

El tiempo ha endurecido nuestras almas,
Sobre este cerro podemos ver la quinua tornarse de mil
                                                                                          colores.
Tal vez la jovial chicha ablande nuestros corazones,
Del mismo modo la tierra madure el vientre de los que
                                                                            en ella viven,
Que haga que florezcan en un gran nacimiento.
Con este fresco aliento de las lluvias ha retornado la primavera,
Mi coca quinto ten la bondad de contarle a esta ciega,
si mi querida madre volverá
Para la fiesta de la Virgen de Cocharcas

Poesía andina, poesía quechua, poesía de fiesta. Siendo los andes la piedra angular sobre la que se asienta la estructura de nuestro país, ¿por qué no la hemos revalorado? Habiendo las costumbres andinas copado casi todo el territorio, ¿por qué no la hemos enaltecido manteniendo su lengua? Hoy la vemos palidecer, temblequear, sirviendo casi de adorno para el sistema educativo. Y la bendita identidad, ¿no tiene su crisis en esta negación del idioma autóctono?

Repito, no es fácil comentar poesía en quechua, aunque el legado que dejaron poetas antecesores nuestros, como el amauta José María Arguedas, o el poeta Killku Waraka, o el recién fallecido Efraín Miranda sea una prueba de que seguirán persistiendo.

Soy el canto floreciendo
En el corazón de una guitarra,
Alguien que canta contra la muerte de un idioma.
Fui semilla quechua plantada en la tierra,
Libremente junto al arroyo del deshielo,
En un campo de colores
Solía correr noche tras noche
Persiguiendo luciérnagas.

Nora Alarcón, al igual que los poetas quechuas que la precedieron, parece decirnos, con orgullo: todavía somos, todavía existimos, seguimos siendo.

Y no la podemos contradecir, sobretodo al leer esta poesía de su libro Ninata Rawrarichisun; un buen texto, sin lugar a dudas.  

Lima, 20 de noviembre de 2015


Jack flores vega

jueves, 15 de octubre de 2015

HOSTIAS DEL MAL, DE CHRISTIAN RIVERA


POEMARIO
PRÓLOGO A HOSTIAS DEL MAL, DE CHRISTIAN RIVERA


“La poesía se descarna y reencarna con los siglos”, dice uno de los versos de hostias del mal”, poemario de Christian Rivera Rojas. Y es que estamos ante la revelación de una voz que proviene de fuentes clásicas, y que sabe transitar en las distintas temáticas que fundaron la Modernidad en la Literatura Universal. Desde que un francés muy culto se dedicó a desestabilizar el establishment literario de su época, Charles Baudelaire, tocar los calcinantes temas del amor, de la soledad y de la urbe, dejaron de ser problemas idealistas para convertirse en carne y podredumbre: se constituyó una metafísica del mal.

En esta ópera prima de un joven poeta peruano, podemos apreciar un saber acoger las influencias de sus lecturas, tanto como para violentarlas como para resemantizarlas. Pero más allá de su solvencia en el conocimiento de la Tradición poética universal, desde los griegos hasta los beatniks, atravesando el Sturm und Drang alemán y la poesía maldita francesa, tal como sugiere el título del libro, y, aparte de su destreza para manejar los recursos estilísticos y técnicos de la poesis, encontramos en esta poesía una mirada atenta y segura no solo de los aspectos sentimentales del poeta, sino también(y que bien puede articularlos entre los textos) de esas moradas ignotas y escabrosas de la animalidad del desintegrado “ser humano”; es decir, de aquellos avatares tecnológicos en que la humanidad discurre hoy en día.

Como antítesis del mal, quizás la pureza del símbolo católico, encargada en la hostia (asociada al cuerpo del libro, al desborde de poemas),represente esa ilusión que hemos perdido debido a la racionalidad y el pragmatismo que mueve al mundo de hoy; un hoy sin fe ni espiritualidad, en el que,(solo) gracias a unos pocos genios, la tecnología da pie a que el salvaje humano despliegue su irracionalidad disfrazada de futuro, para (servir al) exterminio de la naturaleza, aquella naturaleza que parece que ya hemos perdido: el anhelo de trascender (de todo artista). Pues, ciertamente, hay una denuncia aquí, en esta poesía en donde palpita la rebelión.

Y es que solo las hostias (los poemas: el cuerpo del poeta) quedan en un mundo sin Cristo ni apóstoles.

La poesía se descarna, se cuestiona a sí misma, se autoparodia, se arroja al abismo, por eso mismo, para dar al mundo su grito, su protesta, su lírica visceral y solidaria. Es el abrazo vallejiano, es la máquina sublime de Eielson, es la soñada coherencia de Luchito Hernández y la vox horrísona de Juan Ojeda. El poeta, hoy en día, no hace sino caminar hacia su “desterrada fe/ de oníricas aguas”, a través del tiempo (siempre el tiempo, la conciencia de lo efímero), para hablar por los que no pueden hacerlo (el que ignora lo que ignora, o el que sabe lo que otros ignoran y no tiene palabra). Todo joven poeta es Rimbaud: eso es el “Yo es Otro” del joven poeta de Charleville. Y aquí estamos leyendo a Christian Rivera Rojas, que proviene de la Universidad La Cantuta, vergel de poetas como Cesáreo Martínez, como los poetas del grupo Estación 32.

La Cantuta siempre ha albergado a poetas en eucaristía; allí he sido testigo y amigo de varios grupos que han surgido en estas últimas décadas. El aire es más limpio, el sol más radiante, el agua del Rímac aun transparente, y la conciencia como un espejo de su entorno: clarísimo. Me alegro que la educación, allí, esté muy ligada a la creación, a la liberación de la imaginación, de la crítica y la belleza.

Por eso, quiero dar un saludo, a través de este texto introductorio, al novel poeta Christian Rivera Rojas, autor de Las Hostias del mal, quien es uno de los buenos valores que han aparecido últimamente. Una poesía sin ímpetu no es poesía. Aquí el lector habrá de sentir la explosión de un espíritu pleno de aventura y sediento de conocimiento.




Miguel Ildefonso
Portada del Sol, 2015

viernes, 31 de julio de 2015

SANGUAZA, DE JUAN RODRÍGUEZ PÉREZ


Cuentos neorrealistas
MARGINALIDAD Y DERROTA EN SANGUAZA, DE JUAN RODRIGUEZ PEREZ


Si se pudiera esbozar un mapa de la literatura peruana de la violencia del migrante, del invasor de terrenos, y su lucha por subsistir en una ciudad de más de un millón de cabezas, sin ninguna duda el panorama sería amplio, diverso, y, porque no decirlo, polémico. Y es que la literatura como reflejo social es una vertiente que tiene amplia difusión aquí. Sin embargo, aun entre esa corriente –sea en cuentos o novelas, encontraríamos diversos matices. Un cuento como “Los gallinazos sin plumas” es distinto de un cuento de “Los inocentes”; o un cuento de “Lima hora cero” difiere notablemente de “Montacerdos.” En algunas la violencia está matizada; en otras, exaltada. Pero eso sí, muchas retratan el derrotero que ha seguido la población migrante en la ciudad, y su lucha por acomodarse y enajenarse en el mundo urbano que lo mira con rechazo. Sanguaza, libro de cuentos de Juan Rodríguez Pérez, se enmarca en esa corriente, y se emparenta más con “Lima hora cero”, del escritor Enrique Congrains Martin. Al igual que él su libro es un compendio de las vivencias del migrante, de su terrible lucha por vivir y resistir. Sus personajes son antihéroes, y apenas están matizadas por la límpida prosa del autor; este no se calla nada, muestra todo. Desde la degradación en la delincuencia hasta la subsistencia por la prostitución, el abuso y el crimen. Una mirada terrible es la que nos muestra, una violencia descarnada, la de aquellos que no han logrado acomodarse y sucumben a la asfixia social. El cuento que da título al libro, “Sanguaza”, empieza así:
Nosotros fuimos los primeros en llegar al barrio confundiéndonos con el polvo del camino y los raigones de maíz que sobresalen como tétricas lanzas enterradas, resecadas por el sol y el viento caliente del verano. Llegamos por separado, pero cada uno dibujó la misma sonrisa al encontrarse con los montículos de tierra y una pequeña choza techada con palos de bambú y forrada con bolsas plásticas cubiertas de barro y piedra para que el viento y la lluvia del invierno no la fueran a destechar.
Y el relato prosigue con las vivencias de los moradores en la falda de un cerro que de pronto ven trastocados su orden por la llegada de una familia agresiva, violenta.
Todos se fijaron en ellos como si llegaran de otro planeta. Desde el principio les agarramos temor. “Pichán” era un tipo fornido, con aires de bravucón; complementaba las órdenes que daba a sus hermanos levantando algunas de sus cejas. Si no le hacían caso lanzaba un grito de animal camino al sacrificio. Su valentía se amparaba en ser mayor que nosotros por tres o cuatro años y en el apoyo que le brindaba su madre, una morena que carajeaba a cada uno de sus hijos de lo más lindo, incluyendo a un tipo que tenía como amante.
Los adolescentes se ven obligados a pelear con los recién llegados para defenderse, aunque  después entablan relaciones menos agresivas con ellos:
Fue por esa época que descubrimos que las dos hermanas de Pichán no usaban calzón. El primero en notarlo fue Coco, una tarde que jugábamos a las canicas con ellas, quien se quedó prendido, con los ojos vergonzosamente abiertos, sin atinar a nada.   
………………………….
Hacíamos turnos para mirarlas y saltar como canguros alocados sin que ellas pudieran entender nuestra angustia….
Y tal vez nunca se hubieran dado cuenta a no ser por la aparición inoportuna de Pichán.
……..
Ahí se armó la buena. Pichán nos recordó a nuestra madre como se le vino en gana y a ellas las llamó de putas y recontraputas, mientras las iba jalando del pelo e intentaba introducirlas a su casa. Corrimos hasta la esquina esperando escuchar los gritos a que nos tenía acostumbrados. Pero lo que se escuchó fueron carajos que largaba la hermana mayor, opacando la voz de Pichán: “¿Y que tiene? ¿acaso me van a comer? ¡Los ojos se han hecho para mirar, negro huevón!”

Pero hay más historias, 14 en total, casi todas marcadas con la tragedia; algunas atenuadas por la ironía y la maestría para narrar que tiene Juan Rodríguez Pérez. Eso lo que hace que asistamos arrastrados a este espectáculo variopinto de personajes populares, compadeciéndonos, en alguna historia de la penosa suerte que nos muestra su autor. Es, digamos, parafraseando una etapa del cine italiano, una suerte de neorrealismo literario, crudo, con angustias, de seres sin voz, parecidos a los personajes de “La palabra del Mudo”, solo que estos han caído más bajo; no son seres fracasados o temerosos, son marginales que viven, en algunos casos, fuera de la ley, sin ningún poder de redención. A esa faceta de la realidad, Juan Rodríguez Pérez nos ha obligado a mirar, como recordándonos lo que ha sido la formación de los distritos periféricos de Lima, y resaltando que, en arte, hasta lo grotesco y repelente puede ser retratado por ésta.

La Literatura y la Historia, mediante la mano maestra de Juan Rodríguez Pérez, una vez más se dan la mano.  

Lima, 31 de julio de 2015

Jack flores vega


jueves, 9 de julio de 2015

LA MEMORIA Y EL OTRO, DE LECCIONES PARA UN SUICIDA, DE JACK FLORES VEGA


Acerca de Lecciones para un suicida

LA MEMORIA Y EL OTRO


Nueve cuentos de amor, locura y muerte. Ese puede haber sido el subtítulo del primer libro del joven narrador Jack Flores Vega, Lecciones para un suicida (Ediciones VL, Lima, 2001, 89 pp). Y ello porque, en efecto, el conjunto de relatos que reseñamos remite al espectáculo de las pasiones humanas. El repertorio de temas es notoriamente patético –entendido este último vocablo estrictamente en términos etimológicos-. Crímenes pasionales, asesinatos, desamparo, seducciones y dos suicidios sirven para delinear las conflictivas vidas y los dilemas existenciales de sus personajes, que no por azar –como veremos más adelante- son exclusivamente pobladores de asentamientos humanos ubicados en los márgenes de la capital de la República.

Flores Vega ha confeccionado su comedia humana echando mano a técnicas literarias modernas, tales como el monólogo interior, el narrador omnisciente y los diálogos intercalados, todo ello puesto al servicio de una narración ágil, de índole casi exclusivamente realista, anecdótica, de efecto calculado, a veces humorístico, que sorprende y sobre todo entretiene al lector.

Pero quizá el rasgo más marcado es la evidente intención de los textos de enfocar algunos aspectos morales y políticos de la sociedad contemporánea que afectan directamente a un sector marginal de la población limeña. Lecciones para un suicida, por ello, puede considerarse como una exploración de la cultura del migrante, que contrasta y entra en crisis al contacto con la cultura dominante de la capital.

La anécdota y la identidad

Una lavandera le cuenta a su patrona cómo conoció a su esposo. Un preso le cuenta a otro preso cómo su comunidad ajustició a un ratero. Un hombre cuenta a sus amigos cómo su abuela visitó el cielo y el infierno. Es curioso comprobar que en tres cuentos que conforman Lecciones para un suicida se repite la misma situación comunicativa en la que un personaje ficcional cuenta una historia a un auditorio también ficcional.

Como en las muñecas rusas o las cajas chinas, los cuentos Linchamiento, El que piensa y El enviado enmarcan cada uno un cuento dentro de sí, que en los tres casos citados adopta el género de anécdota.

En Linchamiento, probablemente el mejor cuento del libro, la anécdota es la siguiente: un grupo de pobladores de un asentamiento humano da muerte a un extraño que entró a la vivienda de uno de ellos para robar y violar a una niña, aprovechando que las personas mayores se hallaban departiendo en una actividad comunal –una pollada-. Sin embargo, el delincuente es apresado por los vecinos y recibe como castigo una muerte horrorosa: es bañado en gasolina y muere quemado. Cuando llega la policía para hacer las pesquisas e interrogar a los testigos del hecho, un efecto psicológico defensivo hace que nadie haya visto quien fue el que le prendió fuego al criminal. De esta manera, todos son responsables, pero nadie es culpable. Como Fuenteovejuna. Sin embargo, la policía detiene como sospechoso a un vecino, que es precisamente el que narra la historia. Este personaje –que tampoco vio nada y explica su ceguera porque no es un soplón –se muestra confiado ante su interlocutor (que es otro preso) en que pronto saldrá libre porque su comunidad lo respaldará en su defensa legal. Es decir, que para él no hubo crimen y tampoco por ello debe haber castigo. El tema principal, como se deduce, es el derecho que una comunidad tiene de quebrantar el orden moral oficial para defenderse de agresiones externas, amparándose en un concepto distinto de justicia. Es en otras palabras la abrupta emergencia de otra justicia, institución que puede ser comparada con la justicia popular.

Sin embargo, queremos remarcar el hecho de que pragmáticamente el cuento es la historia de un hombre que le cuenta una historia a otro hombre, y que pese a la vivacidad de la descripción realista que efectúa el personaje, él es productor de otro texto, cuya intención comunicativa no es describir notarialmente los hechos, sino elaborar una imagen de sí mismo y de su comunidad para explicar ante los demás (es decir a los otros) quien es.

Eso mismo sucede en El enviado: una madre de familia pobre hace memoria de cómo llegó a la capital y fija una versión ante su patrona en la que ella aparece como una chica de pueblo seducida por un hombre carnavalesco que la trajo a Lima, tuvo cuatro hijos con ella y la abandonó escapándose con su propia hermana. A diferencia del anterior cuento esta versión sirve ya no como simulacro de la historia de la comunidad, sino es una apretada biografía de uno de sus integrantes. En ese plano, en el individual y específicamente en el que corresponde al género, el cuento es la historia de una mujer que le cuenta a otra mujer su vida. Quizá por ello el texto enfoca la idea del desamparo y la precariedad de las relaciones con lo masculino, es decir lo otro genérico.

En El que piensa un hombre se dirige a un grupo de amigos reunidos al aire libre y les revela que el diablo gobierna el mundo. Sin embargo, luego de procede a declarar que “este mundo lo hizo Dios”. Y explica esta versión en términos dinámicos: “Es decir uno trabaja y el otro se aprovecha de lo que el primer hizo”. Uno de los oyentes pide al narrador-protagonista que explique qué le hace pensar de ese modo tan peculiar. Es entonces cuando este narra la historia de su abuela, quien luego de morir se va al cielo e importuna a Dios y a Jesús exigiéndoles que piensen algo para remediar la situación en la que se halla el mundo (“es un mar de desgracias. Hay muchos mendigos y niños que lloran de hambre”, “muchos niños son golpeados y otros tantos son vendidos como bestias”, “Hay mucha injusticia en el mundo, unos pocos viven en la abundancia mientras una gran mayoría vive en la pobreza. Los jóvenes, desesperados y confundidos se drogan y se producen tantas guerras que llenan de luto a muchas familias”). Las dos divinidades le dicen que nada se puede hacer que lo que está escrito se cumplirá, y para que no cause una rebelión la expulsan del cielo. Satanás, quien recibe a la abuela, es también interpelado de la misma forma. Sin embargo, es más categórico en su respuesta: dice que ya todo está pensado y lo que ocurre en el mundo se ajusta a sus deseos. La fábula moral termina con la escena de la abuela “que se quedó a vivir en el infierno toda su vida”, pues era en ese sitio donde realmente encontró la verdad.

Este texto es particularmente interesante, pues es el único cuento del libro en donde el público ficcional es la misma comunidad. Todo indica, pues, que se trata de una reunión entre iguales. Pero llama poderosamente la atención que también sea el único relato de todo el libro en el que cambia el registro de escritura: ya no es realista, sino más bien fantástico. Para interpretar esa variación podemos recurrir a la semiología, uno de cuyos postulados señala que no existe comunicación posible entre iguales, es decir entre individuos que manejan el mismo código. La comunicación, el intercambio, pues, solo es posible con el otro. Y es aquí donde podemos plantear otro eje de otredad existente en el libro de Jack Flores Vega, basándonos en la relación del fabulador con su público. Ese otro, pues sería el artista de la palabra que a través de su imaginación puede trascender este mundo y ver las cosas como son y también como pueden ser.

Si homologamos el narrador de anécdotas ficcional de los cuentos con un paradigma de escritor constatamos que como actor ha logrado insertarse en su cultura mediante los poderosos y dinámicos atributos de la anécdota o la fábula moral revestida con aire de una remembranza o recuerdo.

Su estrategia puede ser descrita de manera sucinta de la siguiente forma: se trata en primer lugar de capturar la atención del público-lector con la promesa de la diversión, distrayéndolo de otras ocupaciones para, así mismo, transmitir o comunicar alguna información trascendente. Un artista así no solo ha hallado una forma eficaz de cohesionar a su comunidad, sino que también con su labor contribuye afanosamente a la conformación de la identidad de su auditorio suministrándoles una serie de valores.

Si echamos una hojeada a los demás cuentos de Lecciones para un suicida, comprobamos que muchos personajes ejercen dinámicamente los poderes de la memoria, muchas veces para sobrevivir, como es evidente en el relato titulado “El soldado desconocido”, donde la recuperación de su pasado sirve de reivindicación al protagonista (un viejo ex combatiente de la guerra del 41). En cuanto al cuento “¿Te acuerdas, Regina?”, creemos conveniente eximirnos de mayor comentario, pues una reseña debe incitar al lector a que explore el texto por sí mismo.

Baste decir que, en términos generales, la anécdota y la remembranza son recursos utilizados con bastante eficacia en el libro de Jack Flores Vega. Su valor reside en que son poderosas operaciones de la memoria y en ese sentido son una vía de relacionarnos con el pasado de algo o de alguien. Sin embargo, son también un simulacro de la historia, pues pretenden dar espesor a la vivencia del presente y posee el efecto gradual de acumulación de cierto tipo de información que debe ser fijada en la memoria de las personas y que de alguna manera pasa a ser su tradición.

Otro rasgo que no pasa desapercibido de Lecciones para un suicida es su vocación de entretener y la brevedad de los textos, que lo emparenta con una antigua y muy rica tradición de literatura popular. En ese sentido, el libro que hoy nos ocupa deriva filogenética y metafóricamente hablando de los almanaques, esos compendios de predicciones, calendarios, consejos médicos y agrícolas, anécdotas curiosas y fábulas morales, que constituyeron un medio de transmisión de cultura entre las clases populares, en España y Latinoamérica desde los siglos XVI al XIX, que no tenían acceso a la literatura o a los libros de historia. Hay que añadir que –pese a la fama, divulgada incluso por sus propios editores, de “servir solamente para divertir y decepcionar al vulgo”- no fue casualidad que cumplieran una función muy importante en la propagación de ideas políticas revolucionarias –específicamente liberales- en épocas de absolutismo.

Las imágenes del Otro (fin)

Como fenómeno social, la conformación de los pueblos jóvenes y asentamientos humanos en la capital ha merecido numerosos acercamientos, que van desde estudios y análisis de especialistas pertenecientes a distintas disciplinas sociales hasta las escenas difundidas por los medios de comunicación. De estos últimos tenemos grabadas las imágenes que adquirió el vertiginoso crecimiento de la capital: a un lado de la carretera, el horizonte se puebla de un coro de siluetas humanas que bajan de los cerros y empiezan a trabajar como hormigas. A la mañana se ve que han transformado el paisaje: amanece un enorme arenal minado de casuchas construidas con palos esteras. Invasores, les dicen.

En cuanto a los estudios académicos, los discursos adoptan el típico lenguaje de la ciencia a finales de la década de los setenta, un sociólogo afirmó que son fruto del “desborde popular y la crisis del Estado”. Y a mediados de los ochenta un economista los describió como “empresarios informales” y “germen de capitalismo popular”.

Finalmente, si –como dicen- una imagen vale más que mil palabras, podemos retrotraernos a las primeras líneas de esta reseña donde apuntábamos el carácter patético del repertorio de temas de Lecciones para un suicida, para señalar la identidad de estrategia de Jack Flores Vega con aquella practicada hace cientos de años por los magos de la memoria, como Giordano Bruno. Aquellos artífices recomendaban a aquellos oradores que quisieran imprimir en la mente de su auditorio conceptos o ideas duraderas que las alojasen mediante palabras en escenas monstruosas, es decir, con capacidad de mover, impresionar, mostrar, importando poco si son obscenas. Y es eso precisamente lo que se encuentra en el libro de Jack Flores Vega, a la venta en la caseta de fotocopias de la facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.  


Gabriel Espinoza
Estudia

viernes, 12 de junio de 2015

SOMBRAS EN EL TIEMPO, DE JAVIER CABALA


Libro de cuentos
AMOR, DESAMOR Y VIOLENCIA EN LOS CUENTOS DE SOMBRAS EN EL TIEMPO, DE JAVIER CABALLA

El cuento, desde mediados del siglo XX ha devenido en un género autónomo, de arte mayor, liberándose de la supremacía de la novela que lo copaba todo. Así, han aparecido grandes cuentistas, maestros indiscutibles del arte narrativo quienes, incluso, han escrito sus famosos decálogos, consejos sobre el arte de escribir cuentos. Así tenemos, en Latinoamérica, a los uruguayos Horacio Quiroga y Juan Carlos Onetti, cuyos decálogos son por todos harto conocidos. En el Perú, también tenemos a uno que escribió su decálogo: Julio Ramón Ribeyro, nuestro gran escritor del género, cuya tercera norma de su decálogo reza así: “el cuento debe ser de preferencia breve, de modo que pueda leerse de un tirón.” Otra más, la sexta: “el cuento debe mostrar, no enseñar, de otro modo sería una moraleja.” Pero, ¿qué significa que el cuento sea de preferencia breve, es que acaso los cuentos largos no se pueden leer de un tirón? No, nada de eso,  también se pueden leer de un tirón; eso ya se debe a la pericia del autor. Hago este comentario porque el libro que se presenta ahora, Sombras en el tiempo, consta de 5 cuentos, de los cuales, el cuento que da título al libro es el más largo del texto; aproximadamente 31 páginas; y desde el principio hasta el final se puede leer de un tirón, como manda el decálogo:
Lugar saturado…
Memoria agobiada…
Muerta la noche…
Nada me importa porque los ataques se acrecientan. No me dejan tranquilo. Más aun cuando veo a alguien que está hecha toda una mujer y parece una reina que deslumbra glamour y belleza. “¡¿pero será quien pienso?!” porque estoy lejos, en el último piso del salón de recepciones Palace Royal. Es la fiesta de graduación de Rosmery, una íntima amiga. He subido aquí porque deseo apartarme de la fiesta y del ensordecedor ambiente que se percibe. Justo cuando lo he conseguido, quedo prendido por esa encantadora chica que está entre un mar de señoritas. Algo me dice que es ella. La misma que años atrás, un día inolvidable, se fue lejos para no volver, dejándome el corazón destrozado.

Y con esa cadencia, con ese principio, con esa prosa degustable, el narrador nos va metiendo en la trama del cuento; el personaje narrador que se ve envuelto en un conflicto al desconfiar de su pareja, quien termina abandonándolo; y justo cuando él está buscando olvidarla, ella regresa, haciéndolo rememorar:
Así, con estas remembranzas del pasado, voy recordando en lo más profundo de mi memoria el día que conocí a Sofi.  ¿Cómo olvidar ese maravilloso día cuando escribimos estupendos capítulos de nuestras vidas teniendo a la playa como único escenario de nuestros sueños adolescentes? Lugar fastuoso donde nos vimos involucrados con el fenomenal horizonte azulado del mar. Ese maravilloso mar que nos dibujó de manera asombrosa lo bellísimo que es la vida. Ahí, situados en ese paraje de sueños y fantasías grabamos nuestra historia de amor, cubiertos bajo la lluvia dorada del sol que fulguraba todas las mañanas sobre la arena infinita del litoral.

Pero no solo hay buena prosa en el texto, también hay el buen manejo de los diálogos; estos son naturales, dinámicos, empapados de contradicción. Y también hay el manejo de la tensión; crece y decrece, manteniendo la curiosidad del lector. Y por último, remata su cuento revelando al final el dato escondido. Buen cuento de Javier Cabala, de lejos su mejor cuento. Pero hay otra norma del decálogo que mencionaba; la del cuento que muestra y no demuestra. Y eso es lo que hace su autor, no busca demostrar algo, sino mostrar los destinos de sus personajes, por muy crueles que sean. De hecho, intentar demostrar algo, ya es redundante, la literatura, la historia por sí misma va a demostrar algo. Dejemos que sea el lector quien lo aprecie. Aquí una corta muestra de su cuento Entre cruces y cuchillos, un cuento empapado de violencia, donde dos hombres, integrantes de pandillas rivales se enfrentan a navajazos, sin ningún ápice de compasión o tregua. El resultado es la muerte de más de uno.  
-¿Y dónde está Yaco?, si se puede saber –señalé.
-No lo sé, solo me encargó que les pasé el dato –agregó Malvin.
-¿Y dónde es el duelo?
-En el matadero, atrás del malecón, en la playa.
-¿Y cómo se armó la bronca? –pregunto el chino Lee.
Y Malvin contó:     

El narrador otra vez hace un salto en el tiempo, y rememora los hechos del pasado, el puerto de Pisco y el momento en que ambos rivales se retaron. No hay compasión, repito, y el autor nos hace vivir un momento violento, de terrible final que es lo que prevalece en esta historia.
Hay otros cuentos más, de desamor y soledad, y uno de tragicomedia: Los gorreros, típica escena obtenida de la costumbre social de nuestro país, y que el autor ha sabido recrear. Decía el gran escritor francés Maupassant que un escritor debe ser un buen observador, y aquí, con este cuento cuasi costumbrista Javier Cabala demuestra serlo. Mis felicitaciones para él y para la literatura de Huaral, que, al igual que otros narradores del interior del país, van dibujando el nuevo mapa literario del Perú.
Optimismo por eso.

Lima, 12 de junio de 2015


Jack flores vega

lunes, 13 de abril de 2015

LIBRO DE HAIKUS


Libro de Haikus
NÓSTOS, DE ELIO OSEJO


Leer un libro de Haikus en la poesía peruana actual es una sorpresa. Lo que no quiere decir que antes no se haya cultivado dicho arte japonés. Ya nuestro eximio poeta José Watanabe, si bien no fue pródigo en este género poético, sí exhibía en su obra el espíritu del Haiku. Diferente a él, otros artistas latinoamericanos sí hicieron de la escritura del Haiku parte de su vida. Borges y Octavio Paz fueron quienes más llamaron la atención en dicho arte. El primero por escribir un libro luego de su viaje a Japón, y el segundo no solo por escribir logrados haikus, sino también por traducir un libro de uno de los fundadores del Haiku, el poeta japonés Matsuo Basho, “Oku no Hosomichi, Sendas de Oku”, que es una mezcla de diario de viaje intercalados con poemas haikus. Un hermoso libro. Pero lo que nos llama la atención ahora, en el presente inmediato, y evoca -con sugerencia y brevedad, con espíritu de haiku- es el libro reciente del poeta y narrador residente en Huancayo Elio Osejo. Su libro: Nóstos, está compuesto de 366 haikus, y tiene notables composiciones, convirtiéndose así en uno de los singulares cultores del género en el Perú.  Aquí una muestra:  

Rugen las olas,
El mar contra la roca
Noche en el puerto.

Aquí tenemos un típico poema haiku, versos de siete, cinco y siete silabas, con el último verso operando como un desenlace.  Entonces ya podemos tener una idea de la forma y espíritu del Haiku: el asombro y emoción, el asir el presente y fundirse en él, la relación con la naturaleza y la percepción directa de las cosas.

Tras las montañas
El destino me espera
Silban las ramas

Esto es haiku, evocación, reflexión, profundidad. El lector tiene que completar estas tres experiencias: la del poeta, la del lector mismo y la de la naturaleza. Pero no solo hay la relación con la naturaleza, el fundirse con el presente, sino también está el amor y desamor; esto último parece extenderse a lo largo del libro.  

Amores muertos
Se desprenden del alma,
Hojas de otoño

Cruentas palabras,
Cadáver exquisito.
Monotonía.

Tragedia matizada, evocación, la aparente suave melancolía es lo que muestran los haikus de desamor de Elio Osejo. Y también imágenes, gran creación de imágenes que observamos impávidos.

Te di mis alas,
Pisoteaste mis sueños,
Caída libre

Alas de arcilla
Y corazón de piedra,
Me amaste un día.

Pero no solo hay referencia al amor en el libro, sino también a la poesía misma, que como trampa, ha hecho caer al poeta, y lo tiene a su merced.

Literatura,
Seductora mentira,
Te pertenezco.
Y para concluir, un haiku más extraído del libro de Elio Osejo, que despierta nuestra emoción  a través de la sugerencia:
Así es la vida;
Lo pasado, pasado,
Fin del poema.

Pero estamos seguros que el poema no terminará, y que Elio Osejo, cual mago prestidigitador de la palabra, sacará otro texto de su manga y nos regalará otra magia que nos haga emocionar estéticamente. Por el momento, contentémonos con leer estoy haykus que los maestros Basho y Yosa Buson, lo llamaban también poemas para el camino. Y ya sabemos que el camino de la poesía es largo, muy largo, casi infinito. Mis felicitaciones para Elio, y mi homenaje en este sencillo haiku:

Suave murmullo
Emerge de tu libro
Cantor de lo breve


Lima, 12 de abril de 2015

Jack flores vega

miércoles, 18 de febrero de 2015

NOVELA DEL FEMINICIDIO DE CARLOS RENGIFO


Novela del feminicidio
UN ALIENTO EN EL OCASO, DE CARLOS RENGIFO


Leer o enterarse de la aparición de una novela sobre la violencia política no es algo raro en el Perú, dado su historial apocalíptico reciente. Pero leer una novela de la violencia  feminista, a pesar de la fuerte connotación  machista en nuestra sociedad, sí es algo raro en el país, porque generalmente no se escribe sobre ella; peor aún, no hay una corriente literaria que abone a favor de ella -en narrativa me refiero, porque en poesía sí tenemos casos, empezando por la chica mala de la historia/ la que le puso cuernos al marido….-. Pero volviendo al punto, cabría preguntarse, ¿por qué, dado el machismo y feminicidio imperante en los distintos estratos sociales, no se tocan esos temas en la narrativa peruana? Quizás, para algunos escritores sea un tema menor, no atractivo; o quizás se deba al hecho de que la novela de la violencia, la de la guerra interna, ha monopolizado y opacado otros temas. Sea cual sea la respuesta, el hecho es que tenemos a un notable narrador que ha venido tocando este tema sin miramientos, obedeciendo quizás a sus demonios sensitivos o su curiosidad literaria. El caso es que la novela “Un aliento en el ocaso”,  del escritor limeño Carlos Rengifo, es una joya más de su producción, y en la que, me atrevo a afirmar, exhibe sus mejores logros: un enorme poder de persuasión y un talento narrativo solvente, lo suficiente para inmiscuirnos en esta tara y desenmascarar lo que, a la postre, quizás sea la mayor muestra de análisis y consecuencias de este mal imperante en la sociedad de hoy.
Pero no es una novela de denuncia, tampoco una novela de tesis, es una novela de buena envergadura que se preocupa más de contar la historia, de hacerla creíble, y regalarnos un momento de solaz, a la vez que nos inmuniza (aunque sea temporalmente) contra este mal du siecle de país emergente. “Una obra muestra, no demuestra”, es la consigna que enseñan los manuales. Y así nos ha convencido el narrador con esta obra.

Luciana Valverde es una adolescente que se enamora de un compañero de su colegio Matías, un muchacho de un hogar desestructurado, totalmente celoso que busca controlar a Luciana.   
         -¿Por qué lo saludas? –me espetó entonces Matías.
         -¿Qué? ¿Acaso no puedo?
        -Eres demasiado coqueta –dijo-, se ve que te derrites por él. Me estás faltando el respeto,  
        Luciana. No deberías hacerlo, y menos frente a mí.

Y luego la protagonista, que es la que cuenta la historia, nos dice:
No vi venir la transformación hasta que estuvo aquí, tan oscura como inesperada, batiendo sus alas de intolerancia en un aire enrarecido, difícil de respirar. Sin que nadie se lo pidiera, Matías de pronto empezó a ser mi perro guardián, mi sombra, el gruñón que espantaba a todo aquel que pretendía acercárseme.

Y el relato va in crescendo hasta culminar con la muerte de la protagonista.
Con el personaje como alma en pena empieza la segunda parte de la novela, y allí es donde el talento mágico del escritor nos convence de hechos que, aunque parezcan inverosímiles en la vida real, son creíbles en la ficción. Y poco a poco va hilvanando y reflexionando, cargándonos de sorpresa y curiosidad por conocer el resto de la historia. Mágica, fabulosa, un regalo al paladar, es lo que se podría afirmar al terminar de leer.
De este modo Carlos Rengifo ha mostrado una novela madura, de enorme peso existencial, de magia narrativa e imaginación. Sin duda sus mejores atributos novelísticos están comprendidos aquí. Un aliento en el ocaso se convierte así en una novela que todos deberíamos leer, que todos debemos leer, desde adolescentes hasta adultos, y desde adultos hasta el más allá, para comprender y cuestionarnos lo que somos y lo que engendra esta sociedad. ¿No dicen que un escritor es una piedra en el zapato para la sociedad, un espejo en el que otros ven sus rostros? Bien, sin duda, el mejor rostro de Carlos Rengifo está aquí, veámoslo.  

Lima, 18 de febrero de 2015

Jack flores vega  

martes, 17 de febrero de 2015

La Nada

Relato 
LA NADA


Aquella noche llegué a casa adolorido. Solo entonces he podido comprender el dolor de Jesucristo al cargar una cruz que no era tan solo pesada sino también lacerante.

Había saboreado la dicha. La felicidad me perteneció, y por unos días tuve los sueños más bonitos que me hicieron ver que la felicidad estaba al otro lado de la orilla, esa orilla que no pude o supe cruzar.

Sucedía lo de siempre. Las risas que desempolvaban alegrías viejas y las palabras que se cargaban de emoción y se disparaban para dar en el blanco, en el centro del corazón en donde iban abriendo el camino por el cual discurriría la ilusión. Después, a la salida, mi pretensión de acercarme a ella y hacerme parte de su vida. Y ella con su huida, sus pasos precipitados buscando la compañía de otra persona para que la acompañe a su casa.

Todo era desconcierto para mí. Y así sucedían los días; la misma rutina. Pero nada permanece igual. Y el camino vino abrupto, despiadado a quitarme la poquísima alegría que a mí me bastaba para ser feliz.

Mirta Bracamonte siempre demostró ser rebelde y opuesta a los prejuicios de la gente. Entraba a su juventud con la espada en una mano y, en la otra, el código de justicia por ella misma redactado. Tales eran sus armas con las que blandía sobre la mente de las personas.

Y se puso a criticarme y a darme su perorata de buen comportamiento y buen juicio. Y yo no se lo permití…. Y ella no me lo perdonó jamás.

Yo estaba en risas con Matilde en el interior del aula que se había convertido en mi nido de primavera. No encontró Mirta, mejor ocasión de intervenir para vengarse. Y susurrando al oído de Matilde, cual moderna Celestina, le iba incubando ideas deformadas de mi persona. ¡Y Matilde demostró ser tan voluble! No tardó en ponerse en mi contra.

La tortilla estaba volteada. Mi arrebato de cólera fue lento pero creciente. Y no era para menos: me quitaban la sonrisa. Uno va resistiendo el pesar, acostumbrándose a vivir así, pero nada permanece igual.

Se presentó Tintín con su presencia avasalladora y encontró el deseo en Matilde. Antes, como buen abogado que era, me dijo: “o te mandas de una vez o ella será mía.” No hay peor frase para lanzar a uno al abismo.

Las ideas se sucedían en mi cabeza tratando de hilvanar el mejor plan para acercarme a ella. Pero Tintín no espero más de un día. Lanzó otra vez su frase, pero ya no a mí, sino a ella: “Matilde, le dijo, estoy pensando que verso dedicar a tu belleza.”  Y fue un estallido de emoción para ella. Y para mí, traición. Tintín no respetó mi presencia. Y ahora la alegría de ella ya no era para mí. Estaba acabado. Decidí dar la vuelta a la página y asumir un fracaso más al corazón.

Pero Matilde no se quedó callada. ¿Quién entiende a las mujeres? Viendo mi indiferencia total hacia ella, me lanzó frases hirientes. Respondí. Y así estuvimos, pero, ya lo dije, nada permanece igual. Dándome cuenta que la guerra podía ser mucho más feroz, decidí apaciguarme. Pero, ¿quién controla las emociones?

Al día siguiente estalló la batalla, mucho más encarnizada de lo que pensaba. Ella lanzó frases amenazadoras, levantó tanto la voz que hasta en las montañas se podía escuchar, pero yo, sereno y provocador, decidí la batalla a mi favor. Todos los compañeros del salón de clases se asombraron de esta ruidosa batalla. Y se habló de ella entredientes durante algunos días.

Y así terminó todo. Lo demás no merece la pena contarse. No nos dirigimos más la palabra y nos tratábamos como extraños… y alguna que otra burla indirecta.

Y eso es todo lo que puedo decirte sobre el arte de escribir cuentos: cuando uno quiere lograr algo, surge la dificultad. Y cuando se intenta superarla, surge otra dificultad mayor, agregando tensión a la acción. Y luego vienen el final: natural e inesperado.


Jack flores