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jueves, 25 de febrero de 2016

NUEVAS AVENTURAS DE LOS MATAPERROS, DE HECTOR MEZA PARRA


Literatura juvenil de Tarma
NUEVAS AVENTURAS DE LOS MATAPERROS, DE HÉCTOR MEZA PARRA


Una buena obra literaria tiene algunos ingredientes comunes: nos hace rememorar, nos inspira, o nos dibuja una sonrisa en lo más profundo de nuestro ser. Vivimos, por un momento, alejados del presente para sumergirnos en esa vorágine de ficción y verdad, en esa aventura que, por lo dramático, tierno o cómico solemos acompañar, porque de algún modo nos identificamos con esta, de algún modo tiene esa historia que leemos algo de nosotros. Hago este preámbulo después de leer la segunda parte del libro juvenil Nuevas aventuras de los mataperros, del escritor tarmeño Héctor Meza Parra. Si la primera parte de Los Mataperros fue entretenida, tierna, simpática, edificante, no lo es menos esta segunda parte. Héctor Meza Parra despliega una prosa sencilla y una ternura, un ludismo, y combinado con sus remembranzas juveniles ha armado su pequeña sinfonía novelesca. ¿Qué tiene en común con nosotros esta corta novela de tres adolescentes que hacen travesuras en casa y fuera de casa haciendo renegar a sus familiares? Bueno, la respuesta sale sobrando. Los tres muchachitos, Ángel, Elver y Lucho nos transportan a esa parte de la adolescencia donde todos, de algún modo, hemos hecho travesuras. Héctor Meza Parra ha recordado a su ciudad natal, Tarma, y ha recreado las travesuras de estos tres mataperros -que con toda seguridad algunas de esas travesuras son suyas-, haciéndolos revivir en nosotros. ¿Quién no le ha jugado una broma –cruel a veces- a un familiar, a una abuelita –como lo hace Ángel, el protagonista principal, escondiéndole la dentadura postiza para luego colocarla en un melón donde ha dibujado un rostro? ¿o quien no ha jugado con una llanta desusada de automóvil corriendo tras ella haciéndola girar? Ángel, el protagonista, lo hace, introduciéndose en la abertura de una llanta grande y haciendo que sus amigos la hagan girar con él en el medio hasta deslizarla por una pendiente donde nadie la pueda controlar, llenándolo de pánico. Es simpática esta obra, que a la vez que nos cuenta las travesuras de estos mancebos, vamos viendo las costumbres de una ciudad que con el transcurrir de los años habrán cambiado. El autor rescata eso y nos lo muestra para tener una idea de aquellos años… Como la primera parte, esta también tiene un final tierno: el momento en que Ángel, el muchachito, tiene los primeros escarceos amorosos por la presencia de una chica –Carolina- que corresponde a las inquietudes del muchacho.
Después fuimos a sentarnos en muro. Estábamos en silencio, sin saber qué más decirnos. Pero ella se limitó a apoyar su cabeza sobre mi hombro derecho. Estuvimos así por media hora, sin preocuparnos del frío ni el hambre. Observábamos las estrellas y las gotas de lluvia a trasluz de los faroles en la huérfana noche.           

Es buena la obra porque el autor es sincero en su sentir. De allí su éxito. Una prueba más de que se puede hacer una buena obra infantil o juvenil sin necesidad de recurrir a dragones, caballos sin cabeza o brujas con sombrero de punta algo que no corresponde a nuestra realidad. El autor, Héctor Meza Parra, con su libro Nuevas Aventuras de los Mataperros nos da un buen ejemplo de lo que es una buena literatura, autóctona y con dotes de perennidad. Esta segunda parte de Los Mataperros -al igual que la primera- quedará para la memoria colectiva de los lectores. Bien por el autor, y por el país.

Jack flores vega

Lima, 24 de febrero de 2016