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sábado, 1 de septiembre de 2012

LIBRO DE CUENTOS: MUNDOS ADYACENTES, DE MANUEL GONZALES SALDAÑA


Mundos adyacentes, de Manuel Gonzales Saldaña


Hay obras que se nos presentan atrayentes, sugestivas, que nos atrapan en la primera línea. Y hay otras cuyo poder de atracción va lento, de a poco, y solo después de haber leído algunos párrafos podemos vislumbrar su poder de seducción. ¿A qué se debe esto? Al manejo del lenguaje, a la atmósfera creada, a la técnica…o a la personalidad del escritor. Digo esto porque el libro que empiezo a comentar tiene mucho, muchísimo de la personalidad y vida del autor. Mundos Adyacentes, del escritor chotano, Manuel Gonzales Saldaña, es un conjunto de cuentos de estirpe popular, ambientados, en su mayoría, en el lugar de nacimiento del autor -Chota- y en Huaral, la ciudad donde trabaja y reside actualmente. Desde estos lugares nos narra el escritor y nos muestra, quizá, lo que a mi juicio pueden ser  los más entretenidos y representativos cuentos populares, con imágenes, paisajes e idiosincrasia del peruano de hoy, del peruano de a pie, escritos con una sencillez que refleja, -ya lo dije- la personalidad y sueños de su autor. He aquí una literatura peculiarmente peruana –entendiendo por peruana aquella que refleja la vida típica del habitante que ha migrado de su ciudad de origen a otro lugar para ganarse la vida-. Pero no solo eso tiene este libro –grandioso y rico, por demás, con características de real maravilloso-, también está la relación peruano-japonesa en esa parte del país –Huaral-, que con ribetes de tragedia el autor nos va mostrando.  

Sin lugar a dudas Mundos Adyacentes se erige como esos libros populares que llegan al alma del lector. Es, con asombro, un libro rico en matices, en descripción y acción. Si no veamos esta narración del cuento, Largo Viaje:
“Decían que en Lajas, un pueblito a orillas de dos ríos y a unos diez kilómetros de Chota, vivían unas mujeres tan hermosas que solo con la mirada lo embrujaban a uno. Eso le sucedió a mi tío Aurelio. Una vez se encontró con una lajeña que hablando le sonreía. Y él, creyéndose correspondido, siguió pensando en ella. Desde Chiclayo le enviaba cartas y más cartas a la lajeñita, pero ella no respondía. Hasta que un día, atormentado por el recuerdo de su mirada, tomó un poco de veneno para ratas y se acabaron las cartas”.

Luego el narrador sigue recreando:
“Luego de una hora más de camino llegamos a Cochabamba, un pequeño valle a orillas del rio Chotano. Aquí da de todo; bastante caña, también café y frutas. Recordaba los consejos de mi madre cuando entre ruegos, me decía: Hijito, no vayas a comprar motemote (fruto de color blanco con una sola pepa) en Cochabamba. Las pepas se pegan a tus tripas y te mueres como el finado Rosendo, con fiebre intestinal. Mejor compra limas, son buenas para las penas”.

Y el viaje prosigue:

“No habíamos de terminado de recorrer la cuesta cuando llegamos a Llamaluc, un diminuto poblado que solo conoce el olvido, como todo lo viejo y oxidado por el abandono”.

Pero, como lo repito, no hay solo descripción, sino también acción:

En el cuento, Siguiendo tu rastro:
“-Señor Arturo, por favor, no vaya a gritar. Está borracho –dijo la temerosa e inocente Rosaura, con voz tímida y quebrada.
-¿Qué dices? –preguntó Arturo Cortés, mirándola sorprendido, con sus ojos vidriosos y achinados.
Rosaura, la empleada, tartamudeando respondió:
-Es que la gente…la gente dice…muchas cosas, no sé si es verdad. Mi mamá me recomendó que de sus gritos es de lo único que debo cuidarme, pues usted ya está viejo y no puede pasar otra cosa.
Más intrigado e impaciente, con la terquedad aumentada por efectos del alcohol, Arturo insistió:
-¿Qué dice la gente? Tienes que contarme todo, desde el principio hasta el fin, sino, ¡empezaré a gritar!”

Y la muchacha empieza a contar una serie de historias que se dicen del anciano Arturo con su perra Valentina que cada vez se tornan más y más increíbles, pero que convencen, persuaden. Una serie de cajas chinas que se abren y van agregando historias de otorgan fantasía y tensión a lo narrado. Sin duda, una gran proeza.

Otro cuento, que sorprende también, es el de Homónimos.

Un personaje es confundido con otro porque ambos tienen el mismo nombre. Es llevado a la comisaría y allí, con otros compañeros de celda, se cuentan historias del porqué de su encierro.
“Nos conocimos en la cárcel de Chincha. Estuve preso por robo, a Juan lo encontré allí. Éramos los más jóvenes y, tal vez, por eso nos hicimos patas al toque. El me contó que su chamba consistía en subir a los ómnibus interprovinciales, especialmente por la noche para vender turrones y caramelos. Esperaba que los pasajeros se durmieran y bajaba en cualquier sitio con dos o tres maletines”.

Y el relato prosigue con estos dos compinches que falsifican títulos y se hacen pasar por abogado y contador y enamoran a dos mujeres de la selva. Viajan al pueblo de las mujeres y engañan al alcalde, fingen de sacerdotes, y etcétera, etcétera, etcétera. El relato tiene para hacer reír y pensar a más de uno. Un cuento con personajes que hacen recordar a los del  Decamerón, solo que este es más gracioso.  

Para terminar, está la relación del peruano con la mujer japonesa. El cuento que da título al libro: Mundos Adyacentes. Historia trágica de amor entre dos personajes que se aman, pero que por los convencionalismos de la sociedad, especialmente la japonesa, no se puede consumar.
“-¡Te amo, te amo! –gritó Marcos-. Nunca me apartaré de ti.
-Malcos loco…entendel; amol sel una cosa, vida otla, japonés piensa así. Te amo, te quielo, solo palabla, nomás. Vida es más impoltante”.

Y el cuento termina con la reflexión del narrador:
“Al fin, no todo se había acabado, quedaba un halo de amor triste e invisible que atravesaba el océano, fuertemente entrelazado en esos dos ovillos de palpitantes fibras que no fueron más que víctimas de las costumbres y leyes hechas por el hombre, y que por aquellas circunstancias de la vida hicieron de sus mundos dos mundos adyacentes”.

Queda otro relato: Adiós Sagamihara, pero no lo voy a comentar. El libro tiene tres relatos más, siete en total, los necesarios para que el lector se deleite con esta literatura popular, original, mágica y entretenida que el alma del autor nos ha revelado.

Un maravilloso libro de cuentos, sin temor a equivocarme. El alma de toda una nación está plasmada aquí.

Lima, 1 de setiembre de 2012

Jack flores vega