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jueves, 27 de diciembre de 2012

KILTROS, DE JAVIER MILANCA




Relatos de un escritor de Chile
KILTROS, DE JAVIER MILANCA


Nunca había escuchado la palabra Kiltros, ni tenía idea de lo que podía significar. Pero al leer este libro de 16 relatos, del escritor de la vecina República de Chile, Javier Milancas, no solo he asimilado el significado de esta palabra, sino también todo lo que esta engloba en relación con los personajes y temática del libro. Kiltros, en el idioma mapuche, o mapudungun significa, “perro”, pero no cualquier perro, sino el perro mestizo, -el chusco, como decimos en Perú-; también se refiere al perro callejero, de ascendencia desconocida, sin abolengo, para decirlo de un modo social. Y aquí es a donde quiero llegar. Kiltros es un libro cuyos personajes están marginados,  rezagados, olvidados, y que la pericia del autor rescata para darles vida en unos relatos que bien nos lleva a una reflexión, a la risa y al gozo. Están muy bien narrados, sin alarde de experimentalismos, su estilo –a decir del prologuista, un realismo chungo (malo); lejos del Mcondo o el Crack mexicano-, está salpicado de frases jocosas, novedosas, algo tremebundistas, pero que funcionan en el propósito que ha querido darles el escritor: mostrar el mundo de estos desadaptados y marginados de la modernidad, sin apenarse por ello; un mundo mucho más cruel que el que retrato nuestro notable escritor peruano Julio Ramón Ribeyro respecto a la sociedad peruana. La diferencia es que estos son relatos post globalización, de la sociedad chilena, pero que bien podría servir para cualquier otra sociedad…latinoamericana.       
Relatos cortos, largos, de dos páginas, o más, pero que llevan la originalidad de su autor. Son, como lo dice el prologuista, una suerte de crónicas fragmentadas amargosas y picantes, sobre la espiral de la violencia, el alcohol, la miseria, la soledad, los mata gatos callejeros, el odio racial al inmigrante, la pobreza, la discordia y los prejuicios. Todo eso, amenguado por el humor del autor, que nos divierte y nos saca de la modernidad para meternos a vuelo rápido en este mundo cruel, de realismo chungo chileno que viene a ser, la otra cara de la medalla de la globalización actual. ¿No suena esta frase conocida? Bueno, aquí lo mostramos:
“La Amelia Mariman era fértil como conejos. Tenía diez hijos seguiditos y en hilera como una melga de papas. Aun no enterraba los 25 años y ya parecía de cincuenta. Es que los partos le habían agrietado el rostro, como la tierra seca de tanto dar y dar; le habían enchuecado la espalda, como el tronco de los manzanos demasiados cargados y le habían poblado las piernas flacuchentas con nudosas várices violetas.
-¡Me agarran una teta y quedo embarazada!”

La frase, por supuesto, es de la Amelia.
En otro relato leemos:
“Era muy blanca, de pelo negro y largo como esas hermanas evangélicas que cantan en las esquinas de las casas y que miran con la misma solapada coquetería a la biblia y a los hombres.”
En otro relato:
“Al Mansillita, hombre con una voluntad de oro, le intimidaba hasta el placer la Filomena, feroz secretaria olorosita y de uñas largas, con aires de modelo de la tele que sabe de plantas y de cortinas. Le mortificaban hasta el amor, sus tacos asesinos que le contorneaban unos tobillos finos, como de mentiras.”
Y una cortita, para deleite nuestro:
“Llegó dando pasos lentos como de tortuga oxidada.”
Y basta. Si queremos leer más tendremos que asomarnos a este libro que, como un puente entre ambos países, llega ahora también a lectores peruanos. La literatura nos une. Vale.       

Lima, 27 de diciembre de 2012 

lunes, 15 de octubre de 2012

POEMARIO DE SABINO TINTA AYMA: TRAVESÍA HACIA LA MUERTE



Poesía indígena, ecológica y rebelde
Travesía hacia la muerte, de Sabino Tinta Ayma


… Además, los versos de estos poemas no se parecen a nadie, solo se parecen a mí, tienen las mismas características de mis ojos, mis brazos, mis huesos. Las melodías que vibran en cada verso son mi voz, mi llanto, mi ira, mi risa, mi alegría. Por eso digo, los poemas que hoy les ofrezco en estas páginas son como soy, tienen la misma fisonomía y la misma estatura que yo.
Estos poemas nacen de mi cultura y van a mi cultura, brotan de mis raíces y van a mis raíces, que están a punto de secarse.

Así nos habla, con desgarro, con clamor, con sentimiento telúrico, el autor de este poemario cuya fuerza y color viene de lo hondo, de su infinita cultura milenaria; de su contacto con la naturaleza y de su rebeldía ante la locura de la autodestrucción que el mismo hombre se empecina en seguir. Sabino Tinta Ayma es andino, de la comunidad campesina de Orccocca y Collana, del distrito de Checca, Canas, Cusco. Educador, que reside ahora en la capital desde la cual es testigo de la hecatombe a que nos está llevando este sistema consumidor, alienante, opresivo para todas las culturas autóctonas, para la propia subsistencia del ser humano, sordo y ciego ahora, envuelto en la vorágine de la modernidad y la razón deificada que no permite cambiar a un mejor sistema de vida.

¡Oh, árbol!, te erguiste cual guerrero legendario en el valle, en la montaña, en la quebrada, en el campo desolado; acariciado por el viento suave; abatido por el tornado violento; castigado por el granizo salvaje; congelado por la helada del invierno; y lastimado por la avezada nevada, que en muchas ocasiones logró echar por tierra tu cabellera atractiva; pero nadie logró destruir tu valentía; fuiste más que un Quijote.    

Su canto al árbol, como símbolo de la naturaleza, de la pacha mama ha logrado subsistir en los terrenos más agrestes, e imponerse y llevar vida es elocuente. Pero ahora, temeroso de su destrucción, de la contaminación del medio ambiente, de la desolación del hábitat, de la despoblación y aniquilamiento de las comunidades alto andinas, advierte, alza su voz:

¡Oh, árbol bendito, hermano mío! Creciste en más de treinta años y moriste en menos de cinco minutos. ¡No hay nadie que detenga la mano brutal de la especie humana! ¡No hay nadie que aguante la actitud vil de los humanos! ¡No hay nadie que te defienda con firmeza! Somos la especie más ambiciosa y criminal, enemiga de nuestra propia existencia. Yo pregunto: ¿Qué demonios haces, hombre?  

Pero su clamor no está expresado solo en prosa, sino también en verso, en donde, con voz nostálgica nos dice:

Yo nací en esta casa,
crecí con cerebro envenenado,
con ojos vendados
con manos atadas,
            sin valor;
a los pocos días
la sed, el dolor
me mantuvo entre sus filudas
mandíbulas,
y por las noches, entre sus garras mortíferas.
Yo nací en esta misma casa,
sin embargo…
no he visto crecer ni un manzano
ni árboles frutales
ni conozco una arboleda nutrida de flores
y pájaros;
apenas, troncos añejos
que hoy sobreviven carcomidos
abatidos por la tormenta
y castigados por la helada.

El poemario tiene la temática de la naturaleza, de la vida acosada, de la alienación, de la protesta rebelde, pero estos temas por sí solo, no hacen que el libro sea andino; sino que es andino por sentimiento, por su modo de expresar y clamar. Allí es donde se emparenta con otros escritores y poetas del ande. Por su prístina manera de ser, de sentir, de vivir. Aun cuando ahora se encuentre en la urbe. Su lenguaje no cambia. Lo occidental no mata en él lo mágico, lo autóctono; vive y se manifiesta como es. Por eso es que Travesía hacia la muerte es importante, porque sin descuidar la forma de expresarse brota de sus versos el alma indígena, se esparce y nos habla del árbol, de la casa, de la vida, de la muerte, de la esperanza, y nos advierte:
Obreros, campesinos, maestros y estudiantes de toda América
Hagamos del planeta un bosque lleno de flores, pájaros y frutas,
Que sigan cantando los ríos, que sigan trinando las aves, que siga riendo el sol
……………………

 Su canto es ecológico, actual; y por raíz, porque representa a todos y contiene el deseo de todos, es universal. Un claro ejemplo de afirmar lo autóctono, sin caer en falsedades. “Yo soy, sigo siendo”, parece decirnos, cual amauta Arguedas, el autor. Así lo valoramos.

Lima, 15 de octubre del 2012

Jack flores vega  

sábado, 1 de septiembre de 2012

LIBRO DE CUENTOS: MUNDOS ADYACENTES, DE MANUEL GONZALES SALDAÑA


Mundos adyacentes, de Manuel Gonzales Saldaña


Hay obras que se nos presentan atrayentes, sugestivas, que nos atrapan en la primera línea. Y hay otras cuyo poder de atracción va lento, de a poco, y solo después de haber leído algunos párrafos podemos vislumbrar su poder de seducción. ¿A qué se debe esto? Al manejo del lenguaje, a la atmósfera creada, a la técnica…o a la personalidad del escritor. Digo esto porque el libro que empiezo a comentar tiene mucho, muchísimo de la personalidad y vida del autor. Mundos Adyacentes, del escritor chotano, Manuel Gonzales Saldaña, es un conjunto de cuentos de estirpe popular, ambientados, en su mayoría, en el lugar de nacimiento del autor -Chota- y en Huaral, la ciudad donde trabaja y reside actualmente. Desde estos lugares nos narra el escritor y nos muestra, quizá, lo que a mi juicio pueden ser  los más entretenidos y representativos cuentos populares, con imágenes, paisajes e idiosincrasia del peruano de hoy, del peruano de a pie, escritos con una sencillez que refleja, -ya lo dije- la personalidad y sueños de su autor. He aquí una literatura peculiarmente peruana –entendiendo por peruana aquella que refleja la vida típica del habitante que ha migrado de su ciudad de origen a otro lugar para ganarse la vida-. Pero no solo eso tiene este libro –grandioso y rico, por demás, con características de real maravilloso-, también está la relación peruano-japonesa en esa parte del país –Huaral-, que con ribetes de tragedia el autor nos va mostrando.  

Sin lugar a dudas Mundos Adyacentes se erige como esos libros populares que llegan al alma del lector. Es, con asombro, un libro rico en matices, en descripción y acción. Si no veamos esta narración del cuento, Largo Viaje:
“Decían que en Lajas, un pueblito a orillas de dos ríos y a unos diez kilómetros de Chota, vivían unas mujeres tan hermosas que solo con la mirada lo embrujaban a uno. Eso le sucedió a mi tío Aurelio. Una vez se encontró con una lajeña que hablando le sonreía. Y él, creyéndose correspondido, siguió pensando en ella. Desde Chiclayo le enviaba cartas y más cartas a la lajeñita, pero ella no respondía. Hasta que un día, atormentado por el recuerdo de su mirada, tomó un poco de veneno para ratas y se acabaron las cartas”.

Luego el narrador sigue recreando:
“Luego de una hora más de camino llegamos a Cochabamba, un pequeño valle a orillas del rio Chotano. Aquí da de todo; bastante caña, también café y frutas. Recordaba los consejos de mi madre cuando entre ruegos, me decía: Hijito, no vayas a comprar motemote (fruto de color blanco con una sola pepa) en Cochabamba. Las pepas se pegan a tus tripas y te mueres como el finado Rosendo, con fiebre intestinal. Mejor compra limas, son buenas para las penas”.

Y el viaje prosigue:

“No habíamos de terminado de recorrer la cuesta cuando llegamos a Llamaluc, un diminuto poblado que solo conoce el olvido, como todo lo viejo y oxidado por el abandono”.

Pero, como lo repito, no hay solo descripción, sino también acción:

En el cuento, Siguiendo tu rastro:
“-Señor Arturo, por favor, no vaya a gritar. Está borracho –dijo la temerosa e inocente Rosaura, con voz tímida y quebrada.
-¿Qué dices? –preguntó Arturo Cortés, mirándola sorprendido, con sus ojos vidriosos y achinados.
Rosaura, la empleada, tartamudeando respondió:
-Es que la gente…la gente dice…muchas cosas, no sé si es verdad. Mi mamá me recomendó que de sus gritos es de lo único que debo cuidarme, pues usted ya está viejo y no puede pasar otra cosa.
Más intrigado e impaciente, con la terquedad aumentada por efectos del alcohol, Arturo insistió:
-¿Qué dice la gente? Tienes que contarme todo, desde el principio hasta el fin, sino, ¡empezaré a gritar!”

Y la muchacha empieza a contar una serie de historias que se dicen del anciano Arturo con su perra Valentina que cada vez se tornan más y más increíbles, pero que convencen, persuaden. Una serie de cajas chinas que se abren y van agregando historias de otorgan fantasía y tensión a lo narrado. Sin duda, una gran proeza.

Otro cuento, que sorprende también, es el de Homónimos.

Un personaje es confundido con otro porque ambos tienen el mismo nombre. Es llevado a la comisaría y allí, con otros compañeros de celda, se cuentan historias del porqué de su encierro.
“Nos conocimos en la cárcel de Chincha. Estuve preso por robo, a Juan lo encontré allí. Éramos los más jóvenes y, tal vez, por eso nos hicimos patas al toque. El me contó que su chamba consistía en subir a los ómnibus interprovinciales, especialmente por la noche para vender turrones y caramelos. Esperaba que los pasajeros se durmieran y bajaba en cualquier sitio con dos o tres maletines”.

Y el relato prosigue con estos dos compinches que falsifican títulos y se hacen pasar por abogado y contador y enamoran a dos mujeres de la selva. Viajan al pueblo de las mujeres y engañan al alcalde, fingen de sacerdotes, y etcétera, etcétera, etcétera. El relato tiene para hacer reír y pensar a más de uno. Un cuento con personajes que hacen recordar a los del  Decamerón, solo que este es más gracioso.  

Para terminar, está la relación del peruano con la mujer japonesa. El cuento que da título al libro: Mundos Adyacentes. Historia trágica de amor entre dos personajes que se aman, pero que por los convencionalismos de la sociedad, especialmente la japonesa, no se puede consumar.
“-¡Te amo, te amo! –gritó Marcos-. Nunca me apartaré de ti.
-Malcos loco…entendel; amol sel una cosa, vida otla, japonés piensa así. Te amo, te quielo, solo palabla, nomás. Vida es más impoltante”.

Y el cuento termina con la reflexión del narrador:
“Al fin, no todo se había acabado, quedaba un halo de amor triste e invisible que atravesaba el océano, fuertemente entrelazado en esos dos ovillos de palpitantes fibras que no fueron más que víctimas de las costumbres y leyes hechas por el hombre, y que por aquellas circunstancias de la vida hicieron de sus mundos dos mundos adyacentes”.

Queda otro relato: Adiós Sagamihara, pero no lo voy a comentar. El libro tiene tres relatos más, siete en total, los necesarios para que el lector se deleite con esta literatura popular, original, mágica y entretenida que el alma del autor nos ha revelado.

Un maravilloso libro de cuentos, sin temor a equivocarme. El alma de toda una nación está plasmada aquí.

Lima, 1 de setiembre de 2012

Jack flores vega

lunes, 16 de julio de 2012

El dolor en los labios, de Carlos Rengifo

Hay  obras literarias que son provocadoras, irreverentes, cuestionadoras, polémicas, según sea la sensibilidad del escritor o los demonios interiores con quien se comunica el escritor –en la acepción romántica, hay quienes se consideran solo un medio, un médium; una voz lejana es quien les dicta lo que tienen que escribir-. Y es que en toda obra literaria, en toda buena obra literaria, hay algo de trágico y de revelador: el escritor es un cuestionador, un inconforme con la realidad que lo rodea y solo escribiendo puede adaptarse al mundo y hacer que este sea tolerable para él…y para los demás, los lectores, quienes nos regocijaremos –o rebelaremos- después de haber leído la obra. La singular novela: El dolor en los labios, del escritor limeño Carlos Rengifo, tiene eso de irreverente, de sutil cuestionador. Fustiga, desacredita, le toma el pelo a la historia oficial y nos obliga a reordenar y estar atentos con nuestras ideas. ¿Por qué digo esto? Porque la novela trata de la historia de tres mujeres, todas ayacuchanas, donde el autor pone en un mismo plano a la heroína oficial del país María Parado de Bellido,  con otra mujer -heroína también para un pequeño grupo-,  la subversiva Edith Lagos, poeta ayacuchana quien cayera abatida por las fuerzas del orden en el conflicto civil armado y cuyo entierro –a decir de muchos- fue multitudinario en Ayacucho e hizo que la convirtiera en mártir. ¿Pero qué hace que la novela sea cuestionadora e irreverente -según mi punto de vista? Para empezar, las tres mujeres son ayacuchanas, del lugar de la sierra del país donde se originó la violencia y que cobró miles de muertos, masacres y fue asolada por los militares -hasta ahora se juzga a un militar por ordenar la muerte de inocentes. Dos de estas tres mujeres, aunque  vivieron en distintas épocas -María parado en la época independista y Edith Lagos, en la década pasada-, terminaron abatidas por las fuerzas del orden. La otra mujer, una escolar, -de estos años-también sufrirá el estrago de la violencia, pero de una violencia familiar, pequeña. Como si el autor quisiera decirnos que la sociedad, en su núcleo básico incuba esta violencia que después va a desencadenar una serie de frustraciones que se va a volcar contra la sociedad. Pero esta es solo una apreciación, cada lector, al leer esta generosa novela, añadirá algo de su experiencia personal, haya o no haya experimentado la violencia subversiva. Lo novedoso de la novela -del autor, mejor dicho-, es que va llevando las historias de las mujeres intercaladas, sin unirlas; solo al final las fusiona para regalarnos una imagen, una idea que martillea nuestra conciencia y nos deja reflexionando.
Decía el notable escritor Julio Ramón Ribeyro que un escritor de genio no cambia la realidad, “lo que cambia es la mirada. El escritor, en última instancia, es un filtro. La realidad pasa a través de él”. Acerquémonos a leer esta realidad, esta mirada que, con excelente prosa, y sin desmayar un ápice en su estructura, Carlos Rengifo nos la muestra.   


Lima, 25 de junio de 2012
Jack flores vega

miércoles, 30 de mayo de 2012

ANIVERSARIO DE UNA REVISTA

20 AÑOS DE LA REVISTA ANDINA DE CULTURA SIETECULEBRAS



Pocas veces he tenido la experiencia de ver una empresa personal sostenerse durante 20 años sin flaquear un ápice en sus convicciones como ha sucedido con la revista andina de cultura Sieteculebras, de la ciudad del Cuzco. Digo una empresa personal porque soy testigo del trabajo que durante dos décadas ha realizado su director Mario Guevara Paredes para agrupar a tantos intelectuales y artistas alrededor de la revista. ¿Cómo ha hecho para que una revista que cuenta con poco auspicio gubernamental, con poco apoyo publicitario, sin el aporte económico de una entidad privada  se sostenga por ese lapso de tiempo? La formula es sencilla: por amistad, por el apoyo desinteresado de amigos peruanos y extranjeros que colaboran con la revista. El director ha podido convencer y ofrecer las páginas de la revista para que muchos de los intelectuales y artistas se comprometan con ella. Y son estos mismos amigos, muchos de ellos profesores de universidad, quienes también han contribuido a su difusión. Así es como la revista ha llegado a diversos países: Bolivia, México, Ecuador, Republica Dominicana, Estados Unidos y algunas ciudades de Europa. Sin este apoyo de los amigos, estoy seguro, la revista no hubiese durado tanto tiempo, ni hubiese alcanzado a circular por diversas ciudades del continente. El año 2002 se presento la revista en la Feria Internacional del libro de Minería, México, y el año 2005 estuvo en el encuentro de escritores peruanos realizado en España. Y también cada año se presenta en Bolivia país con el cual se mantiene estrecho contacto dada la cercanía.
En el lapso de estos veinte años han participado más de 200  intelectuales y artistas, sea con artículos de investigación, con poemas, con cuentos reseñas o comentarios de libros. Asimismo está el trabajo de los pintores, quienes generosamente han colaborado con dibujos interiores y la portada.
Así es como hemos llegado a los veinte años, sostenido por el calor de los amigos peruanos y extranjeros que estoy seguro, seguirá así mientras la revista sea una ventana abierta por donde todos podamos mirar sin ningún tipo de discriminación.
En este número 30, de aniversario de la revista, el director ha tenido la grata idea de poner el índice de todos los colaboradores, y los trabajos con los que han colaborado. Así facilitará la curiosidad de aquellos que se interesen en investigar su contenido. Debo decir también que la Biblioteca Nacional es la única que cuenta con toda la colección completa, siendo muy difícil acceder al pedido de otras instituciones que también han querido contar con la colección íntegra.
Hay en este número 30, un dossier sobre José María Arguedas, por darse el año 2011 el aniversario de su nacimiento. Colaboran en el dossier el profesor Gonzalo Espino, de la Universidad San Marcos, el profesor Juan Alberto Osorio de la Universidad San Agustín de Arequipa y el escritor Alonso Aguirre de Ciudad de México. Y aparte del dossier colaboran con diversos artículos de literatura y cine Miguel Ángel Quemain, de México, Jorge Ladino Gaitán, de Colombia, Rodja Bernardoni, de Italia, Ricardo Torres, de México, y los amigos del Perú, como Alfredo Herrera, Guissela Gonzales, Mario Pantoja y otros. El agradecimiento a todos ellos y a través de ellos a todos los que han colaborado con la revista. Lo mismo a los amigos pintores, Napoleón Rojas, Lennin Vásquez, Mario Curasi y otros. Nuestro agradecimiento por acompañarnos en estos veinte años, y el agradecimiento también a los amigos lectores y público que ahora nos acompañan.
Mil gracias.

Jack flores vega

Casa de la Literatura, 24 de mayo de 2012

domingo, 19 de febrero de 2012

El Corral de mi Infancia


El corral de mi infancia.


Más de una vez me preguntaron: ¿Cómo puedo hacer para que mi hijo lea?
Y mi respuesta fue. Lea usted con él. De esa manera ambos disfrutaran de la lectura, y el niño más que Ud.
También me preguntaron: ¿No tiene Ud. cuentos para niños?
No, no tengo –era verdad, no tenía cuentos para niños, solo para adultos. Yo empecé escribiendo para adultos.
Y también recuerdo la pregunta de un amigo, por Messenger:
¿No quieres trabajar adaptando cuentos para niños? Si te fijas bien, la estructura es sencilla y lo puedes reacomodar. Y mi respuesta, llena de entusiasmo fue: claro, y si quieres puedo escribirlos; yo, de chiquito, he criado pollitos, patitos, gallitos.
No era mentira, era una verdad.
Yo tenía que darles de comer y beber a los animales que, en mi casa, en la parte de atrás, mi madre había hecho un corralón y allí vivían estos animalitos.
Y empecé a recordar.
Recordaba a los patitos recién nacidos que seguían a mamá pata. El salto a la poza de agua, su manera de beber, de mojarse el plumaje. En fin. Tantos detalles.
También me pidieron como tarea, en una universidad que estudiaba, luego de una explicación corta de la estructura del cuento, que  intente escribir uno, un cuento, y me nombraban una serie de pasos que debía seguir.  
Era un reto. Yo, acostumbrado a escribir cuentos para adultos, de pronto estar ante el reto de escribir un cuento infantil. Pero no era eso lo que me entusiasmaba, lo que me daba una sensación de alegría y rebeldía, era la condición de principiante en que me ponía tal pedido.
Entonces, como en el cuento de El caballero Carmelo, afloró en mí el orgullo de gallo de raza, como dice Abraham Valdelomar, autor de ese famoso cuento, y entonces, acicateado por la pregunta, y  encontrándome en mala situación, herido frente al pedido, embestí y empecé a escribir.  
Así logre escribir el cuento El gallito que leía periódicos: una mezcla de entusiasmo y rebeldía, entre los recuerdos de infancia criando pollitos y el imperativo de superar el reto, de reírme, tomarles el pelo a los que me habían retado, sorprenderlos, aniquilarlos, tal como el Carmelo hizo con el Ajiseco, lo que logró, aunque a la postre, le costó también la vida. A mi también me costó la vida, la vida ordinaria, claro, no fue como El Carmelo que falleció, fue algo distinto, empecé a viajar seguido, me volví casi un exiliado, un exiliado de mi ciudad natal. El gallito lo presente en distintos lugares, en Cajamarca, en un pueblito de la sierra de ese lugar, San Pablo, luego en La Merced, en Huancayo, en Lima, Arequipa y al final, Huaral. Me convertí en un exiliado, me acostumbré a los viajes, a estar más tiempo en un asiento de un bus interprovincial. A disfrutar de la acogida y clima de un lugar, como Arequipa. Al final, termino sin saber cuál es realmente mi lugar de residencia. Si La Merced, Arequipa o Lima, o el asiento de un bus interprovincial.  
Pero no es solo de esto de lo que quería hablar, sino del libro, del gallito, de los cuentos que componen el gallito.           
Como les decía, escribir el gallito fue cosa de juego y reto, y algo de amor propio. Lo escribí rápido y lo entregué. Tarea cumplida. Pero luego me di cuenta que había que quitarle o agregarle algo. Corregir. Y luego pensar en el patito, en el ganso, en otras aves de mi corral. Y pensar en el título, eso sí fue rápido: cuentos de mi corral, ya lo tenía, estaba en mi cabeza. Pero para saber mas, escribir mas, hay que leer más, hay que investigar. Y entonces me puse a leer más literatura infantil. Y me encontré en un viaje, entretenido, maravilloso. Con autores fabulosos, con magos de la fantasía.
Y entonces los cuentos de mi corral fueron cambiando.
Porque salieron otros temas, a veces de casualidad, inconscientemente: el osito que no podía dormir, la tortuga celosa.
Entonces el título cambió.
La creación literaria es así, uno no sabe qué va a salir. Es como un baúl o un sombrero de mago del que salen muchas cosas. A veces hasta la suerte interviene.
Uno tiene una idea y empieza, pero no sabe cómo va a terminar. Quizás la maravilla de escribir esté en eso. El primer sorprendido es el autor.
Escribí cinco cuentos, luego dos más: siete, a pedido de un editor con quien no publiqué, y luego uno más, ocho. Porque ya sabia con quien había empezado la literatura infantil. Con Charles Perrault y su libro, cuentos de mi madre la oca, compuesto de ocho cuentos, que hasta el día de hoy, y mientras siga girando el mundo, se seguirá leyendo. 
Así fue que mi libro completó ocho cuentos y por eso lleva ese título del primer cuento y no el de cuentos de mi corral. Porque salieron otros cuentos, diferentes, fantasiosos: el deseo de una hoja de papel, lo que sucedió a una escoba desgastada, etc.
Mi corral entonces, ya no era solo de animalitos criados en mi infancia, sino también de seres criados en mis sueños, anhelos, en la  imaginación y el amor; un corral de cuentos distinto que, también, para mi suerte -otra vez la suerte- ha gustado  a las personas que no cesan de agradecerme. ¡Pero si el agradecido soy yo!
Bueno, no importa. Esperemos por el próximo corral.
Mil gracias.


Lima, 11 de noviembre de 2011
Jack flores vega