Relatos de la violencia subversiva en Ancash
LA VOCACIÓN TOTALIZADORA EN FUEGO CRUZADO, DE EDGAR NORABUENA
Pocas veces
he leído un libro de cuentos de la violencia subversiva que padeció nuestro
país que muestre notables logros en su construcción y en el uso de las técnicas
narrativas. Y es que en el tema de la violencia interna muchos se preocupan más
de contar el drama que de tratar de innovar o arriesgar por una nueva
construcción narrativa. Para el libro que empiezo a comentar, Fuego
Cruzado, el autor sí arriesga por una
experimentación con las estructuras y técnicas narrativas en sus relatos. Edgar
Norabuena, narrador de Ancash, ha logrado así plasmar en estos ocho relatos que
conforman su libro una variedad de voces y estructuras, todas premunidas de
técnicas que le dan colorido y poder de persuasión a lo que narra. Hay en él
eso que los notables narradores del boom latinoamericano llamaban la vocación totalizadora. Es decir,
tratar de captar distintos espacios y tiempos de la realidad mientras se va
narrando. Para este caso, el autor se vale de un espacio, tiempo y sucesos que
conoce muy bien: la sierra ancashina, y más específicamente, de la comunidad
andina de Uchpa, y desde allí nos cuenta, con hondas pinceladas de amor y
dolor, las vivencias de sus habitantes, atrapados entre dos fuegos: la de los
policías y soldados, como también la de los subversivos.
-¡Soy
tu hermano, Tobías, soy tu hermano!... ¿no me reconoces?...
…todo,
todo el mundo reducido a nada, y nada es silencio y oscuridad. Nada es esta
tosca tumba donde despierto tan solo para saber que ahora muero una vez más.
Nada
es muerte; y yo, ya estoy en nada; estoy muerto, ¿no es así, camarada Lucas?
Hemos vivido tanto, hemos muerto tanto para nada, por nada… hemos hecho tanto
para convertirnos en nada más que en nada, en nada… ada… da… a…
… ¡No me entierres, hermanito, no me
entierres, quiero ver a mi hijito, a mi Mañuquito!...
Y el cuento
empieza con estas dos voces donde se narra la tragedia del protagonista
obligado a incorporarse a los subversivos, a servir al ejército popular, dejando
a su pareja embarazada, para luego de mil y un vía crucis regresar a su pueblo
herido, con el rostro encubierto, en busca de ayuda, pero solo encuentra la
muerte, no sin antes enterarse de la existencia de su hijo.
Hay en esa
historia, una pluralidad de significados: el hermano que da muerte al
protagonista, la orfandad de un niño, los vaivenes de la cruel guerra entre
subversivos y soldados, la desolación y tragedia de una comunidad andina por
subsistir entre dos fuegos, y la historia de amor del protagonista y su pareja
antes de ser obligado a pelear, uniéndose a los subversivos. Y todo está bien
organizado, bien matizado, no solo con las técnicas narrativas actuales sino
también con esa prosa telúrica, propia de un habitante del ande:
“Esa
tarde cayó la garúa que se confundió con mi llanto, el viento rasguñó adolorido
la árida tierra levantando la arenilla del camino que rebotaba contra mis
sandalias; el lejano aullido de un perro trepó presuroso por la cumbre, corrió
quebrada arriba, jadeando, se metió entre las espinas que lo rasguñaron y
cuando me alcanzó, se metió sin ceremonia alguna hasta el fondo de mi alma,
haciéndome retorcer de dolor. “
Hay otro cuento también: I,
que tiene otra estructura:
…¡Atención!...
¡Descanso!... ¡Atención!...
…¡Para
planchas un, dos!... (Ahora estos perros van a saber quién es el sargento
Muerte)
…¡Tres,
cuatro!... (Ya comenzó la cachacada, ahora solo nos queda aguantar nomás el
ritmo que nos ordenen bailar)
Y el cuento avanza así, con este modo de
narrar que retrata la vida militar de los reclutas prestos a enfrentarse a los
subversivos.
Otros cuentos también tienen diferentes
estructuras, como Rostros bajo la luna
en la que el narrador se vale de nombres andinos para organizar su relato:
QALLARI, CHAWPI, USHANA, todos como símbolos de ese milenario mundo andino.
El
muro y Catalicio Sandoval también
son dos cuentos interesantes, dos maneras de contarnos la violencia sufrida por
el poblador andino de Uchpa, y también las diversas maneras de narrar, de
moverse en el tiempo y el espacio, alternando las voces de los implicados.
Pero quiero referirme a IV, el cuento con el que cierra el libro:
Uchpa
es una herida abierta, una gran culpa sin castigo, un remordimiento que muchos
ya han olvidado.
Ahora
no es mas que un monton de chozas en las que habitan el rencor y la sed de
venganza.
…
Si vas a Uchpa, es mejor que vayas confesado,
dicen que allí ya no vive nadie desde que los cumpas arrasaron con todos y que
el pueblo es una gran boca sedienta de vida…
Un relato
conmovedor, que intercala voces y puntos de vista a medida que nos va mostrando
la desolación de ese pueblo olvidado, sufrido, que se asemeja mucho a otros
pueblos de otras regiones andinas del Perú.
Hay, por
supuesto, en este último relato, algunas similitudes con los relatos de Rulfo,
el gran escritor mexicano de Pedro Paramo y de su pueblo, Comala, su símbolo
trágico. Pero que bien adaptado a este nuevo escenario donde también habitó la
muerte.
La
violencia interna pues, no es un tema de moda, como algunos han dicho, es un
tema que la escriben, en su mayoría, gente del ande, aquellos que la han
padecido o que han estado involucrada directamente en ella. Y la escriben
también porque el escritor, como diría nuestro nobel, es un carroñero, se vale de la descomposición de una sociedad para
elaborar una buena historia; porque, según
él, la naturaleza de la literatura es
servirse de la infelicidad humana para crear sus historias.
Una opinión
cuestionable, por cierto, pero que no deja de tener su gran verdad.
Y la verdad
de Edgar Norabuena es que ha logrado plasmar con su libro Fuego Cruzado su epifanía
trágica andina, ha logrado transmitirnos el dolor, la confusión y la pena que
padeció el Perú en los años horrorosos de la barbarie, sobretodo de la gente más
humilde, los habitantes del ande, marginados durante decenios y que ahora
reclaman por su integración. No los olvidemos.
Jack flores vega
Lima, 9 de agosto de 2014