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jueves, 9 de junio de 2011

El deseo del hombre enamorado


El deseo del hombre enamorado
Para Astrid, de Colombia.

Había una vez un hombre enamorado de una colombiana. La colombiana vivía lejos, muy lejos, y el pobre hombre, enamorado hasta el seso, se comunicaba con ella sólo por internet. Pero el pobre hombre, todos los días pensaba en la manera de llegar a ella. Viajaré por barco, se decía, el barco es inmenso y siempre hay trabajo que hacer, me ofreceré a trabajar gratis. Y así pensando se levantó una mañana, alistó su mochila, se la puso a la espalda y caminó hacia el puerto. Pero el puerto también quedaba lejos, a muchos kilómetros de allí. Pero el hombre, enamorado y enamorado, caminó y caminó bajo el inclemente sol. Nada lo detuvo hasta llegar a ese ancho mar azul verdoso, con botes y barcos inclinados que flotaban sobre el agua. El hombre enamorado miró hacia la lejanía. El mar se le aparecía infinito. “¿En que parte estará mi amada?”, pensaba, “¿Al otro lado del mar?” Y el hombre parecía entristecerse. Era todo tan desconocido. Pero, sin dejarse abrumar, se dirigió hacia el muelle, allí unos hombres empujaban un bote hacia la orilla. El hombre enamorado se quedó esperando. Cuando los pescadores vieron al hombre enamorado parado en la arena mirándolos fijamente, le preguntaron: ¿Qué buscas? El hombre enamorado les respondió: viajo a Colombia, mi amada vive allá y nunca la puedo ver. Como no tengo suficiente dinero, quiero trabajar gratis en un barco que viaje hacia ese país. ¿Me pueden ayudar? Los pescadores lo miraron, sorprendidos: sus zapatos con polvo, su camisa ondeando por el viento y la barba que empezaba a cubrirle el rostro. Se conmovieron.
-Allá en la bahía -dijo uno de los pescadores, señalando al mar-, hay un barco ballenero, “La Rosa coronada”, que zarpará para Colombia en unas horas. Pero el capitán de ese barco no quiere recibir a nadie, afirma tener toda la tripulación completa.
-Sí –dijo el otro pescador-. Y también amenaza con echar por la borda a todo aquel que intente viajar de polizonte.
El hombre enamorado pareció entristecerse, pero al instante se repuso, y afirmó:
-No importa, yo iré a hablar con el capitán.
Y resuelto, les pidió a los pescadores que lo lleven hacia el barco.
Los pescadores, se sorprendieron, pero al ver la resolución del hombre enamorado, accedieron y volvieron a empujar el bote de regreso hacia el mar, con el enamorado adentro.
Remando y remando, lograron acercarse al barco, y estando a unos metros de él, gritaron:
-¡Eh, marineros, aquí hay un hombre que quiere hablar con el capitán!
-¡El capitán no recibe a nadie! –le respondieron desde el barco.
Los pescadores le miraron al hombre enamorado.
-¿Ya ves qué te dijimos? -le reprocharon.
-El capitán no quiere verte.
Intenten de nuevo –les dijo el hombre enamorado.
Los pescadores volvieron a gritar.
-¡Eh, los del barco, aquí un hombre enamorado quiere hablar con el capitán!
Los marineros se rieron, y amontonándose a la baranda volvieron a gritar:
-¡El capitán no quiere ver a nadie!
-¡A nadie!
-¡Absolutamente nadie!
Los pescadores reprendieron por segunda vez al enamorado.
-¿Lo ves? El capitán no quiere verte.
-Vámonos, no seas testarudo.
-Insistan por última vez –les dijo el hombre enamorado.
Los pescadores dudaron, pero viendo la seguridad del enamorado volvieron a gritar: 
-¡Eh, los del barco, aquí hay un hombre enamorado que quiere hablar con el capitán!
-¡Sí, y está muy enamorado!
Los marineros volvieron a reírse, a llenarse de curiosidad, y a amontonarse más para el lado que daba frente al bote, tratando de entender.
-¿Quién es ese enamorado? –gritó uno de los marineros.
-Sí, ¿quién es ese? –repitieron los otros.
Los pescadores le respondieron.
-¡Aquí está! –y señalaron al hombre enamorado parado en la parte posterior del bote con los brazos extendidos a un costado.
Los marineros le miraron, sorprendidos. La camisa al aire, el pelo crecido, la barba expandiéndose por todo su rostro.
-Debe estar muy enamorado –dijo uno de los marineros.
-Sí, miren esos ojos –y se fijaron en sus ojos caídos.
Y de todas partes del barco corrían para amontonarse en ese lado y ver al hombre enamorado. Y comentaban, se sorprendían:
-Ha de estar muy enamorado.
-Sí, está un poco flaco. 
-Pobrecito.
Y tanto duraba el alboroto que despertó la curiosidad del capitán:
-¿Qué pasa, por qué hacen tanto ruido?
Se dirigió hacia estribor, donde estaban los hombres amontonados.
-¿Qué pasa?
Los hombres se separaron.
-Capitán –dijo uno de los hombres, saludando-. Allá abajo, hay un hombre que quiere hablar con usted, dice que está muy enamorado.
-¿Enamorado? ¡Qué ridiculeces hablan! ¿Quién es ese hombre?
El marinero señaló para el lugar donde estaba el bote.
-Allá.
El capitán se asomó:
-Uh, ya veo.
Otro de los marineros dijo:
-El enamorado es el hombre que está parado atrás con los brazos extendidos.
-Ya lo sé, no hace falta que me lo digas –refunfuñó el capitán.
-Sólo quería ayudar, capitán.
-Uf, he visto tantos enamorados que ni falta hace que me ayudes; todos se parecen.
Y después de observar unos segundos más, exclamó:
-¡Qué hable ese enamorado!, ¿qué quiere?
Los pescadores se volvieron hacia el hombre enamorado, pero ya éste daba unos pasos hasta quedarse en la parte delantera del bote.
-¡Quiero hablar con usted en privado! –gritó.
El capitán se llevó los dedos a su barba, se rascó.
-Um, me tinca que esto es algo grave –se dijo-. ¡Que suba! –ordenó a uno de sus hombres, y se alejó a esperarlo en su cabina.
Los marineros se apresuraron a echar la escalerilla de cuerda en ese costado del barco.
-¡Sube! –le gritaron.
Los pescadores del bote sonrieron mientras el hombre enamorado se aferraba de la cuerda e intentaba subir. Los pescadores del bote lo ayudaron.
Poco después el hombre enamorado subía con esfuerzo por la escalera de cuerda hasta llegar a la baranda del barco.
Los marineros de a bordo lo recibieron con alegría:
-¡Bravo, bravo! –le daban palmadas, le felicitaban.
-¡Qué bien, qué bien! –le alcanzaban la mano. 
Y el hombre enamorado, revitalizado por las palabras y los gestos de los marineros, se dejó llevar en hombros hasta la cabina del capitán.
“¡Somos buenos chicos, raa, raa, raa! ¡Y estamos enamorados, raa, raa, raa!...”
Cuando el hombre enamorado traspuso la puerta de la cabina, ya el capitán estaba sentado frente a la mesa, con su taza de café con ron.
-Siéntate y tómate una taza de café caliente; eso te hará entrar en confianza.
El hombre enamorado hizo lo que el capitán le decía y después de beber unos sorbos de café con ron, le dijo al capitán:
-Quiero ir a Colombia, mi novia vive allá y nunca la puedo ver; como no tengo dinero me ofrezco a trabajar gratis y así cubrir los gastos de mi pasaje. Para eso he venido.
El capitán lo escuchó, muy tranquilo; y después, rascándose la punta de la barbilla, le pidió:
-Cuéntame cómo conociste a tu novia.
Y el hombre enamorado contó al capitán la historia de su amorío.

“Hace un mes, por las calles de mi ciudad, vagaba sin rumbo, confundido sin saber en qué lugar detenerme. Había salido de mi casa con la convicción de encontrar algo a que dedicarme y me desesperaba el no encontrarla. Caminando y caminando llegué al Callao. Merodeé un poco por sus playas y mojé mis magullados pies. Así estuve un rato, mirando el mar, el horizonte, el color cambiante de esa hora del día. Y estando parado en la orilla, vi a unos metros bambolearse una botella. Esta, a pesar de la distancia, tenía un color rosado en su cuerpo. Me fijé detenidamente, y para mi suerte, la botella poco a poco se fue acercando. Así pude verla de más cerca. Era una botella con algo adentro. ¿Qué sería? La curiosidad me fue ganando a medida que observaba más la botella. Definitivamente, hay misterios ocultos, me dije, y ganado por la curiosidad me despojé de la ropa y me deslicé a las aguas. Tuve que bregar despacio, tratando que las olas no me empujen contra las rocas. Así, nadando despacito, pude llegar a la botella. Esta era grande y, efectivamente, tenía algo adentro: un papel rosado, enrollado. Volví con el objeto al muelle y con mis ropas puestas me fui a buscar un lugar donde poder examinarla. La oscuridad ya se había apoderado, como comprenderá usted. A la luz de un farol pude extraer el papel y desenrollarlo. Lo que me temía, era una carta. Fechada con 12 de octubre del año pasado, y provenía de Cartagena, Colombia. El resto es como sigue: 

Al hombre que encuentre esta botella, descifre la clave de mi correo electrónico y libere mi corazón de este encierro, le concederé un deseo.
La clave era esta:


El hombre enamorado dibujo en un papel la clave y se la mostró al capitán.
Este se quedó alelado.
-¿Y cómo lo resolviste? –preguntó.
-No me fue difícil. Como es una dirección de correo electrónico supuse que debía empezar por un nombre. Así, “a” es el principio del nombre. Luego viene el dibujo que supuse es un sol. El sol se le nombra muchas veces “astro”. Si le quito la “o” final obtengo el nombre: Astrid.
-Que bien.
-Ahora, con el dibujo del cerro tuve mucho trabajo, pero repentinamente se me vino el nombre: monte. Montealvop. Lo cual no es un apellido común. Pero si le quito la “e” diría, montalvop. La letra “p” no me decía nada, así que lo dejé ahí. Luego venían las palabras en mayúsculas. “RICE”. ¿Qué había querido decir? ¿Por qué en mayúsculas? Estuve pensando mucho rato. Pero esa palabra no me decía nada. Debía ser una palabra extranjera. ¿Pero de qué idioma? No lo sabía. Probé con el inglés. El significado era “arroz”. Diría: “arrozba”. Y si le quito la letra “z” diría “arroba”, el símbolo de correo electrónico. Lo demás ya no fue difícil. “CALUROSO”, en mayúsculas. Umm. Las mayúsculas juegan con el idioma extranjero. Pero en este caso la palabra estaba en español. Probé con la traducción al inglés y el diccionario decía: “hot”. ¡Lo tenía! 

 astridmontalvop@hotmail.com

-¡Cuál no sería mi sorpresa al ingresar la clave y encontrarme en el messenger con esa misteriosa mujer!
Unas manos parpadeando, me saludaron.
Y luego su foto:







-Hola
-Hola, soy de Perú -le dije-. Encontré tu botella.
-Yo soy de Cartagena, Colombia. Me alegro por ti.
-Yo me alegro más. ¿Dónde estás encerrada?
-En una casa, cerca del puerto. Vivo sin poder salir, me comunico con el mundo sólo por internet. Sálvame.
-Lo haré. Viajaré hasta allá. Dame tu dirección.
Y me escribió la dirección: Barrio 7 de agosto…etcétera, etcétera, Cartagena, Colombia.

Le dije que llegaría, cueste lo que cueste. Que no pierda las esperanzas.

-Y como ve, aquí estoy –el hombre enamorado sonreía.

-Hijo, qué soñador eres -el capitán movió la cabeza, conmovido-.
¿Cómo haces caso a una ilusión? Yo he soñado muchas veces que estoy en una boda bailando y felicitando a los novios, pero nunca me he preocupado por descifrarlo…ni por ilusionarme.
-Déjeme viajar, capitán –rogó el hombre enamorado-; quizás este sea más que un sueño, más que una ilusión.
El capitán reflexionó:
-Hijo, este barco se llama La Rosa Coronada. Debe ser por algo que lleva ese nombre, por algo. Te llevaré.

Cuando el capitán salió de su gabinete acompañado del hombre enamorado, le ordenó a su lugarteniente:
-¡Póngale a trabajar en un oficio; cualquiera que sea, y trátelo como a uno más de la tripulación!
El lugarteniente sonrió, y tomando del brazo al enamorado lo llevó a cubierta. Allí el resto de hombres lo saludaron y lo ovacionaron.
Y en las noches, antes de irse a dormir, muchos marineros le rodearon y le preguntaron qué le contó al capitán que lo dejó tan convencido.
-Es un hombre inflexible –dijo uno.
-Es totalmente duro de corazón, como una piedra.
-Sí, insensible.
Y el hombre enamorado, para calmar la curiosidad de los marineros, contó también a ellos todo lo sucedido.
Al terminar, los marineros estaban muy sorprendidos con el relato; sus corazones estaban traspasados de emoción; después, se volvieron eufóricos, y abrazando al hombre enamorado,  cantaron y bailaron con él.  
Y durante el viaje de Lima a Cartagena fue tratado con aprecio. Y hasta cuando iba a descender en las costas de ese puerto colombiano, no cesaron de felicitarlo, de desearle buenos deseos.
-Este anillo es para tu enamorada, cuando se lo entregues, piensa en mí –le hizo el obsequio un marinero.
-Esta estampita va por mi parte, entrégasela.
Y hasta el capitán, al último, se hizo presente:
-Si sucede como está previsto, avísame.
Y el hombre enamorado se despidió de él. Y empezó a caminar en dirección a la casa de la colombiana.

Al llegar a dicha casa golpeó la aldaba de la puerta, y esperó. De la segunda planta, de un balcón una figura femenina se asomó.
El hombre enamorado la reconoció: ¡era ella, la mujer de la foto!
Sí, efectivamente, era la mujer colombiana apoyando sus brazos en la baranda del balcón. Y miraba al hombre enamorado: barbudo, con la camisa al viento, con los ojos radiantes y tan  lleno de vitalidad.
-¡Sííí! -gritó la mujer-, ¡se ha quebrado mi encierro! Y se apresuró en bajar.
El hombre enamorado abrazó a la colombiana y ambos lloraron de emoción. Pero aun faltaba algo: el deseo. Lo que no era difícil de adivinar. ¿Cuál era el deseo del hombre enamorado? Casarse. Y la mujer se lo concedió. Y la boda se celebró... ¿dónde? En el barco del capitán; con el agasajo de todos los marineros y amigos. Y la luna de miel fue un paseo larguísimo a bordo de La Rosa Coronada, un paseo –y trabajo- que los llevó a conocer y contagiar todo su amor por los siete mares del mundo.