Literatura juvenil de Tarma
NUEVAS AVENTURAS DE
LOS MATAPERROS, DE HÉCTOR MEZA PARRA
Una buena obra literaria tiene algunos ingredientes comunes: nos hace
rememorar, nos inspira, o nos dibuja una sonrisa en lo más profundo de nuestro
ser. Vivimos, por un momento, alejados del presente para sumergirnos en esa
vorágine de ficción y verdad, en esa aventura que, por lo dramático, tierno o
cómico solemos acompañar, porque de algún modo nos identificamos con esta, de algún
modo tiene esa historia que leemos algo de nosotros. Hago este preámbulo después
de leer la segunda parte del libro juvenil Nuevas aventuras de los mataperros,
del escritor tarmeño Héctor Meza Parra. Si la primera parte de Los Mataperros fue entretenida, tierna, simpática,
edificante, no lo es menos esta segunda parte. Héctor Meza Parra despliega una
prosa sencilla y una ternura, un ludismo, y combinado con sus remembranzas
juveniles ha armado su pequeña sinfonía novelesca. ¿Qué tiene en común con
nosotros esta corta novela de tres adolescentes que hacen travesuras en casa y
fuera de casa haciendo renegar a sus familiares? Bueno, la respuesta sale
sobrando. Los tres muchachitos, Ángel, Elver y Lucho nos transportan a esa
parte de la adolescencia donde todos, de algún modo, hemos hecho travesuras. Héctor
Meza Parra ha recordado a su ciudad natal, Tarma, y ha recreado las travesuras
de estos tres mataperros -que con toda seguridad algunas de esas travesuras son
suyas-, haciéndolos revivir en nosotros. ¿Quién no le ha jugado una broma –cruel
a veces- a un familiar, a una abuelita –como lo hace Ángel, el protagonista
principal, escondiéndole la dentadura postiza para luego colocarla en un melón donde
ha dibujado un rostro? ¿o quien no ha jugado con una llanta desusada de automóvil
corriendo tras ella haciéndola girar? Ángel, el protagonista, lo hace, introduciéndose
en la abertura de una llanta grande y haciendo que sus amigos la hagan girar
con él en el medio hasta deslizarla por una pendiente donde nadie la pueda
controlar, llenándolo de pánico. Es simpática esta obra, que a la vez que nos
cuenta las travesuras de estos mancebos, vamos viendo las costumbres de una ciudad que con el transcurrir de los años habrán cambiado. El autor rescata eso y nos lo
muestra para tener una idea de aquellos años… Como la primera parte, esta también
tiene un final tierno: el momento en que Ángel, el muchachito, tiene los
primeros escarceos amorosos por la presencia de una chica –Carolina- que corresponde
a las inquietudes del muchacho.
Después fuimos a sentarnos en muro. Estábamos
en silencio, sin saber qué más decirnos. Pero ella se limitó a apoyar su cabeza
sobre mi hombro derecho. Estuvimos así por media hora, sin preocuparnos del
frío ni el hambre. Observábamos las estrellas y las gotas de lluvia a trasluz
de los faroles en la huérfana noche.
Es buena la obra porque el autor es sincero en su sentir. De allí su éxito.
Una prueba más de que se puede hacer una buena obra infantil o juvenil sin
necesidad de recurrir a dragones, caballos sin cabeza o brujas con sombrero de
punta algo que no corresponde a nuestra realidad. El autor, Héctor Meza Parra,
con su libro Nuevas Aventuras de los Mataperros nos da un buen ejemplo de lo
que es una buena literatura, autóctona y con dotes de perennidad. Esta segunda
parte de Los Mataperros -al igual que la primera- quedará para la memoria colectiva de los lectores. Bien por el autor, y por el país.
Jack flores vega
Lima, 24 de febrero de 2016