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sábado, 9 de abril de 2011

usted, nuestra amante italiana


Usted, nuestra amante italiana, de Mario Guevara Paredes

Las mujeres, los tragos y el fracaso

¿Un libro de cuentos de amores, desamores, tragos y fracasos? Esa era la receta que solía recomendar el escritor uruguayo Juan Carlos Onetti a los jóvenes aspirantes a escritores.  El lo había plasmado en sus cuentos y en su vida –se casó cuatro veces y era un empedernido amante del vino-, y fue fiel a esa receta hasta su muerte. Digo esto porque los relatos del libro Usted, nuestra amante italiana, del escritor cuzqueño Mario Guevara Paredes tienen esos elementos del recetario Onettiano, sacados -creo yo- de las furtivas vivencias del escritor en la ciudad cosmopolita del Cuzco y de sus viajes interminables por diversas ciudades de Latinoamérica. Lo que sí hay que subrayar es la diferencia existente entre el libro de Guevara y la obra de Onetti. Y está se halla, principalmente, en la atmósfera. El universo de Onetti destila pesimismo, mientras que el libro de Guevara, no: destila risa, compasión, simpatía, pero no ese elemento inconfundible de los libros de Onetti. Y eso que en casi todos los relatos del libro de Guevara hay muertes, también líos de pareja, fracasos, trago, y más trago. El autor –Mario Guevara- nos toma el pelo, nos hace un guiño, nos alegra con estas historias contadas por sus estrambóticos personajes, como es el caso de Por siempre jamás, un relato contado por la protagonista, una mujer de baja estatura que reniega de su marido. “¡Muérete, enana!”, empieza diciendo el hombre, y, a continuación, empieza el relato de la mujer: sus quejas, su cólera y decepción por haberse casado con un hombre que la maltrata; “un bueno para nada”, “una rata con dos colas”, etc. El relato abunda en frases chistosas y espontaneas y concluye en una amenaza de la mujer para acabar con la vida del desalmado. A continuación, escuchamos, otra vez, la voz del hombre: “¡enana, déjame dormir!”, y agrega otra frase: “¡puta madre!, esta enana siempre hablando en voz alta”, lo que termina mostrándonos la risible situación de la mujer. Esta es solo una muestra de la receta Guevariana –original, hay que decirlo-, que hace que sus historias pierdan esa atmósfera fatalista, truculenta,  e irradien simpatía, llevándonos a ver los hechos como algo que “a cualquiera le puede pasar”, “que así ocurre en la vida”, que nos toca a todos y no hay por qué quejarse, sino aceptarla. Otro elemento, descollante de la receta guevariana, está en el estilo: elegante, fluido, agradable, con frases cortas y largas que irradian belleza. Usted, nuestra amante italiana se convierte así, en uno de esos libros que uno puede leer de un tirón. Que lo puede degustar en un asiento de avión, en una sala de café o en un largo y solitario paseo cualquiera. Para culminar, el libro cierra con el relato que da título al libro: Usted, nuestra amante italiana; un relato autobiográfico de los años mozos del autor; ahí está el Cuzco y sus rincones, la calle Tecsecocha donde quedaba el viejo billar, el antiguo cine Ollanta, pero, sobretodo, está la pasión de un grupo de adolescentes por una mujer lejana, maravillosamente bella –e inalcanzable- para el grupo. Solo al final sabremos quién es la idolatrada actriz italiana que arranca recuerdos, orgullo y nostalgia a unos ahora nada adolescentes, ya encanecidos y gorditos que añoran ese Cuzco ideal que se fue.
Con el recetario de Mario Guevara, Usted, nuestra amante italiana deviene en un plato maravilloso, autóctono, que invita a probar…sin temor de quedar indigesto. La receta está disponible, probémosla.       
Jack flores vega
Lima, 9 de Abril del 2011

sábado, 2 de abril de 2011

El laberinto

                                                                                                                    Grabado de Lynd Ward
El laberinto

Siete días después de muerto, su presencia seguía rondando en los comentarios de familia, en los rezos y lágrimas que algunos en casa derramaban; hasta que semanas después todo se fue reduciendo a algunas oraciones y encendido de velas al pie de su retrato. Pero conforme pasaban los días su presencia se fue desacralizando, o quedando relegado a rincones de la casa. Sus ropas ya habían desaparecido; mamá Rosa los guardó en un saco de lona blanca y lo fue a amontonar al lugar donde estaban los trastos, bicicletas destartaladas y demás despojos familiares. Otro día ya no estaba en la percha su sombrero de cuero, su poncho grueso, su maletín negro, pequeño, parecido al que usan los doctores de visita. Sólo quedó su retrato con su vela encendida hasta que alguien olvidó prenderla y ya nunca más se le volvió a encender ni rezar. Sólo, a veces, en ocasiones ejemplarizadoras, resucitaba su nombre en algún hecho suyo que se nos obligaba a imitar. Luego ya no hubo más nada: ni su vela, ni su retrato, ni el saco de su ropa con el que solíamos a veces jugar estrellándolo en nuestros cuerpos . La familia se mudó y dejamos, junto con los despojos mortuorios del abuelo, tantos otros despojos de los familiares presentes. Y sólo, como única presencia física y valiosa de él, nos quedó su ropero grande y antiguo; de cuatro puertas, con espejos en su interior y revestido de un material blanco, como plástico duro que con el tiempo se había vuelto amarillento y se caía por pedacitos. Nos gustaba jugar ahí, ocultarnos en su interior o encaramarnos en su techo como gato agazapado. Pero cuando uno de los tíos nos encontraba en el ropero y gritaba: ¡Bajen de ahí,!, temblábamos de miedo, y con los castigos asomaba en nosotros el recuerdo temeroso del abuelo. Pero siempre volvíamos a él; su presencia era imponente, ocupaba casi el largo de un cuarto y cabíamos muchos ahí: Nico, Susana, el pequeño Manuel y yo, y todas nuestras travesuras. Era, en las noches, como un laberinto en el que podíamos entrar, pero no salir. Hasta que un día salimos y ya no regresamos a él jamás. Nos habíamos hecho grandes y nos desplazábamos por otro laberinto más enrevesado que abarcaría toda nuestra existencia: el mundo.

Jack Flores Vega
(Relatos inolvidables)