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sábado, 9 de agosto de 2014

FUEGO CRUZADO, DE EDGAR NORABUENA



Relatos de la violencia subversiva en Ancash

LA VOCACIÓN TOTALIZADORA EN FUEGO CRUZADO, DE EDGAR NORABUENA



Pocas veces he leído un libro de cuentos de la violencia subversiva que padeció nuestro país que muestre notables logros en su construcción y en el uso de las técnicas narrativas. Y es que en el tema de la violencia interna muchos se preocupan más de contar el drama que de tratar de innovar o arriesgar por una nueva construcción narrativa. Para el libro que empiezo a  comentar, Fuego Cruzado, el autor sí arriesga por una experimentación con las estructuras y técnicas narrativas en sus relatos. Edgar Norabuena, narrador de Ancash, ha logrado así plasmar en estos ocho relatos que conforman su libro una variedad de voces y estructuras, todas premunidas de técnicas que le dan colorido y poder de persuasión a lo que narra. Hay en él eso que los notables narradores del boom latinoamericano llamaban la vocación totalizadora. Es decir, tratar de captar distintos espacios y tiempos de la realidad mientras se va narrando. Para este caso, el autor se vale de un espacio, tiempo y sucesos que conoce muy bien: la sierra ancashina, y más específicamente, de la comunidad andina de Uchpa, y desde allí nos cuenta, con hondas pinceladas de amor y dolor, las vivencias de sus habitantes, atrapados entre dos fuegos: la de los policías y soldados, como también la de los subversivos.

 -¡Soy tu hermano, Tobías, soy tu hermano!... ¿no me reconoces?...

…todo, todo el mundo reducido a nada, y nada es silencio y oscuridad. Nada es esta tosca tumba donde despierto tan solo para saber que ahora muero una vez más.
Nada es muerte; y yo, ya estoy en nada; estoy muerto, ¿no es así, camarada Lucas? Hemos vivido tanto, hemos muerto tanto para nada, por nada… hemos hecho tanto para convertirnos en nada más que en nada, en nada… ada… da… a…

… ¡No me entierres, hermanito, no me entierres, quiero ver a mi hijito, a mi Mañuquito!...

Y el cuento empieza con estas dos voces donde se narra la tragedia del protagonista obligado a incorporarse a los subversivos, a servir al ejército popular, dejando a su pareja embarazada, para luego de mil y un vía crucis regresar a su pueblo herido, con el rostro encubierto, en busca de ayuda, pero solo encuentra la muerte, no sin antes enterarse de la existencia de su hijo.

Hay en esa historia, una pluralidad de significados: el hermano que da muerte al protagonista, la orfandad de un niño, los vaivenes de la cruel guerra entre subversivos y soldados, la desolación y tragedia de una comunidad andina por subsistir entre dos fuegos, y la historia de amor del protagonista y su pareja antes de ser obligado a pelear, uniéndose a los subversivos. Y todo está bien organizado, bien matizado, no solo con las técnicas narrativas actuales sino también con esa prosa telúrica, propia de un habitante del ande:

“Esa tarde cayó la garúa que se confundió con mi llanto, el viento rasguñó adolorido la árida tierra levantando la arenilla del camino que rebotaba contra mis sandalias; el lejano aullido de un perro trepó presuroso por la cumbre, corrió quebrada arriba, jadeando, se metió entre las espinas que lo rasguñaron y cuando me alcanzó, se metió sin ceremonia alguna hasta el fondo de mi alma, haciéndome retorcer de dolor. “      

Hay otro cuento también:  I, que tiene otra estructura:

…¡Atención!... ¡Descanso!... ¡Atención!...
…¡Para planchas un, dos!... (Ahora estos perros van a saber quién es el sargento Muerte)
…¡Tres, cuatro!... (Ya comenzó la cachacada, ahora solo nos queda aguantar nomás el ritmo que nos ordenen bailar)

Y el cuento avanza así, con este modo de narrar que retrata la vida militar de los reclutas prestos a enfrentarse a los subversivos.

Otros cuentos también tienen diferentes estructuras, como Rostros bajo la luna en la que el narrador se vale de nombres andinos para organizar su relato: QALLARI, CHAWPI, USHANA, todos como símbolos de ese milenario mundo andino.

El muro y Catalicio Sandoval  también son dos cuentos interesantes, dos maneras de contarnos la violencia sufrida por el poblador andino de Uchpa, y también las diversas maneras de narrar, de moverse en el tiempo y el espacio, alternando las voces de los implicados.

Pero quiero referirme a IV, el cuento con el que cierra el libro:

Uchpa es una herida abierta, una gran culpa sin castigo, un remordimiento que muchos ya han olvidado.
Ahora no es mas que un monton de chozas en las que habitan el rencor y la sed de venganza.
Si vas a Uchpa, es mejor que vayas confesado, dicen que allí ya no vive nadie desde que los cumpas arrasaron con todos y que el pueblo es una gran boca sedienta de vida…

Un relato conmovedor, que intercala voces y puntos de vista a medida que nos va mostrando la desolación de ese pueblo olvidado, sufrido, que se asemeja mucho a otros pueblos de otras regiones andinas del Perú.


Hay, por supuesto, en este último relato, algunas similitudes con los relatos de Rulfo, el gran escritor mexicano de Pedro Paramo y de su pueblo, Comala, su símbolo trágico. Pero que bien adaptado a este nuevo escenario donde también habitó la muerte.   

La violencia interna pues, no es un tema de moda, como algunos han dicho, es un tema que la escriben, en su mayoría, gente del ande, aquellos que la han padecido o que han estado involucrada directamente en ella. Y la escriben también porque el escritor, como diría nuestro nobel, es un carroñero, se vale de la descomposición de una sociedad para elaborar una buena historia; porque, según él, la naturaleza de la literatura es servirse de la infelicidad humana para crear sus historias.    

Una opinión cuestionable, por cierto, pero que no deja de tener su gran verdad.

Y la verdad de Edgar Norabuena es que ha logrado plasmar con su libro Fuego Cruzado su epifanía trágica andina, ha logrado transmitirnos el dolor, la confusión y la pena que padeció el Perú en los años horrorosos de la barbarie, sobretodo de la gente más humilde, los habitantes del ande, marginados durante decenios y que ahora reclaman por su integración. No los olvidemos.

Jack flores vega

Lima, 9 de agosto de 2014