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viernes, 31 de julio de 2015

SANGUAZA, DE JUAN RODRÍGUEZ PÉREZ


Cuentos neorrealistas
MARGINALIDAD Y DERROTA EN SANGUAZA, DE JUAN RODRIGUEZ PEREZ


Si se pudiera esbozar un mapa de la literatura peruana de la violencia del migrante, del invasor de terrenos, y su lucha por subsistir en una ciudad de más de un millón de cabezas, sin ninguna duda el panorama sería amplio, diverso, y, porque no decirlo, polémico. Y es que la literatura como reflejo social es una vertiente que tiene amplia difusión aquí. Sin embargo, aun entre esa corriente –sea en cuentos o novelas, encontraríamos diversos matices. Un cuento como “Los gallinazos sin plumas” es distinto de un cuento de “Los inocentes”; o un cuento de “Lima hora cero” difiere notablemente de “Montacerdos.” En algunas la violencia está matizada; en otras, exaltada. Pero eso sí, muchas retratan el derrotero que ha seguido la población migrante en la ciudad, y su lucha por acomodarse y enajenarse en el mundo urbano que lo mira con rechazo. Sanguaza, libro de cuentos de Juan Rodríguez Pérez, se enmarca en esa corriente, y se emparenta más con “Lima hora cero”, del escritor Enrique Congrains Martin. Al igual que él su libro es un compendio de las vivencias del migrante, de su terrible lucha por vivir y resistir. Sus personajes son antihéroes, y apenas están matizadas por la límpida prosa del autor; este no se calla nada, muestra todo. Desde la degradación en la delincuencia hasta la subsistencia por la prostitución, el abuso y el crimen. Una mirada terrible es la que nos muestra, una violencia descarnada, la de aquellos que no han logrado acomodarse y sucumben a la asfixia social. El cuento que da título al libro, “Sanguaza”, empieza así:
Nosotros fuimos los primeros en llegar al barrio confundiéndonos con el polvo del camino y los raigones de maíz que sobresalen como tétricas lanzas enterradas, resecadas por el sol y el viento caliente del verano. Llegamos por separado, pero cada uno dibujó la misma sonrisa al encontrarse con los montículos de tierra y una pequeña choza techada con palos de bambú y forrada con bolsas plásticas cubiertas de barro y piedra para que el viento y la lluvia del invierno no la fueran a destechar.
Y el relato prosigue con las vivencias de los moradores en la falda de un cerro que de pronto ven trastocados su orden por la llegada de una familia agresiva, violenta.
Todos se fijaron en ellos como si llegaran de otro planeta. Desde el principio les agarramos temor. “Pichán” era un tipo fornido, con aires de bravucón; complementaba las órdenes que daba a sus hermanos levantando algunas de sus cejas. Si no le hacían caso lanzaba un grito de animal camino al sacrificio. Su valentía se amparaba en ser mayor que nosotros por tres o cuatro años y en el apoyo que le brindaba su madre, una morena que carajeaba a cada uno de sus hijos de lo más lindo, incluyendo a un tipo que tenía como amante.
Los adolescentes se ven obligados a pelear con los recién llegados para defenderse, aunque  después entablan relaciones menos agresivas con ellos:
Fue por esa época que descubrimos que las dos hermanas de Pichán no usaban calzón. El primero en notarlo fue Coco, una tarde que jugábamos a las canicas con ellas, quien se quedó prendido, con los ojos vergonzosamente abiertos, sin atinar a nada.   
………………………….
Hacíamos turnos para mirarlas y saltar como canguros alocados sin que ellas pudieran entender nuestra angustia….
Y tal vez nunca se hubieran dado cuenta a no ser por la aparición inoportuna de Pichán.
……..
Ahí se armó la buena. Pichán nos recordó a nuestra madre como se le vino en gana y a ellas las llamó de putas y recontraputas, mientras las iba jalando del pelo e intentaba introducirlas a su casa. Corrimos hasta la esquina esperando escuchar los gritos a que nos tenía acostumbrados. Pero lo que se escuchó fueron carajos que largaba la hermana mayor, opacando la voz de Pichán: “¿Y que tiene? ¿acaso me van a comer? ¡Los ojos se han hecho para mirar, negro huevón!”

Pero hay más historias, 14 en total, casi todas marcadas con la tragedia; algunas atenuadas por la ironía y la maestría para narrar que tiene Juan Rodríguez Pérez. Eso lo que hace que asistamos arrastrados a este espectáculo variopinto de personajes populares, compadeciéndonos, en alguna historia de la penosa suerte que nos muestra su autor. Es, digamos, parafraseando una etapa del cine italiano, una suerte de neorrealismo literario, crudo, con angustias, de seres sin voz, parecidos a los personajes de “La palabra del Mudo”, solo que estos han caído más bajo; no son seres fracasados o temerosos, son marginales que viven, en algunos casos, fuera de la ley, sin ningún poder de redención. A esa faceta de la realidad, Juan Rodríguez Pérez nos ha obligado a mirar, como recordándonos lo que ha sido la formación de los distritos periféricos de Lima, y resaltando que, en arte, hasta lo grotesco y repelente puede ser retratado por ésta.

La Literatura y la Historia, mediante la mano maestra de Juan Rodríguez Pérez, una vez más se dan la mano.  

Lima, 31 de julio de 2015

Jack flores vega


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