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viernes, 25 de noviembre de 2011

Po - Ética O La Construcción del Cielo

Poesía desde Cerro de Pasco, o mejor dicho, desde el cielo.
La Po ética de construir el cielo, de Albert Estrella


Pocas veces he visto a un joven iniciarse en la poesía sin esa ambición de revolucionarlo todo. Por supuesto, muchos lo han conseguido. Y muchos también se han estancado, quedando en la simple experimentación. Pero lo seguirán intentando, siguiendo eso que, comúnmente, desde Baudelaire y Rimbaud hasta el presente se ha venido a llamar “la tradición de la ruptura.” He aquí algunos grupos en el caso del proceso literario peruano: Hora cero, que irrumpió en la década del ‘70 con su tono contestatario, iconoclasta -su poesía tomó las calles y llegó hasta las barriadas-; Kloaca, en los ’80, que ahondó la rebeldía; Neón y Noble Katerva, en los ‘90, más individualistas y centrados en la intención estética. Pero lo que es relevante aquí, en este poemario, Po - ética O La Construcción del Cielo, es que no se trata de un grupo, sino de un individuo, un artista -talentoso eso sí- que viene desde Cerro de Pasco –el techo del mundo- con su propuesta poética: construir el cielo  desde el cielo. Veamos cómo lo dice:

Ese trabajo de seguir construyendo el cielo hacia abajo
Donde no me pagan, donde no hay sindicato de poetas
Para reclamar nuestras ocho horas
Porque nuestra chamba legitima y esporádica
                                                                              (Ad honorem)
Es reconstruir nuestra realidad desde los cielos
Hasta la tierra, hasta donde ya no queden espacios
Para escondernos de nosotros mismos

¿Ambición, desenfado, talento, dominio de la palabra? Todo eso y más son los valores de  este joven poeta de Cerro de Pasco, Albert Estrella. ¿No dijo un crítico que el futuro de la literatura peruana vendría desde el interior, desde el ande? Bueno, aquí tenemos a uno, solitario, irreverente, dueño de una voz propia:
Porque hasta ahora no me pagan
Desde el verso 22 y ya voy en el verso 40
Porque ni Vallejo, ni Hölderlin me enseñaron
Que este arte de construir el cielo
No tiene base de concreto
Ni columnas en sus esquinas
Tuve que aprender desde el error
Que fue mi nacimiento
Cuando me traje el cielo hasta mi alma
Pero; si el cielo se derrumba –otra vez-
No habrán zonas de seguridad
Ni escaleras de emergencia
Simplemente se aplastarán los unos a los otros
Porque si se muere un poeta
Nadie reclama por qué no lo aseguraron
En el paraíso o el infierno
………………………………………
Y el poeta prosigue con otras maneras de expresar su propuesta y su fe, sí, su credo:

A que le tengo fe si no a estas palabras
Que científicamente está comprobado
No cambian la realidad de nada
Solo el cielo…

Pero no es mera retórica. Los versos del poeta –y la manera cómo la expresa- sí nos cambian, individualmente, aunque su pretensión de cambiarnos a todos –construir el cielo- quede en lo que él mismo dice: nada/ solo el cielo…
Esperemos muchos más de este joven poeta. Los diversos poemas que conforman el libro nos muestran que tiene un dominio total de la técnica, del espacio, de la palabra y que se vale de múltiples recursos para que su yo poético cale hondo en la conciencia de uno.

                          Mi generación Markada
Mi generación va a estar markada por el Daddy Yankee (USA)
Que parece un imperialista sacado de una empresa
                                                             /de inicios de siglo XX
Y que me hace parecer un socialista en plena revolución del 0 y el 1
Tan impersonal como una Ventana de Windows (perdonen la
redundancia, ya no la tristeza) tratando de confirmar mi opción.
En la pantalla hay un poema en ejecución.    

Lima, 25 de noviembre de 2011
Jack flores vega

jueves, 20 de octubre de 2011

MUFIDA, LA ANGOLESA

Relatos de un peruano en Escocia
Mufida, la angolesa, de Jorge Aliaga

                                                                                                       
Se suele decir, cuando uno publica un libro: ha nacido tu hijo, y eso es casi una verdad. Digo casi porque si bien el libro es creación de uno, tiene las características de uno,- del autor-, es también la vida en que se reflejan otros. Si no hubiera esa empatía o afición del lector, el libro carecería de ese valor literario añadido y caería en eso que, comúnmente, llamamos, literatura light o literatura intrascendente. Felizmente ese no es el caso de Mufida, la angolesa, un excelente libro de relatos escritos por un peruano residente en Escocia. ¿Su autor? Jorge Aliaga, de vuelta ahora en el Perú. El libro, para los que no han tenido la suerte de leerlo aún, está compuesto de siete relatos; todos muy bien estructurados, con un estilo impecable y, lo más notable, ambientados entre el extranjero y el suelo patrio -a caballo, como se suele decir-. Hay algo más que sorprende: la característica del habitante peruano: el amor y nostalgia por lo suyo. Pero la obra no se queda ahí -el reflejo del lector-, sino también hay lo otro –la personalidad del autor-; y ahí nos encontramos con una joya: el interés y preocupación social de él. Esta es la vértebra que une a casi todos los relatos. ¿Ejemplos?: KLM vuelo 236, Memorias de Festival, El retorno, La Rectora, etc. Confieso que pocas, muy pocas veces, he leído a un escritor residente en el extranjero tan arraigado a la justicia social, el bien común y el anhelo de un futuro mejor –el sueño americano del peruano-, sin caer en lo panfletario o muy poco convincente. Este libro es la excepción. Para muestra una perla –o dos-: el relato La  Rectora -ambientado en un colegio de Lima-, nos narra lo sucedido a un alumno, Pimbolo, quien, por defender  a un alumno de color, victima de la discriminación del profesor de aula, es suspendido; y su madre, al enterarse, acude a la cárcel donde está el padre como preso político por haber escrito un artículo denunciando la corrupción del gobierno. Este, al enterarse del hecho, da una respuesta sorprendente, tal como leemos al final del párrafo:
“El Sexto estaba abarrotado de presos políticos. Don Rogger la vio entrar apresurada y apresurada Dora se aprestó a contarle lo sucedido con Pimbolo. Acentuó su discurso al decirle que Pimbolo se había insubordinado a la autoridad del maestro cuando salió en defensa de un niño mulato. A Don Rogger le amaneció una sonrisa que se vio reflejada en sus ojos.
-Dora, estamos ganando, estamos ganando Dora –repitió dos veces.”  El relato termina ahí.
Pero no es el único cuento donde el autor se muestra de cuerpo entero. Está también KLM vuelo 236. El protagonista es un peruano esperando en el aeropuerto Jorge Chávez con sus peripecias por abandonar el país. Con él está su pareja, una mujer extranjera, Bzyana, y buscan ambos llegar a Londres. “Flavio lucía enfermo, esquelético. Bzyana era mas bien reflejo de salud. Flavio pensó que acaso en ella no influyó, como en él, el desgaste infligido por la pobreza, la represión y el hambre que azotaban al Perú de los años ochenta.” La historia continúa con el protagonista detenido en el aeropuerto de Bogotá donde el avión hacía escala, y donde sufre el abuso de los guardias que lo confunden con un traficante de drogas. “¡Arriba las manos, huevón!” “Levantó las sudorosas manos.” Y prosigue con el pensamiento del peruano, “la metodología de la policía de ese  país era igual a la que operaba en su patria.” “Pensó que esas cosas solo le pasan a los latinoamericanos.” Y continúa con el temor de ser detenido en el aeropuerto de Londres, cosa que no ocurre gracias a su pareja. El final del relato es feliz, con un fondo de compasión, de tristeza, honda tristeza. “A través del cristal de la ventana de la sala, Flavio percibió diluirse la última luz del día. Se abrazó a Bzyana y cerró los ojos como queriendo abrazarse a la vida. A ella le ganó el sueño. Flavio se sumergió en sus senos y, como un niño, lloró….”   
El protagonista se había salvado y terminaba acogido por el amor…en el exilio.
 Pero, ojo, no hay que creer que lo que el autor Jorge Aliaga nos narra ahí, son hechos que le han pasado. No. Una obra es una mezcla de realidad e imaginación, lo que termina por ser una ficción. Digámoslo a todo pulmón: es una mentira, pero una mentira que tiene mucho de verdad; una verdad apoyada, reforzada, acicateada, querida por el lector. ¿Quién no ha sido tentado a exiliarse, expatriarse, huyendo de una dictadura o buscando un futuro mejor? Muchos, cientos. Por eso afirmo que dentro de los pocos libros de escritores peruanos que nos cuentan este hecho, Mufida, la angolesa, acaso sea el único que hace palpable esta triste tradición –tradición peruana- y que, para nuestra suerte, un poco ha cambiado.
El libro tiene otros valores, -estilo, frases, estructura, puntos de vista, etc.-, pero por razones de espacio –y contagio- yo me quedo con éste: el drama americano del peruano.
Sin lugar a dudas, uno de los buenos libros, quizá de los últimos, escrito por un compatriota residente en el exterior y que nunca olvidó que detrás de él existe, existió y existirá toda una nación. Aplaudámoslo.      

Lima, 19 de octubre de 2011
Jack flores vega

sábado, 13 de agosto de 2011

EL ABSURDO EN LA NARRATIVA DE RAFAEL MIRANDA


EL ENCANTO DE RITA H. de Rafael Miranda
EL ABSURDO EN LA NARRATIVA DE RAFAEL MIRANDA  

Pocos narradores le han dedicado un libro a una estrella, a una diva, a una inalcanzable de la sociedad. En cambio, si es común que lo hagan poetas y músicos. La cuestión parecería apuntar a que es más pertinente o apropiado el género poético para ese caso, pero quizás sea la costumbre. Muchos narradores prefieren dedicar su libro a la familia, al hijo o a alguien más terrenal: la esposa, la amante o la novia. En el caso del libro de relatos de Rafael Miranda, El encanto de Rita Hayworth, se rompe esa regla: el cuento que da titulo al libro es un canto a esa bella actriz de parte del autor, un canto que viene de su veneración y obsesión inalcanzable pero que mediante su talento literario –y vaya que lo tiene- hacerla alcanzable; “mía”, como afirma el propio narrador. Pero nos equivocaríamos si creyéramos que el libro habla solo de la diva o de las banalidades de ese mundo. No, esta es solo un pretexto. Lo que realmente subraya y une los relatos del libro es el absurdo. El absurdo existencial del hombre de hoy, el absurdo de una sociedad tan absurda como la peruana, envuelta en esta era digital de la globalización. Veamos un ejemplo. El relato: El hombre que caminaba al revés.
 Toto se quedo helado cuando al despertar quiso ponerse los zapatos y vio que sus pies estaban al revés. ¿Un Kafka entre nosotros? Sí, pero un Kafka con raíces propias. Sigamos: Cuando se levantó y caminó, en vez de dirigirse hacia adelante, retrocedió. Entonces todos sus actos comenzaron a hacerse al revés. Y el relato prosigue con el protagonista involucionando física y mentalmente mientras que todos quieren ir al futuro. Vivir en Estados Unidos y Europa. Comer y vestir los productos del siglo de la locura y de los avances increíbles. Al final, el protagonista acaba en los árboles, desapareciendo.  
Otro relato: La silla. El personaje es un empleado que al ingresar a su oficina no encuentra su silla, entonces empieza a preguntar: ¿Dónde diablos está mi silla?, pero nadie le da razón. Se queja con el jefe y este le manda al gerente. Este no ve el problema, entonces recurre al jefe de personal, y por último, al director general, y este, para darle ánimos, le consuela: mire, yo tampoco tengo silla. Realmente un prodigioso relato, un cuestionamiento mordaz, donde la prosa y la perplejidad de los hechos lo van llevando a uno a ese desconcierto existencial…y social. Algo parecido sucede con el relato que da titulo al libro. El encanto de Rita H. Cada vez que la veía en el ecran me parecía que yo estaba allí, metido en el film. Rita Hayworth es aun mi actriz favorita y siempre me fascinó…sin embargo, no imaginé que alguna vez en el futuro ella llegaría a ser mía, sí, así como lo oye, mía. El protagonista termina confundiendo la ficción con la realidad, o haciendo de la ficción su realidad…para su consuelo.
Decía Kafka que una obra literaria debe ser como un hachazo que nos parte la cabeza. Y la obra que nos da Rafael Miranda no sólo nos parte la cabeza, sino que nos ahoga, nos sumerge en la vorágine de la vida moderna, para luego devolvernos a esta realidad y hacernos soportables a sus múltiples pesadillas. Soñemos.

Lima, 5 de agosto de 2011
                                                                                                                                                                                 Jack flores vega

lunes, 4 de julio de 2011

EL GALLITO QUE LEIA PERIODICOS Y OTROS CUENTOS


Escribe: Ricardo Vírhuez Villafane

Jack James Flores Vega ha escrito uno de los libros infantiles más interesantes de este año: El gallito que leía periódicos. Se trata de ocho cuentos infantiles escritos con cariño, es decir, con mucha preocupación por las anécdotas, por el lenguaje coloquial y sencillo, y por esa magia propia de la literatura oral de envolvernos con el desarrollo de las historias hasta su desenlace final.
             Pero se trata, principalmente, de historias para niños: cuentos donde los personajes son animales o seres inanimados, y los desenlaces no siempre son felices. Además, el autor dialoga con los clásicos: El gallito que leía periódicos, precisamente, nos recuerda un retazo de Los músicos de Bremen (de los hermanos Grimm), aquellos animales que espantaron a los ladrones, tal como lo hace nuestro gallito disfrazado de fantasma.
                Lo interesante es que el autor nos ofrece desenlaces diferentes. Puede optar por las historias tiernas y felices (El osito que no podía dormir), hasta historias tristes y desesperanzadas (Lo que le sucedió a una escoba desgastada).  En cambio, La tortuga celosa es una muestra de crítica social hacia algunos antivalores, como los celos, la traición y la desconfianza. Una muestra de ingenio y azar es El patito que se hacía el muerto, mientras que Papá Ganso y el misterio de la lectura se convierte en un cuento edificante, aunque no moralista, tratando de dar razones sobre la importancia de leer. La paloma que buscaba el verdadero amor es una sátira hacia los convencionalismos, mientras que El deseo de una hoja de papel resulta un tanto ingenuo y, a diferencia de los demás cuentos, poco claro en el desarrollo de su anécdota: el papel, sobre el que descansa un poema finalmente, parece decirnos que la literatura es lo más maravilloso del mundo.
                Se trata de un librito hermoso. Un libro que a todos los niños nos gustaría leer y releer para sumergirnos en la aventura infantil, en la sensibilidad que perdura de nuestra infancia y en la palabra capaz de envolvernos y atraparnos, algo bastante caro a los escritores de hoy.


jueves, 9 de junio de 2011

El deseo del hombre enamorado


El deseo del hombre enamorado
Para Astrid, de Colombia.

Había una vez un hombre enamorado de una colombiana. La colombiana vivía lejos, muy lejos, y el pobre hombre, enamorado hasta el seso, se comunicaba con ella sólo por internet. Pero el pobre hombre, todos los días pensaba en la manera de llegar a ella. Viajaré por barco, se decía, el barco es inmenso y siempre hay trabajo que hacer, me ofreceré a trabajar gratis. Y así pensando se levantó una mañana, alistó su mochila, se la puso a la espalda y caminó hacia el puerto. Pero el puerto también quedaba lejos, a muchos kilómetros de allí. Pero el hombre, enamorado y enamorado, caminó y caminó bajo el inclemente sol. Nada lo detuvo hasta llegar a ese ancho mar azul verdoso, con botes y barcos inclinados que flotaban sobre el agua. El hombre enamorado miró hacia la lejanía. El mar se le aparecía infinito. “¿En que parte estará mi amada?”, pensaba, “¿Al otro lado del mar?” Y el hombre parecía entristecerse. Era todo tan desconocido. Pero, sin dejarse abrumar, se dirigió hacia el muelle, allí unos hombres empujaban un bote hacia la orilla. El hombre enamorado se quedó esperando. Cuando los pescadores vieron al hombre enamorado parado en la arena mirándolos fijamente, le preguntaron: ¿Qué buscas? El hombre enamorado les respondió: viajo a Colombia, mi amada vive allá y nunca la puedo ver. Como no tengo suficiente dinero, quiero trabajar gratis en un barco que viaje hacia ese país. ¿Me pueden ayudar? Los pescadores lo miraron, sorprendidos: sus zapatos con polvo, su camisa ondeando por el viento y la barba que empezaba a cubrirle el rostro. Se conmovieron.
-Allá en la bahía -dijo uno de los pescadores, señalando al mar-, hay un barco ballenero, “La Rosa coronada”, que zarpará para Colombia en unas horas. Pero el capitán de ese barco no quiere recibir a nadie, afirma tener toda la tripulación completa.
-Sí –dijo el otro pescador-. Y también amenaza con echar por la borda a todo aquel que intente viajar de polizonte.
El hombre enamorado pareció entristecerse, pero al instante se repuso, y afirmó:
-No importa, yo iré a hablar con el capitán.
Y resuelto, les pidió a los pescadores que lo lleven hacia el barco.
Los pescadores, se sorprendieron, pero al ver la resolución del hombre enamorado, accedieron y volvieron a empujar el bote de regreso hacia el mar, con el enamorado adentro.
Remando y remando, lograron acercarse al barco, y estando a unos metros de él, gritaron:
-¡Eh, marineros, aquí hay un hombre que quiere hablar con el capitán!
-¡El capitán no recibe a nadie! –le respondieron desde el barco.
Los pescadores le miraron al hombre enamorado.
-¿Ya ves qué te dijimos? -le reprocharon.
-El capitán no quiere verte.
Intenten de nuevo –les dijo el hombre enamorado.
Los pescadores volvieron a gritar.
-¡Eh, los del barco, aquí un hombre enamorado quiere hablar con el capitán!
Los marineros se rieron, y amontonándose a la baranda volvieron a gritar:
-¡El capitán no quiere ver a nadie!
-¡A nadie!
-¡Absolutamente nadie!
Los pescadores reprendieron por segunda vez al enamorado.
-¿Lo ves? El capitán no quiere verte.
-Vámonos, no seas testarudo.
-Insistan por última vez –les dijo el hombre enamorado.
Los pescadores dudaron, pero viendo la seguridad del enamorado volvieron a gritar: 
-¡Eh, los del barco, aquí hay un hombre enamorado que quiere hablar con el capitán!
-¡Sí, y está muy enamorado!
Los marineros volvieron a reírse, a llenarse de curiosidad, y a amontonarse más para el lado que daba frente al bote, tratando de entender.
-¿Quién es ese enamorado? –gritó uno de los marineros.
-Sí, ¿quién es ese? –repitieron los otros.
Los pescadores le respondieron.
-¡Aquí está! –y señalaron al hombre enamorado parado en la parte posterior del bote con los brazos extendidos a un costado.
Los marineros le miraron, sorprendidos. La camisa al aire, el pelo crecido, la barba expandiéndose por todo su rostro.
-Debe estar muy enamorado –dijo uno de los marineros.
-Sí, miren esos ojos –y se fijaron en sus ojos caídos.
Y de todas partes del barco corrían para amontonarse en ese lado y ver al hombre enamorado. Y comentaban, se sorprendían:
-Ha de estar muy enamorado.
-Sí, está un poco flaco. 
-Pobrecito.
Y tanto duraba el alboroto que despertó la curiosidad del capitán:
-¿Qué pasa, por qué hacen tanto ruido?
Se dirigió hacia estribor, donde estaban los hombres amontonados.
-¿Qué pasa?
Los hombres se separaron.
-Capitán –dijo uno de los hombres, saludando-. Allá abajo, hay un hombre que quiere hablar con usted, dice que está muy enamorado.
-¿Enamorado? ¡Qué ridiculeces hablan! ¿Quién es ese hombre?
El marinero señaló para el lugar donde estaba el bote.
-Allá.
El capitán se asomó:
-Uh, ya veo.
Otro de los marineros dijo:
-El enamorado es el hombre que está parado atrás con los brazos extendidos.
-Ya lo sé, no hace falta que me lo digas –refunfuñó el capitán.
-Sólo quería ayudar, capitán.
-Uf, he visto tantos enamorados que ni falta hace que me ayudes; todos se parecen.
Y después de observar unos segundos más, exclamó:
-¡Qué hable ese enamorado!, ¿qué quiere?
Los pescadores se volvieron hacia el hombre enamorado, pero ya éste daba unos pasos hasta quedarse en la parte delantera del bote.
-¡Quiero hablar con usted en privado! –gritó.
El capitán se llevó los dedos a su barba, se rascó.
-Um, me tinca que esto es algo grave –se dijo-. ¡Que suba! –ordenó a uno de sus hombres, y se alejó a esperarlo en su cabina.
Los marineros se apresuraron a echar la escalerilla de cuerda en ese costado del barco.
-¡Sube! –le gritaron.
Los pescadores del bote sonrieron mientras el hombre enamorado se aferraba de la cuerda e intentaba subir. Los pescadores del bote lo ayudaron.
Poco después el hombre enamorado subía con esfuerzo por la escalera de cuerda hasta llegar a la baranda del barco.
Los marineros de a bordo lo recibieron con alegría:
-¡Bravo, bravo! –le daban palmadas, le felicitaban.
-¡Qué bien, qué bien! –le alcanzaban la mano. 
Y el hombre enamorado, revitalizado por las palabras y los gestos de los marineros, se dejó llevar en hombros hasta la cabina del capitán.
“¡Somos buenos chicos, raa, raa, raa! ¡Y estamos enamorados, raa, raa, raa!...”
Cuando el hombre enamorado traspuso la puerta de la cabina, ya el capitán estaba sentado frente a la mesa, con su taza de café con ron.
-Siéntate y tómate una taza de café caliente; eso te hará entrar en confianza.
El hombre enamorado hizo lo que el capitán le decía y después de beber unos sorbos de café con ron, le dijo al capitán:
-Quiero ir a Colombia, mi novia vive allá y nunca la puedo ver; como no tengo dinero me ofrezco a trabajar gratis y así cubrir los gastos de mi pasaje. Para eso he venido.
El capitán lo escuchó, muy tranquilo; y después, rascándose la punta de la barbilla, le pidió:
-Cuéntame cómo conociste a tu novia.
Y el hombre enamorado contó al capitán la historia de su amorío.

“Hace un mes, por las calles de mi ciudad, vagaba sin rumbo, confundido sin saber en qué lugar detenerme. Había salido de mi casa con la convicción de encontrar algo a que dedicarme y me desesperaba el no encontrarla. Caminando y caminando llegué al Callao. Merodeé un poco por sus playas y mojé mis magullados pies. Así estuve un rato, mirando el mar, el horizonte, el color cambiante de esa hora del día. Y estando parado en la orilla, vi a unos metros bambolearse una botella. Esta, a pesar de la distancia, tenía un color rosado en su cuerpo. Me fijé detenidamente, y para mi suerte, la botella poco a poco se fue acercando. Así pude verla de más cerca. Era una botella con algo adentro. ¿Qué sería? La curiosidad me fue ganando a medida que observaba más la botella. Definitivamente, hay misterios ocultos, me dije, y ganado por la curiosidad me despojé de la ropa y me deslicé a las aguas. Tuve que bregar despacio, tratando que las olas no me empujen contra las rocas. Así, nadando despacito, pude llegar a la botella. Esta era grande y, efectivamente, tenía algo adentro: un papel rosado, enrollado. Volví con el objeto al muelle y con mis ropas puestas me fui a buscar un lugar donde poder examinarla. La oscuridad ya se había apoderado, como comprenderá usted. A la luz de un farol pude extraer el papel y desenrollarlo. Lo que me temía, era una carta. Fechada con 12 de octubre del año pasado, y provenía de Cartagena, Colombia. El resto es como sigue: 

Al hombre que encuentre esta botella, descifre la clave de mi correo electrónico y libere mi corazón de este encierro, le concederé un deseo.
La clave era esta:


El hombre enamorado dibujo en un papel la clave y se la mostró al capitán.
Este se quedó alelado.
-¿Y cómo lo resolviste? –preguntó.
-No me fue difícil. Como es una dirección de correo electrónico supuse que debía empezar por un nombre. Así, “a” es el principio del nombre. Luego viene el dibujo que supuse es un sol. El sol se le nombra muchas veces “astro”. Si le quito la “o” final obtengo el nombre: Astrid.
-Que bien.
-Ahora, con el dibujo del cerro tuve mucho trabajo, pero repentinamente se me vino el nombre: monte. Montealvop. Lo cual no es un apellido común. Pero si le quito la “e” diría, montalvop. La letra “p” no me decía nada, así que lo dejé ahí. Luego venían las palabras en mayúsculas. “RICE”. ¿Qué había querido decir? ¿Por qué en mayúsculas? Estuve pensando mucho rato. Pero esa palabra no me decía nada. Debía ser una palabra extranjera. ¿Pero de qué idioma? No lo sabía. Probé con el inglés. El significado era “arroz”. Diría: “arrozba”. Y si le quito la letra “z” diría “arroba”, el símbolo de correo electrónico. Lo demás ya no fue difícil. “CALUROSO”, en mayúsculas. Umm. Las mayúsculas juegan con el idioma extranjero. Pero en este caso la palabra estaba en español. Probé con la traducción al inglés y el diccionario decía: “hot”. ¡Lo tenía! 

 astridmontalvop@hotmail.com

-¡Cuál no sería mi sorpresa al ingresar la clave y encontrarme en el messenger con esa misteriosa mujer!
Unas manos parpadeando, me saludaron.
Y luego su foto:







-Hola
-Hola, soy de Perú -le dije-. Encontré tu botella.
-Yo soy de Cartagena, Colombia. Me alegro por ti.
-Yo me alegro más. ¿Dónde estás encerrada?
-En una casa, cerca del puerto. Vivo sin poder salir, me comunico con el mundo sólo por internet. Sálvame.
-Lo haré. Viajaré hasta allá. Dame tu dirección.
Y me escribió la dirección: Barrio 7 de agosto…etcétera, etcétera, Cartagena, Colombia.

Le dije que llegaría, cueste lo que cueste. Que no pierda las esperanzas.

-Y como ve, aquí estoy –el hombre enamorado sonreía.

-Hijo, qué soñador eres -el capitán movió la cabeza, conmovido-.
¿Cómo haces caso a una ilusión? Yo he soñado muchas veces que estoy en una boda bailando y felicitando a los novios, pero nunca me he preocupado por descifrarlo…ni por ilusionarme.
-Déjeme viajar, capitán –rogó el hombre enamorado-; quizás este sea más que un sueño, más que una ilusión.
El capitán reflexionó:
-Hijo, este barco se llama La Rosa Coronada. Debe ser por algo que lleva ese nombre, por algo. Te llevaré.

Cuando el capitán salió de su gabinete acompañado del hombre enamorado, le ordenó a su lugarteniente:
-¡Póngale a trabajar en un oficio; cualquiera que sea, y trátelo como a uno más de la tripulación!
El lugarteniente sonrió, y tomando del brazo al enamorado lo llevó a cubierta. Allí el resto de hombres lo saludaron y lo ovacionaron.
Y en las noches, antes de irse a dormir, muchos marineros le rodearon y le preguntaron qué le contó al capitán que lo dejó tan convencido.
-Es un hombre inflexible –dijo uno.
-Es totalmente duro de corazón, como una piedra.
-Sí, insensible.
Y el hombre enamorado, para calmar la curiosidad de los marineros, contó también a ellos todo lo sucedido.
Al terminar, los marineros estaban muy sorprendidos con el relato; sus corazones estaban traspasados de emoción; después, se volvieron eufóricos, y abrazando al hombre enamorado,  cantaron y bailaron con él.  
Y durante el viaje de Lima a Cartagena fue tratado con aprecio. Y hasta cuando iba a descender en las costas de ese puerto colombiano, no cesaron de felicitarlo, de desearle buenos deseos.
-Este anillo es para tu enamorada, cuando se lo entregues, piensa en mí –le hizo el obsequio un marinero.
-Esta estampita va por mi parte, entrégasela.
Y hasta el capitán, al último, se hizo presente:
-Si sucede como está previsto, avísame.
Y el hombre enamorado se despidió de él. Y empezó a caminar en dirección a la casa de la colombiana.

Al llegar a dicha casa golpeó la aldaba de la puerta, y esperó. De la segunda planta, de un balcón una figura femenina se asomó.
El hombre enamorado la reconoció: ¡era ella, la mujer de la foto!
Sí, efectivamente, era la mujer colombiana apoyando sus brazos en la baranda del balcón. Y miraba al hombre enamorado: barbudo, con la camisa al viento, con los ojos radiantes y tan  lleno de vitalidad.
-¡Sííí! -gritó la mujer-, ¡se ha quebrado mi encierro! Y se apresuró en bajar.
El hombre enamorado abrazó a la colombiana y ambos lloraron de emoción. Pero aun faltaba algo: el deseo. Lo que no era difícil de adivinar. ¿Cuál era el deseo del hombre enamorado? Casarse. Y la mujer se lo concedió. Y la boda se celebró... ¿dónde? En el barco del capitán; con el agasajo de todos los marineros y amigos. Y la luna de miel fue un paseo larguísimo a bordo de La Rosa Coronada, un paseo –y trabajo- que los llevó a conocer y contagiar todo su amor por los siete mares del mundo.








sábado, 9 de abril de 2011

usted, nuestra amante italiana


Usted, nuestra amante italiana, de Mario Guevara Paredes

Las mujeres, los tragos y el fracaso

¿Un libro de cuentos de amores, desamores, tragos y fracasos? Esa era la receta que solía recomendar el escritor uruguayo Juan Carlos Onetti a los jóvenes aspirantes a escritores.  El lo había plasmado en sus cuentos y en su vida –se casó cuatro veces y era un empedernido amante del vino-, y fue fiel a esa receta hasta su muerte. Digo esto porque los relatos del libro Usted, nuestra amante italiana, del escritor cuzqueño Mario Guevara Paredes tienen esos elementos del recetario Onettiano, sacados -creo yo- de las furtivas vivencias del escritor en la ciudad cosmopolita del Cuzco y de sus viajes interminables por diversas ciudades de Latinoamérica. Lo que sí hay que subrayar es la diferencia existente entre el libro de Guevara y la obra de Onetti. Y está se halla, principalmente, en la atmósfera. El universo de Onetti destila pesimismo, mientras que el libro de Guevara, no: destila risa, compasión, simpatía, pero no ese elemento inconfundible de los libros de Onetti. Y eso que en casi todos los relatos del libro de Guevara hay muertes, también líos de pareja, fracasos, trago, y más trago. El autor –Mario Guevara- nos toma el pelo, nos hace un guiño, nos alegra con estas historias contadas por sus estrambóticos personajes, como es el caso de Por siempre jamás, un relato contado por la protagonista, una mujer de baja estatura que reniega de su marido. “¡Muérete, enana!”, empieza diciendo el hombre, y, a continuación, empieza el relato de la mujer: sus quejas, su cólera y decepción por haberse casado con un hombre que la maltrata; “un bueno para nada”, “una rata con dos colas”, etc. El relato abunda en frases chistosas y espontaneas y concluye en una amenaza de la mujer para acabar con la vida del desalmado. A continuación, escuchamos, otra vez, la voz del hombre: “¡enana, déjame dormir!”, y agrega otra frase: “¡puta madre!, esta enana siempre hablando en voz alta”, lo que termina mostrándonos la risible situación de la mujer. Esta es solo una muestra de la receta Guevariana –original, hay que decirlo-, que hace que sus historias pierdan esa atmósfera fatalista, truculenta,  e irradien simpatía, llevándonos a ver los hechos como algo que “a cualquiera le puede pasar”, “que así ocurre en la vida”, que nos toca a todos y no hay por qué quejarse, sino aceptarla. Otro elemento, descollante de la receta guevariana, está en el estilo: elegante, fluido, agradable, con frases cortas y largas que irradian belleza. Usted, nuestra amante italiana se convierte así, en uno de esos libros que uno puede leer de un tirón. Que lo puede degustar en un asiento de avión, en una sala de café o en un largo y solitario paseo cualquiera. Para culminar, el libro cierra con el relato que da título al libro: Usted, nuestra amante italiana; un relato autobiográfico de los años mozos del autor; ahí está el Cuzco y sus rincones, la calle Tecsecocha donde quedaba el viejo billar, el antiguo cine Ollanta, pero, sobretodo, está la pasión de un grupo de adolescentes por una mujer lejana, maravillosamente bella –e inalcanzable- para el grupo. Solo al final sabremos quién es la idolatrada actriz italiana que arranca recuerdos, orgullo y nostalgia a unos ahora nada adolescentes, ya encanecidos y gorditos que añoran ese Cuzco ideal que se fue.
Con el recetario de Mario Guevara, Usted, nuestra amante italiana deviene en un plato maravilloso, autóctono, que invita a probar…sin temor de quedar indigesto. La receta está disponible, probémosla.       
Jack flores vega
Lima, 9 de Abril del 2011

sábado, 2 de abril de 2011

El laberinto

                                                                                                                    Grabado de Lynd Ward
El laberinto

Siete días después de muerto, su presencia seguía rondando en los comentarios de familia, en los rezos y lágrimas que algunos en casa derramaban; hasta que semanas después todo se fue reduciendo a algunas oraciones y encendido de velas al pie de su retrato. Pero conforme pasaban los días su presencia se fue desacralizando, o quedando relegado a rincones de la casa. Sus ropas ya habían desaparecido; mamá Rosa los guardó en un saco de lona blanca y lo fue a amontonar al lugar donde estaban los trastos, bicicletas destartaladas y demás despojos familiares. Otro día ya no estaba en la percha su sombrero de cuero, su poncho grueso, su maletín negro, pequeño, parecido al que usan los doctores de visita. Sólo quedó su retrato con su vela encendida hasta que alguien olvidó prenderla y ya nunca más se le volvió a encender ni rezar. Sólo, a veces, en ocasiones ejemplarizadoras, resucitaba su nombre en algún hecho suyo que se nos obligaba a imitar. Luego ya no hubo más nada: ni su vela, ni su retrato, ni el saco de su ropa con el que solíamos a veces jugar estrellándolo en nuestros cuerpos . La familia se mudó y dejamos, junto con los despojos mortuorios del abuelo, tantos otros despojos de los familiares presentes. Y sólo, como única presencia física y valiosa de él, nos quedó su ropero grande y antiguo; de cuatro puertas, con espejos en su interior y revestido de un material blanco, como plástico duro que con el tiempo se había vuelto amarillento y se caía por pedacitos. Nos gustaba jugar ahí, ocultarnos en su interior o encaramarnos en su techo como gato agazapado. Pero cuando uno de los tíos nos encontraba en el ropero y gritaba: ¡Bajen de ahí,!, temblábamos de miedo, y con los castigos asomaba en nosotros el recuerdo temeroso del abuelo. Pero siempre volvíamos a él; su presencia era imponente, ocupaba casi el largo de un cuarto y cabíamos muchos ahí: Nico, Susana, el pequeño Manuel y yo, y todas nuestras travesuras. Era, en las noches, como un laberinto en el que podíamos entrar, pero no salir. Hasta que un día salimos y ya no regresamos a él jamás. Nos habíamos hecho grandes y nos desplazábamos por otro laberinto más enrevesado que abarcaría toda nuestra existencia: el mundo.

Jack Flores Vega
(Relatos inolvidables)

jueves, 31 de marzo de 2011

Amo

amo
tu risa
que recorre los lugares
desolados de mi historia
amo
tu alegría
que hace de mi un hombre nuevo
amo
tu corazón bueno
tus labios frescos
tu cabello negro
que ondea siempre en mi recuerdo