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jueves, 18 de agosto de 2016

LA ENCINA Y LOS AÑOS, POESÍA DE SERGIO CASTILLO FALCONÍ



             LA ENCINA Y LOS AÑOS, POESIA DE SERGIO CASTILLO FALCONÍ


¿Qué podemos decir un poeta que ha pasado ya el medio siglo de vida y aparece, entre distintos vaivenes literarios, con su ramillete de poemas para mostrarlos a todos? Para quienes degustamos de la poesía sabemos que un poeta de madura edad, o repite lo que ya ha dicho en anteriores textos o brinda algo nuevo  del momento que le está tocando vivir. Esto ultimo  parece ser el caso del poeta horazeriano Sergio Castillo Falconí, de Jauja, y su manojo de poemas: "La encina y los años." Pequeño, breve, pero grande en intensidad y altura, y amplio en abstracción y conocimiento es su poemario, "La encina y los años", recién dado a conocer.

                Tengo
                              un cuaderno
                                                          de poemas:
lirio estrellado,
                    alta hierba que
                                                   me  
                                                           contempla.

                     Chompa azul que flota
que adivina
los hastíos,

                       calígrafa de longos salones.

¿Cuál es su propuesta poética? Ahí está, en los versos que discurren de un extremo a otro, tratando de insertarnos en su yo poético. La encina, poema con el que se abre el poemario, tiene distintas imágenes y significados.

   Existe el árbol           antes que yo
        Inicia                        trasforma
De oro al hombre                  de ojos a la flor
                   De la piedra al ave;
                            Porque

             El hombre es tiempo y no yo.

Decía el poeta Octavio Paz que la unidad de la poesía no puede ser asida sino a través del trato desnudo con el poema. Y también se preguntaba si no sería mejor transformar la vida en poesía que hacer poesía con la vida.  
Y algo de esto es lo que hace Sergio Castillo: desnudarse, y hacer poesía con su vida.

                             Ya no vendré
Como viejo canario
                                                       a soltar el trapo
 Del canto
                                                                de plumas.
Quizás me olvide
                                                  a la piedra cansada,
a las fatigas del fuego
                                       a las fronteras de la encina.
A la sombra y la luna.
Anhelo de lograrme
                                    retirado
                                                       entre tanto goteo:
                                  árbol y ruido.

Intensa  y bella poesía es la que nos brinda Sergio castillo, nos golpea y nos regocija, nos regala ese aliento poético que nos estremece; como en estos versos que se tiñen de tinte oriental, parecido a haikus o poesía zen:
 ........
y a lo lejos, tréboles caen,
                                            resplandor, cielo de aldea,
                        ¡el solo musitar de hojas!

Felicitaciones al poeta, y que nos siga regalando su espíritu y su presencia en los distintos rincones del país donde lo encontremos.

jack flores vega
Lima, 18 de agosto de 2016

jueves, 25 de febrero de 2016

NUEVAS AVENTURAS DE LOS MATAPERROS, DE HECTOR MEZA PARRA


Literatura juvenil de Tarma
NUEVAS AVENTURAS DE LOS MATAPERROS, DE HÉCTOR MEZA PARRA


Una buena obra literaria tiene algunos ingredientes comunes: nos hace rememorar, nos inspira, o nos dibuja una sonrisa en lo más profundo de nuestro ser. Vivimos, por un momento, alejados del presente para sumergirnos en esa vorágine de ficción y verdad, en esa aventura que, por lo dramático, tierno o cómico solemos acompañar, porque de algún modo nos identificamos con esta, de algún modo tiene esa historia que leemos algo de nosotros. Hago este preámbulo después de leer la segunda parte del libro juvenil Nuevas aventuras de los mataperros, del escritor tarmeño Héctor Meza Parra. Si la primera parte de Los Mataperros fue entretenida, tierna, simpática, edificante, no lo es menos esta segunda parte. Héctor Meza Parra despliega una prosa sencilla y una ternura, un ludismo, y combinado con sus remembranzas juveniles ha armado su pequeña sinfonía novelesca. ¿Qué tiene en común con nosotros esta corta novela de tres adolescentes que hacen travesuras en casa y fuera de casa haciendo renegar a sus familiares? Bueno, la respuesta sale sobrando. Los tres muchachitos, Ángel, Elver y Lucho nos transportan a esa parte de la adolescencia donde todos, de algún modo, hemos hecho travesuras. Héctor Meza Parra ha recordado a su ciudad natal, Tarma, y ha recreado las travesuras de estos tres mataperros -que con toda seguridad algunas de esas travesuras son suyas-, haciéndolos revivir en nosotros. ¿Quién no le ha jugado una broma –cruel a veces- a un familiar, a una abuelita –como lo hace Ángel, el protagonista principal, escondiéndole la dentadura postiza para luego colocarla en un melón donde ha dibujado un rostro? ¿o quien no ha jugado con una llanta desusada de automóvil corriendo tras ella haciéndola girar? Ángel, el protagonista, lo hace, introduciéndose en la abertura de una llanta grande y haciendo que sus amigos la hagan girar con él en el medio hasta deslizarla por una pendiente donde nadie la pueda controlar, llenándolo de pánico. Es simpática esta obra, que a la vez que nos cuenta las travesuras de estos mancebos, vamos viendo las costumbres de una ciudad que con el transcurrir de los años habrán cambiado. El autor rescata eso y nos lo muestra para tener una idea de aquellos años… Como la primera parte, esta también tiene un final tierno: el momento en que Ángel, el muchachito, tiene los primeros escarceos amorosos por la presencia de una chica –Carolina- que corresponde a las inquietudes del muchacho.
Después fuimos a sentarnos en muro. Estábamos en silencio, sin saber qué más decirnos. Pero ella se limitó a apoyar su cabeza sobre mi hombro derecho. Estuvimos así por media hora, sin preocuparnos del frío ni el hambre. Observábamos las estrellas y las gotas de lluvia a trasluz de los faroles en la huérfana noche.           

Es buena la obra porque el autor es sincero en su sentir. De allí su éxito. Una prueba más de que se puede hacer una buena obra infantil o juvenil sin necesidad de recurrir a dragones, caballos sin cabeza o brujas con sombrero de punta algo que no corresponde a nuestra realidad. El autor, Héctor Meza Parra, con su libro Nuevas Aventuras de los Mataperros nos da un buen ejemplo de lo que es una buena literatura, autóctona y con dotes de perennidad. Esta segunda parte de Los Mataperros -al igual que la primera- quedará para la memoria colectiva de los lectores. Bien por el autor, y por el país.

Jack flores vega

Lima, 24 de febrero de 2016