El cine club en San Juan de Miraflores.
Historia de un sueño
Por Alberto Guardia
El primer y único cine club en San Juan de Miraflores tuvo en Jerónimo Pereyra a su principal propulsor. Y la historia de este, así como la del cine club que formó, es digna de una película, como de un gran elogio. En el año ’84 renuncia a trabajar en el INC (Instituto Nacional de Cultura) cuando éste era dirigido por Martha Hildebrant. De niño, a Jerónimo le gustaba el cine porque su abuelo paterno tenía un cine en Manaos, Brasil, y ahí vio todo el cine americano de los años `20. Jin Kelly, Fred Astaire, todo el cine negro norteamericano, Bogart, etc. Y soñó con tener su cine cuando sea adulto. Era, además, amante de la literatura de Henry james, Woolf, etc.
El autor frente a la casa donde fue el cine club de San Juan de Miraflores |
Con el dinero que recibió del INC se compró un proyector de 16 mm.
Mandó hacer un écran y en el garaje de su casa, en la calle Lizandro Montero de
la zona B, instaló el cine con el nombre de François Truffaut, en homenaje al
famoso cineasta francés. Se convertía así en el fundador, junto al que escribe
esta nota –Alberto Guardia- del primer cine club en San Juan de Miraflores.
Este cine club tuvo el mérito, además, de ser uno de los primeros cines
clubs en Lima, junto al Don Bosco, al Santa Elisa o al de la Universidad
Agraria.
Contó también con el auspicio de la Embajada francesa que proporcionaba
las películas. La Universidad Agraria, gracias a las gestiones del Dr. Rainel, también
prestaba las películas; además de contar con el apoyo de los amigos de la
revista Hablemos de cine, de Federico
de Cárdenas e Isaac León Frías.
El cine club cumplió un buen rol. Ahí se pasaron ciclos enteros de
Godart, Chabrol, Bertolucci, Kurosawa, Monau, Gerson, Fasbinder, etc. Y
concurrían un grupo de gente, vecinos que al final terminaron conociéndose y
del que algunos luego serían conocidos –ahí estaba Domingo de Ramos, cuando aun
no había publicado ni un libro, el narrador Rafael Miranda que concurría
acompañado de una bella fémina, ambos sentados en la última fila, quién sabe
para qué.
El cine club de Jerónimo Pereyra era barato, cobraba un sol la entrada,
es decir, un precio simbólico; y tuvo, además, otro mérito: ahí llegaron
personalidades para hablar de cine: estuvieron los poetas Pablo Guevara y Juan
Bullita, también estuvo el poeta norteño Armando Arteaga, quien entonces tenía su columna en el diario
Expreso. El lugar –garaje- sirvió también para hacer recitales de poesía, con
lo que el lugar se volvió todo un centro cultural.
Pero el sueño de Jerónimo
Pereyra no duró mucho. La vida, como la de todos, se alimenta no solo de
sueños, sino también de realidades, y la realidad de Jerónimo Pereyra difería
mucho de un sueño. Su deseo de vivir del cine se iba mal rodando –con un sol la
entrada-. Los ingresos del cine club no alcanzaban, así que después de 4 años
optó por vender su proyector y viajar a España. Ahí llegó luego de 3 intentos frustrados –fue deportado inmisericordemente-.
Al final, viajando por mar, logró llegar a Ámsterdam desde la cual partiría a
España, Barcelona, donde actualmente reside. A él se debe el mérito del primer
cine club en el distrito que alimentó a tantos soñadores quienes le
debemos ese sueño. Esta nota es un homenaje a él.