PRÓLOGO A HOSTIAS DEL MAL, DE CHRISTIAN RIVERA
“La poesía se descarna y reencarna con los siglos”,
dice uno de los versos de hostias del
mal”, poemario de Christian Rivera Rojas. Y es que estamos ante la
revelación de una voz que proviene de fuentes clásicas, y que sabe transitar en
las distintas temáticas que fundaron la Modernidad en la Literatura Universal.
Desde que un francés muy culto se dedicó a desestabilizar el establishment
literario de su época, Charles Baudelaire, tocar los calcinantes temas del
amor, de la soledad y de la urbe, dejaron de ser problemas idealistas para
convertirse en carne y podredumbre: se constituyó una metafísica del mal.
En esta ópera prima de un joven poeta peruano,
podemos apreciar un saber acoger las influencias de sus lecturas, tanto como
para violentarlas como para resemantizarlas. Pero más allá de su solvencia en
el conocimiento de la Tradición poética universal, desde los griegos hasta los
beatniks, atravesando el Sturm und Drang
alemán y la poesía maldita francesa, tal como sugiere el título del libro, y,
aparte de su destreza para manejar los recursos estilísticos y técnicos de la poesis, encontramos en esta poesía una
mirada atenta y segura no solo de los aspectos sentimentales del poeta, sino
también(y que bien puede articularlos entre los textos) de esas moradas ignotas
y escabrosas de la animalidad del desintegrado “ser humano”;
es decir, de aquellos avatares tecnológicos en que la humanidad discurre hoy en
día.
Como antítesis del mal, quizás la pureza del
símbolo católico, encargada en la hostia (asociada al cuerpo del libro, al
desborde de poemas),represente esa ilusión que hemos perdido debido a la
racionalidad y el pragmatismo que mueve al mundo de hoy; un hoy sin fe ni
espiritualidad, en el que,(solo) gracias a unos pocos genios, la tecnología da
pie a que el salvaje humano despliegue su irracionalidad disfrazada de futuro,
para (servir al) exterminio de la naturaleza, aquella naturaleza que parece que
ya hemos perdido: el anhelo de trascender (de todo artista). Pues, ciertamente,
hay una denuncia aquí, en esta poesía en donde palpita la rebelión.
Y es que solo las hostias (los poemas: el cuerpo
del poeta) quedan en un mundo sin Cristo ni apóstoles.
La poesía se descarna, se cuestiona a sí misma, se autoparodia,
se arroja al abismo, por eso mismo, para dar al mundo su grito, su protesta, su
lírica visceral y solidaria. Es el abrazo vallejiano, es la máquina sublime de
Eielson, es la soñada coherencia de Luchito Hernández y la vox horrísona de
Juan Ojeda. El poeta, hoy en día, no hace sino caminar hacia su “desterrada fe/
de oníricas aguas”, a través del tiempo (siempre el tiempo, la conciencia de lo
efímero), para hablar por los que no pueden hacerlo (el que ignora lo que
ignora, o el que sabe lo que otros ignoran y no tiene palabra). Todo joven
poeta es Rimbaud: eso es el “Yo es Otro” del joven poeta de Charleville. Y aquí
estamos leyendo a Christian Rivera Rojas, que proviene de la Universidad La
Cantuta, vergel de poetas como Cesáreo Martínez, como los poetas del grupo
Estación 32.
La Cantuta siempre ha albergado a poetas en
eucaristía; allí he sido testigo y amigo de varios grupos que han surgido en
estas últimas décadas. El aire es más limpio, el sol más radiante, el agua del
Rímac aun transparente, y la conciencia como un espejo de su entorno: clarísimo.
Me alegro que la educación, allí, esté muy ligada a la creación, a la
liberación de la imaginación, de la crítica y la belleza.
Por eso, quiero dar un saludo, a través de este
texto introductorio, al novel poeta Christian Rivera Rojas, autor de Las Hostias del mal, quien es uno de los
buenos valores que han aparecido últimamente. Una poesía sin ímpetu no es
poesía. Aquí el lector habrá de sentir la explosión de un espíritu pleno de
aventura y sediento de conocimiento.
Miguel Ildefonso
Portada del Sol, 2015
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