Novela sobre la violencia interna
Dolor y tragedia nacional en La noche
y sus aullidos, de Sócrates Zuzunaga
Leer obras
literarias sobre la violencia subversiva
–sea novela, cuento o ensayo- siempre es motivo de polémica. Algunos
tildarán de apologista a tal autor, o defensor del régimen, o simple recolector
de historias del libro de La Comisión de la Verdad; otros preferirán ignorarlo
o desdeñarlo y darle poca difusión -dado que no es el tema que lo sienten
cercano-. Lo cierto es que un autor no toca un tema porque le gusta o le
disgusta, toca un tema porque eso es lo que le ha impactado. Toca un tema
porque lo siente cercano a su ser, sin imponérselo, porque lo ha sentido o lo ha visto o
padecido. Eso es lo que se vislumbra en esta novela “La noche y sus aullidos”,
donde su autor nos transmite, nos hace sentir toda la tragedia nacional
acaecida en la época de la violencia interna; sobretodo, el sufrimiento de los
habitantes del ande, de la sierra de Ayacucho, donde se inició el conflicto.
“No sé si esto se pueda leer como una larga
crónica o como un testimonio. El caso es que yo anhelo que tomen esto como una
experiencia inolvidable para mí, por lo trágico y casi inverosímil de los
hechos.” En aquel lugar conocí al señor Clemente, un campesino ayacuchano que
ahora vive solo, en una covacha de quinchas y adobe, trabajando en ocasionales
labores agrícolas, lo que le permite seguir respirando los gélidos aires de
Kolkamarca.”
El que dice
esto es un periodista a quien el campesino Clemente le ha contado los terribles
sucesos que se narrará en la novela. Pero la verdad es que lo que dice el
periodista (quizás alter ego del autor) es parte también de la novela. Y eso es
lo que se ve en esta robusta novela del
escritor ayacuchano Sócrates Zuzunaga. Sorprende su estructura, las voces
alternadas que se van intercalando a lo largo de la historia. Los protagonistas
cuentan y cuentan, y opinan. Y uno va conociendo el desarrollo de las historias
conforme avanza, y claro, el desarrollo de las historias no siempre es lineal.
Hay datos escondidos que luego se van revelando. Hay técnica, un alarde de
técnica. También hay cuentos incrustados
que le dan realce o complemento a lo que se propone el narrador: dotarle de poder
de persuasión, dotarle de énfasis, de
vida.
“En las
calles del pueblo había más milikos que estaban correteando de aquí para allá,
arreando a la gente hacia la plaza; a algunas mujeres, que no querían ir, las
estaban arrastrando de los pelos y las estaban pateando en el culo. Los niños
lloraban…”
Dolor es lo
que experimenta uno al terminar de leer la novela, repudio, pena. ¿Cómo pudo
pasar esto? O como una persona de la capital alguna vez se preguntó: ¿Dónde
estábamos nosotros cuando todo esto pasó? La respuesta la encontraremos al
leerla.
¿No dicen
que la novela es forma? Es verdad, es forma, porque el fondo lo pone uno, el
ser interior de uno que capta lo que siente: Toda la violencia que se vivió en
el país, toda la opresión y el resentimiento, toda la crueldad, los abusos. Y
la pobreza como caldo de cultivo que alimentó toda esta violencia.
Tiene una
gran forma esta novela. Difícil resistirse a no premiarla –ganó uno de los
máximos premios que otorga el país-, difícil no reconocer que perdurará, como una
voz humilde que clama por hacerse escuchar. Como le pide al final el campesino
al periodista: “escríbalo así, tal como
yo luey contau pa que la gente sepa la verdad de las cosas… y no creya que por
aquí solo pasó la lluvia”. Eso es lo que nos quiere mostrar este campesino.
Su verdad, nuestra verdad, nuestra tragedia. No nos avergoncemos, no. Afrontémosla.
Solo así lograremos hacer que ese terrible capitulo de nuestra historia nunca
más se vuelva a repetir.
Jack flores vega
Lima, 15 de diciembre
de 2014
Disculpe, quisiera saber si en la obra se aprecia violencia contra la naturaleza, se lo agradecería mucho
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