Libro de relatos El Ángel caído
El mundo de remembranzas
de Roberto Salazar
Leer una obra literaria implica
asomarse al estilo del autor. A la forma en que escribe. Claro, también nos
acercamos a lo que dice, al fondo. No existe texto artístico –y no artístico-
que no contenga esos dos elementos. ¿En qué manera ambos elementos se funden y
nos dan ese toque de magia, cuál prevalece sobre cuál? Es una discusión eterna.
Algunos dicen que el fondo determina la forma; otros, que todo es forma, y nada
más. Hago este comentario porque lo que
más me ha sorprendido del libro de relatos de Roberto Salazar, El ángel caído, es su lenguaje, su
forma. Se podría decir que su lenguaje es formal, de estilo austero, y hasta
podríamos decir que tiene afinidad con el modelo de lenguaje clásico. Todos sus
relatos, sin excepción son salvados por este manejo preciso del lenguaje. Por esta
manera tan equilibrada de narrar. Vamos a verlo en uno de los doce relatos del libro:
Nos habían dado leche, un cuarto de galletas y un lugar para
cobijarnos, pero no era lo suficiente, el ardor en la espalda era lo que más
nos molestaba.
En otro relato escribe:
Nunca sentí tan cerca el amor hasta que lo vi. No sé si era verano o
cualquier otra estación. El clima jamás me importó. La vi parada con una bolsa
negra en la mano derecha y miraba despreocupada la calle atestada de gente y
vehículos paseando sus veleidades y perdiéndose en callejuelas. Al rato ya no
estaba.
Uno lee y lo siente todo tan
perfecto, tan asimilable, tan impersonal. Pero si bien destaca por ese manejo
del lenguaje, no por eso hay que dejar de tomar en cuenta el fondo, y lo que
nos dice el autor en los doce relatos que componen el libro son los que ha ido
desgranando de su experiencia de vida. Ahí tenemos el amor, la amistad y la preocupación
social, si bien esta no está en todo el libro. Lo que más sobresale es la
añoranza, sucesos del pasado que, por la magia de la escritura, se han impuesto
y han ocupado un lugar en la vida narrativa del autor.
Por ejemplo el relato: Cuzco, ciudad de piedra, que, más que
hablar del Cuzco, habla el narrador de la madre, la alegría de la madre…, y su
dolor. Es un relato corto de pocas páginas; empieza el narrador conversando con
su tío, refiriéndose a la alegría de la madre, recordando los distintos lugares
donde vivieron, y luego, hablan de la muerte del hermano menor, lo que provoca
un desequilibrio en la madre, y su eterna tristeza. Y el relato termina así: Quizá haya debido empezar este relato por la
tristeza de ella, pero ¿para qué? Empezar con una alegría es un signo de
belleza en un relato, y tiñe el papel de una especie de ternura en las palabras,
nada más.
El autor nos hace un juego, y
agrega otra dimensión a su relato.
Y así como este hay otros textos
en el libro; textos que en algunos casos dan la impresión de ser estampas. Pero
eso no interesa, sino el toque mágico que le da el lenguaje a todo lo que
narra.
Fijémonos:
El tío
Julio se nos ha ido como el humo del cigarro, como una burbuja que se disipa en
el aire. Efímera y brutal, así es la vida, así somos nosotros, un delgado hilo
de vida que puede romperse en cualquier momento.
Y más de un relato tiene este
lenguaje y esta manera de despertar nuestra sensibilidad.
Pero también está el lado de la preocupación
social del autor en el relato Dos rostros,
dedicado a la mujer obrera. El narrador nos muestra a la mujer obrera de regreso
a su casa, ahí le cuentan de la muerte de su esposo, y el derrumbe emocional
que sufre. Termina así:
Las calles solitarias eran el espejo del
tiempo de inusitadas desdichas para ella y sus hijos,
pero todo había de ser como antes, se tenía que seguir viviendo y trabajando para
alimentar el recuerdo de su hogar fracturado, de sus hijos huérfanos, de la
ingrata sospecha de que no podría educarlos como ella hubiese querido. Con la
certeza de que tendrá que soportar sola el sacrificio, sin más apoyo que ella
misma, sola en lo que restaba del camino.
La virtud que tiene Roberto Salazar al narrar es que concentra mucho,
en pocas páginas nos dice muchas cosas...con ese buen lenguaje formal que
ostenta.
Me recuerda a Borges, que se jactaba de no escribir novelas porque lo
que estas dicen él lo podía decir en pocas páginas, en un cuento. Tal vez sea
la misma actitud de Roberto.
Otro cuento muy bueno: Milonga
bajo una estrella de cristal, es también de corte social, pero no tiene el
tono ácido, criticón ni el deseo de satanizar ni de ser crudo, sino que se
mantiene equilibrado; cuente lo que cuente, diga lo que diga, la prosa del
narrador es inalterable, el autor muestra, no abandona en ningún momento su
estilo equilibrado. Con eso le basta para realzar lo que quiere decir, y lo que
quiere hacer llegar al corazón del lector.
Por eso digo que no importa si algunos de los textos no tienen la
estructura de cuento; no es necesario, en realidad. Roberto Salazar puede contarnos
cualquier cosa, por más simple que sea, este va ser revalorado gracias a esta
prosa tan equilibrada y gracias a la mirada tan sugestiva del autor para
hacerla importante.
Falta de respeto, el último de los relatos del libro, sorprende porque allí prescinde de
los signos de puntuación, todo es corrido y corrido, y muy bien escrito. No hay
duda, el arte de la palabra escrita tiene en Roberto Salazar a un buen cultor.
Su vena poética es innegable.
Se preguntaba Julio Ramón
Ribeyro en un libro de ensayos, ¿Qué le queda al novelista actual? Hacía
mención al hecho de que las ciencias sociales han acaparado la transmisión del
saber, lo que antes caracterizaba al escritor. Por eso la pregunta. Y él mismo
respondía: “Felizmente le queda el
lenguaje, le queda la fantasía, le queda la libertad de la composición, le
queda el carácter no utilitario de su quehacer, le queda tal vez la
insatisfacción.”
Todo esto se puede aplicar al
libro Ángel caído, de Roberto
Salazar... con excepción de lo último. Creo que cualquier lector que se asome a
esta obra de Roberto Salazar va a estar satisfecho, va a experimentar el gozo,
la alegría de haber leído una obra valiosa, una obra que va a perdurar en el
espíritu de todos los que la leyeron. Y de los que la leerán, seguro. Ese es su
destino.
Gracias.
Jack flores vega
Lima, 2014
Gremio de Escritores del Perú
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